- Capítulo 29-

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—¿Estás de acuerdo o no Albert?— Dona vuelva a preguntar, y él se da cuenta de que no la dio una respuesta. Por eso asiente con rapidez antes de volver a mirarla y quitarse de la cabeza los pensamientos que lo dominan tan de repente.— Bien, y antes de empezar ¿Hay algo en específico que no quiera que te haga?— Albert niega sin pensar demasiado en ello. No realmente, de momento él tiene la mente en blanco.— ¿Tienes algún juguete sexual que yo pueda utilizar en ti?— Ella indaga, pero de esa vez él no puede evitar mirarla boquiabierto.

—¿Qué acabas de preguntarme?— La mira detenidamente.

— Que si tienes algún juguete sexual que yo pueda utilizar en ti. — Le explica con tranquilidad.— Prefiero insertarte cosas que por lo general sirvan para eso.

—¡Y una mierda me vas a insertar cosas! No gracias.— Se pone a la defensiva.

—¿No puedo? Entonces hay algo en lo que no estás de acuerdo, okay. — Le sonríe.— Te lo iba a hacer como un favor, pero apuntado. Nada de insertarte cosas.

—¿Alguna regla más?— Él pregunta con ironía, pero Dona no parece haberlo pillado. Ella simplemente le sonríe negando con la cabeza.

—Eso es todo.— Ella lo observa detenidamente como quien mira a un objeto, y tiene duda de si comprarlo o no.

A lo que entonces, la expresión de Dona cambia. La sonrisa de ella se deshace del rostro, como si la amabilidad de antes fuese a modo de cortesía. Albert nota el cambio de inmediato. Es imposible no hacerlo.

—¿Qué?— Él pregunta confuso.

—Las gafas.— Ella apunta al rostro de Albert. Él no entiende que ella quiere decir con eso hasta notar la mueca que se forma en los labios de Dona.— La otra vez no las llevabas puesta.

—No quise ponerme las lentillas hoy.— Responde como si fuese una obviedad, pero Dona aún mantiene la mueca en los labios.

—Ponte las lentillas y quítate las gafas.

—¿Pero por..?

—No recuerdo haberte dado permiso de contradecirme.— Le interrumpe fulminándolo con la mirada sin moverse del asiento. Albert traga saliva. Al ver que él no dice nada, Dona suspira.— ¿Tengo que recordarte que ahora mando yo cielo?— Ella dice lo último dice con malicia, la misma que Albert utiliza cuando regaña a los trabajadores bajo su mando. Es extraño para él estar en el lado que recibe la afrenta. Estimulante incluso.

Joder, avísame antes de empezar al menos.— Se mueve incómodo en el sofá rascándose el cuello otra vez. Un tic que Dona empieza a darse cuenta.

—Te has olvidado de algo.— Dona se levanta del sofá y observa a su alrededor en busca de algo. Insatisfecha, vuelve a mirar a Albert a la cara. Él no entiende lo que ella quiere decir con ello, o simplemente se hace el desentendido.— No has dicho ama.— Bosteza.— Y deberías de tener más respeto por la mano que te hará la piel hecha un cristo.— Sonríe de forma sarcástica.—¿A qué esperas para ponerte las lentillas? Vamos.— Lo anima con las manos como quien corrige a un niño pequeño.

Albert opta una vez más por el silencio. Asiente levantándose de sofá y se va del comedor en busca de las benditas lentillas. Cuando él desaparece Dona vuelve a respirar con tranquilidad, dándose cuenta que hasta aquel momento ella estaba conteniendo el aliento.

"¿Qué acabo de decir por dios y por la virgen?" Apoya las manos en la cintura permitiéndose temblar. Ella también se da cuenta de la facilidad en la que se mete en el papel de dominante como quien cambia de ropa, o la quita dependiendo de las circunstancias. "Me habría gustado actuar de la misma forma con Alex...No, maldita sea no pienses en él ahora." Dona se regaña por el desliz. Ella prefiere pensar a cambio en Albert, o siendo más específica, la forma en la que él la estaba mirando ahora. Dona sabe perfectamente cuando alguien la observa de arriba abajo, y Albert lo estaba haciendo. "Él pagará caro por esa mirada." Reflexiona con molestia. Los hombres siempre la miran igual, con disgusto. O eso es lo que ella firmemente cree. Dona tiene por lo general una muy baja autoestima como para pensar lo contrario, regalo de Alex. Pero ella sabe mejor que nadie que él no ha tenido culpa en todo.

Albert no tarda en volver al comedor sin las gafas puestas. El azul de sus ojos más oscuros que antes. Y Dona vuelve a ponerse en el papel de Dominante una vez más. Pero, no es tan complicado como ser ella misma. La Dona que controla la situación es mucho más divertida de lo que ella habría pensado siquiera.

Casi parece... Que esta es la real Dona, y la otra es una copia aburrida de quien en verdad ella es.

— Ya está.— Albert habla volviendo a sentarse en el sofá.

—¿Ves como no ha sido tan difícil?— Dona réplica con la voz neutra, llegando a rebasar un poco la cruda ironía.— Ahora ven aquí.— Lo instiga a acercarse a ella con autoridad. Pero cuando Albert se levanta, ella lo detiene con la mano de inmediato.— Arrastrándote por el suelo.— Y antes que él amenace con decir palabra Dona le fulmina una mirada asesina.— Arrástrate o di Fetiche. Ni una palabra más.— Ordena recordando como él la había mirado antes. Él pagará por aquella mirada, y lo hará ahora.

La reacción de Albert es una que Dona no se olvidará en un largo tiempo.La incredulidad en el rostro de aquel hermoso espécimen es suficiente para subirla el ego por las nubes, y la excitación también.



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