-Capítulo 63 -

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Por dios, es enorme. Dona ni siquiera cree que algo así de grande cabe en un ser humano. Pero cosas más raras se han visto.

No que ella vaya a decir nada al respecto.

Un movimiento inesperado hace que Dona dirija la vista hacía el pene de Albert otra vez. Ha temblado por momentos. Parece más rígido, y está un poco hacia arriba.

—¿Excitado, chico gay? —Dona se levanta del sofá y sin prisa lo rodea. Él está de piel, mirando al suelo mientras ella da la vuelta a su alrededor. Albert es alto, y en otra circunstancia, la situación habría sido cómica. Con Dona viéndose obligada a alzar la cabeza para mirarlo a los ojos. —Te hice una pregunta que amerita una respuesta. —apoyar la mano derecha en el hombro de él resulta fácil para ella ahora. Y obligarlo a que se agache para que la boca de Dona quede a centímetros del oído de Albert, más práctico aún.

—Sí, ama.

La voz de él tiene un ápice entre quebradiza y exaltada. Y con las gafas puestas, Albert parece tan inocente que Dona siente ganas de mimarlo. La melena se le ha deshecho en algún momento, y mechones de pelo bailan a sus anchas por todas partes. Quizá ella no le haga pasar un mal trago todavía.

—Seré buena contigo, de momento. —habla aún con la mano en el hombro de él y la boca a centímetros de su oído. —Dime, chico gay. ¿Qué quieres que te haga para empezar?

Si Albert ha temblado, Dona no lo ha percibido. Y, sin embargo, lo que ella sí notó, fue la forma como el pecho de él subió y bajó más rápido que antes.

E independiente de la sorpresa, Albert parece pensativo. Contemplando todas las posibilidades antes de decir lo que desea. Pero más pronto que tarde Dona nota como él mueve la boca unas cuantas veces antes de pronunciar un simple:

Tócame.

—Necesito que seas más específico, cielo. Al menos, hasta antes que se me agote la paciencia. —aclara.

—E-el pecho, ama. —sube la vista por momentos para mirarla a los ojos, antes de volver a mirar al suelo.

—¿Así? —con lentitud Dona arrastra la mano del hombro al centro del pecho de Albert. Ella apenas aplica fuerza en el tacto. Una caricia delicada, como quien toca a un gato asustadizo.

Es satisfactorio darse cuenta como él tiembla por un simple toque. Y delicado, ni más ni menos. La sorpresa es evidente en Albert. El cuerpo no miente después de todo.

Para echar más leña al fuego, Dona empieza a dibujar caracolas con la yema de los dedos en la piel de él. El estómago de Albert se va haciendo más y más rígido mientras el dedo de Dona desciende hasta acabar en la cintura de él.

Más fuerte...por favor. —Lo que en un principio suena como una orden, termina en una súplica. Albert quiere dolor, y a Dona no la importa en lo más mínimo dárselo.

—¿Mejor así? —ya no son las yemas de los dedos de Dona que retoman el camino de vuelta hasta el pecho de él. Sino las uñas. Formando líneas blanquecinas que recorren la piel de Albert. La respiración se le corta por momentos, y por curiosidad, Dona con la mano libre, la descansa en la barbilla de Albert. Alzando no mucho después la cabeza de él para ver que expresión esboza ahora.

Ojos cerrados y boca entreabierta es lo que Dona ve. Y rojo. Las mejillas de Albert parecen incendiadas, con el pelo escondiendo parte del rubor, aunque no del todo. Incluso, la barba que él lleva la hace cosquillas en los dedos. Le da madurez a él, y las gafas...bueno, las gafas le sientan condenadamente bien.

—¿Por qué tienes los ojos cerrados, chico gay? —el tono dulzón de Dona produciría diabetes a los seres más amargos en un rango de diez kilómetros. Y por supuesto, ella lo hace adrede. —¿Pensando en alguien en particular? ¿Algún tipo atractivo? —le aprieta un poco más la barbilla al ver que Albert abre los ojos de golpe. El azul que hay en ellos reflejándose en el negro que habita en los ojos de ella.

Electricidad fluye entre ambos.

Y Dona tiene la repentina ansia de echarse atrás. Huir antes que sea demasiado tarde.

Antes que el azul la embadurne las manos, se la pegue en la piel, y deje manchas que no salgan por mucho que friegue después. Irritando la piel...haciendo sangre, y aún así la mancha siguiendo intacta.

No otra vez.

"Él es demasiado brillante para mí." La rabia por el hematoma que Albert tiene en el cuello se desinfla un poco en el interior de ella entonces. Porque Dona no está haciendo lo que hace solo por rabia.

Maldita sea, ella desea oír una respuesta a la pregunta que le hizo a él.

Sin embargo, él la sigue mirando fijamente. Y Dona al ver que Albert no soltará prenda, clava más las uñas en su pecho. Las líneas que aparecen en la piel de él ya no son blancas, sino rosadas. A lo que Dona observa como la boca de Albert se cierra de golpe y parpadea tres veces. Todas ellas sin dejar de encararla.

Que sea un hombre en que él este pensando.

Que sea un hombre en que él este pensando.

Que sea un hombre en que él este pensando.

Dona puede aguantar un rechazo directo. De él es previsible. Con Albert ella ya está preparada.

—Nadie. —es la respuesta que él suelta entonces, e inoportunamente desvía la mirada.

"Miente." Es evidente para Dona, pero ella no tiene las agallas de preguntarle por qué. "¿Tan penosa parezco para mentirme en mi cara?" Es lo que comprende ella. Y eso es suficiente para desgastarla por dentro. Los libros de autoayuda la enseñaron a oler las mentiras, y sobre todo, las más obvias.

"Que le den." La pequeña parte de Dona que siente ganas de mimar a Albert evapora en un pestañeo.

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