-Capítulo 65 -

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Cachondo no es la palabra correcta para describir a Albert en este momento. La vergüenza lo impide disfrutar plenamente de la situación.

Hostia puta.

El tacto de la silicona del dildo parece pegamento fresco en la mano de Albert, puede que porque él esté empezando a sudar un poco. Sin olvidarse de que él, está a punto de "recrear lo que hizo ayer" delante de Dona.

Es una suerte que Albert está arrodillado en el suelo, caso contrario, las piernas le habrían fallado de todas formas.

Y aun así, todo en lo que él piensa ahora, además de recrear lo de ayer, es que la mano de Dona es cálida.

"¿Será su boca igual de cálida si besa mi...?" Él reprime el pensamiento antes de terminarlo.

El agarre en el pene de silicona gana más fuerza, aun cuando Albert no lo hace apuesta.

—¿De verdad tengo que hacerlo? —La pregunta que sale es involuntaria, y para desconcierto de Albert, quien ha preguntado ha sido él.

Entonces la mano de Dona reposa sobre la punta del pene morado, sin tocarle a él directamente. A lo que Albert tiene el impulso de dejar el dildo deslizar por su mano, solo con tal de rozar los dedos de Dona. Como si él fuese un puñetero adolescente calenturiento que se mata a pajas en el baño de casa.

—Di fetiche y no tendrás que hacer nada. —Dona responde, y Albert quiere protestar, pero, al final calla.

"Mierda. Joder. La madre que la parió. Tócame más. Por favor. Por favor por favor."

Y entonces, como en un acto de derrota, Albert abre y cierra los ojos antes de bajar la mano con el dildo, y notar como Dona se aleja de él. Le parece una vil traición tenerla tan lejos.

"Válgame dios, me estoy poniendo dramático ahora." Piensa él para sus adentros en un intento de concentrarse en otras cosas.

Por desgracia, no funciona.

Y la mirada de Dona le quema a Albert tanto por fuera como por dentro. Por eso, él mira al suelo cuando se lleva la mano derecha a su trasero.

Ayer fue todo muy rápido. Albert se acuerda de los besos, las ansias de ver a Marcus desnudo, y lo mucho que lo deseaba. La forma como Marcus lo penetró sin pena. Albert también recuerda lo mucho que maldijo en voz alta entre gemidos y... Como rememoró las cosas que le hizo Dona a él también.

"Oh mierda..." Él está jodido ¿Verdad?

Lo está. Y ya no vuelta atrás a partir de este momento. Pero Albert está demasiado excitado y confuso como para pensar con la cabeza de arriba.

Así que con cuidado él penetra un dedo entre sus nalgas, preparándose poco a poco. Albert se niega rotundamente el mirar hacia arriba, y encontrarse con los ojos de Dona en él. No. Solo no.

Por desgracia, sus dedos no son lo mismo que un pene, pero es la ayuda como forma de prepararlo.

Dentro, fuera.

Despacio y lento.

Entonces Albert introduce un segundo dedo, y su cuerpo lo recibe sin queja. El hecho de él estar arrodillado en el suelo dificulta un poco la cosa, pero Albert sube todo lo que puede la cadera y se encorva hacia adelante, sin dejar de mover los dos dedos en su interior. Y aunque él no mire a Dona a la cara, él sigue siendo capaz de verle las bambas, con ella de pie, a poca distancia de él. Viendo lo que Albert se está haciendo a sí mismo.

Es mortificante. Y también jodidamente sexy. Su pene a cada rato que pasa, más rígido se vuelve. Empieza a dolerle dejarlo sin atención.

Por favor tócame. Es lo que su miembro pide a gritos, pero Albert no puede hacer dos cosas a la vez.

No mucho después un débil gruñido se le escapa sin querer, tras meter y quitar los dedos dentro de sí. Y para más desconcierto, Albert oye como Dona vuelve a acercarse, con curiosidad por la escena. Morbo quizás.

Ni siquiera así Albert es capaz de levantar la mirada del suelo.

—¿Necesitas ayuda? —La voz de Dona en este instante es todo lo que Albert necesita oír. Hipnótica.

Él asiente afirmativamente, sin ganas de fingir indiferencia ante aquello. Pero principalmente, ante a ella.

Entonces la mano de Dona alcanza la muñeca de él. Y simplemente pone peso sobre la mano que Albert está utilizando para prepararse. Es tan repentino que él deja de mover los dedos que tiene dentro de sí.

—Sigue despacio. Toma tu tiempo. —Dona murmulla cerca del oído de él, con la voz caritativa. Casi cariñosa. Pero el peso que ejerce en la mano de Albert dice todo lo contrario.

Si no fuese porque él realiza ejercicios a menudo en el gimnasio, es probable que ahora tuviera calambres en el brazo por la posición tan poco cómoda.

Otro gruñido se le escapa al volver a mover los dedos dentro de sí. Y encontrarse con la barrera de que no los puede retirar del todo debido a la mano de Dona que aprisiona la muñeca de él.

—¿Estás preparado? —Ella indaga curiosa, y Albert con dificultad y dudas aún, asiente con la cabeza. —Entonces hazlo. —Albert deja de sentir la presión en el pulso, y darse cuenta de ello le deja un poco desolado. Pero no por mucho tiempo.

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