- Capítulo 19-

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Es común que uno cometa errores a lo largo de la vida, después de todo, el ser humano evoluciona a partir de ellos. Por eso, en un principio toda aquella situación pareció eso: Un error tonto que no  tiene por qué acarrear consecuencias serias en el futuro.

Un error que no tiene por qué doler.

Un error sin razón de ser.

Un  error poco común. 

Un fallo en la Matrix.

O simplemente un mórbido"Fetiche".

Así que Dona vuelve a sentarse en el sofá en frente a Albert, con una sonrisa que ella no cree haber usado nunca. Es formidable tener el control de la situación, y ella con dificultad mantiene la petulancia fuera de su risa. Cualquier indicio de ella puede ser malo. Dona tiene que aguantarse  más.

"Ahora entiendo como él se siente..." Ella razona por unos instantes recordando los demonios del pasado, cuando Dona era la humillada entonces. Cuando ella mendigaba migajas de amor a cambio de complacer a otro individuo. La única vez que ella fue tocada con un mínimo de cariño por "él" ha sido la primera vez. Dona no debería haberse entregado tan fácil, pero era estúpida en ese entonces. ¿Lo ha dejado de ser ahora? Probablemente no, pero al menos ha aprendido a utilizar su estupidez para beneficio propio.

Albert se pone de pie entonces, y sin pena ni gloria desabotona el tejano que lleva puesto. Él está alterado, y eso lo hace más interesante para Dona, aunque de una forma poco convencional. Ella puede ver como se marcan las venas en el cuello de Albert, prueba de que está rígido, seguramente todo en él lo esté. Bueno, todo menos su amiguito en medio de las piernas.

— ¿Satisfecha?— Él la interroga mientras sujeta el tejano entre las manos.

Dona no responde al principio, ella está más interesada en mirarle las piernas. Son mucho más blancas que las de ella, y parecen suaves. No hay vello en ninguna parte, prueba de que él utiliza cera o ha hecho depilación láser. Dona es demasiado quejica para la cera y no puede darse el lujo de sesiones de láser. Demonios, ¿Hay algo en qué ella pueda superarlo? Difícil, pero no imposible. Por eso Dona alza la cabeza para mirarlo a los ojos. Aparte de la incomodidad e impotencia, Albert la sigue mirando de la misma forma: petulante.

No hay sensualidad en su postura, nada en él grita "sexo" mientras se mueve. ¿Si Dona fuese un hombre habría sido distinto? Ella indaga consigo misma unos instantes sin dejar de mirar a aquellos ojos azules indescriptibles. 

"Ni en un millón de años." Ella lo sabe, y no la importa. Después de todo, habría sido molesto de lo contrario.

— Ahora el Calzoncillo también por favor.— Apunta a la entrepierna de Albert sin dejar de mirarle a la cara. Dona observa entonces como él traga saliva y su boca forma una mueca de desagrado.— ¿Demasiado para ti? Siempre puedes echarme.— Dona se lo recuerda con una sonrisa, mientras observa como él murmulla improperios por lo bajo y hace lo que Dona le pide. Sin embargo, está vez lo hace mucho más lento que cuando se quitó el tejano.

Dona se estaba metiendo en la piel de Albert, y apenas había empezado.

—¿Te gusta la vista cielo?— Él sonríe con orgullo de su miembro para sorpresa de Dona, tanto es así que ella rápidamente baja la vista de sus ojos azules a la entrepierna de él. Lo que Dona ve allí no la parece de otro mundo. El miembro de Albert es más oscuro que el resto de su cuerpo, y para desconcierto de Dona, él no tiene vello allí tampoco a igual que en las piernas. No está erecto y no es largo, pero,  de una forma desconcertante es demasiado ancho.  Lo que  hace  Dona pensar de forma cómica  que"Pobre del diablo que lo haya tenido dentro" porque confortable no habrá sido.

— Siéntate en el sofá, con las piernas bien abiertas.— Lo instruye sin hacer caso de lo que diga él. Para sorpresa de Dona, Albert lo hace sin quejas de por medio. Es extraño, pero él está tan curioso de toda aquella situación como ella.— De ahora en adelante te diré que hagas cosas.— Cruza los brazos.— Y cada vez que no hagas de la forma que yo quiera tendrás un castigo.— Señala la puerta de la entrada.— Si no estás de acuerdo con lo que yo haga, es suficiente con que digas que me vaya.

— Aham, ¿Y qué castigos serían?— Él replica con molestia.

— Castigos que me desagradan hasta a mí.— Parpadea unos instantes.— Así que sé bueno Albert, y no me obligues a tocarte ¿Si?— Se levanta del sofá y se encamina hasta detenerse frente a él. Albert por reflejo se aparta,  hundiendo así la espalda en la parte trasera del sofá y alzando más la cabeza. Dona se agacha para observarlo más de cerca.  Él se pone rígido con la cercanía. Dona no se espera menos de él.

—¿Qué?— La voz de Albert sale más estridente que antes. Así que de forma vengativa ella apoya las dos manos en las rodillas desnudas de él, dejando poco a poco caer su peso sobre ellas. Dona se da cuenta de que la piel de Albert es suave mientras lo hace. Tan suave como la de ella, no, mucho más suave que la de ella. "Qué tipo de crema utilizará?" Se pregunta para sí misma antes de volver a hablar.— He dicho...— Dice despacio para que él la entienda perfectamente mientras aplica más presión en sus rodillas. — Que las piernas bien abiertas.—  Y para dar énfasis a su punto Dona clava las uñas en la piel de Albert, no para hacer daño, solo como advertencia.— Apenas te enseñaré esta vez, así que obsérvalo bien. — Le guiña el ojo derecho momentos antes de separar más las piernas de Albert  para así tener una mejor vista de todo. Tras hacerlo,  el cuerpo de Albert se mueve hacia adelante  de forma involuntaria y su miembro queda totalmente expuesto al escrutinio de Dona, recostado en el sofá.

Sin embargo, antes mismo de Albert amenazar con decir palabra Dona deja de tocarlo y se aparta. Cuando ella vuelve a sentarse en el otro sofá, su expresión sigue tan tranquila como al principio, como si ella nunca lo hubiese tocado siquiera. 

Albert se da cuenta con desconcierto que Dona tiene pleno control de la situación.  Y para alguien como él que le gusta tener dominio total sobre su vida, está situación es el colmo, pero, por mucho que él intente enmascararlo, no le es del todo desagradable.


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