- Capítulo 72 -

183 19 6
                                    

—Cuidado. —Dona dice metiéndose en la ducha con Albert. El agua está demasiado caliente para ella, pero, eso no parece desagradar a Albert, que no se inmuta por la temperatura. O eso es lo que aparenta.

Él está en silencio... Otra vez.

La ducha es lo suficientemente grande para los dos quedaren dentro sin necesidad de apretujarse. Pero, aun así, sigue siendo agobiante para Dona de alguna forma.

El vapor tan caprichoso, termina de empañar las gafas de Albert. Y es raro que él no se haya molestado en quitárselas aún. A lo que, la mano de Dona sube de la cintura de él hasta la espalda. Ella siente además como los músculos de Albert se contraen con el simple toque.

Pero él sigue sin mirarla a los ojos.

El hombre tan altivo que es a menudo, ahora se encuentra con la vista clavada en la pared. Como si Albert no hubiese mirado a otra cosa más que azulejos en toda su vida. Cuando, además, Dona sabe perfectamente que todo lo que él ve no es más que vapor.

—Las gafas tontito. —Dona se posiciona en frente a él. El agua de la alcachofa de la ducha la salpica la espalda, pero Dona no se preocupa. La toalla la protege dentro de lo establecido. Nada que no pueda arreglarse luego.

Y por llano capricho, ella se acerca más a él, y permite que la yema de sus dedos acaricie las mejillas de Albert, eso, antes de retirarle las gafas que le estorban la vista.

El azul del iris de Albert le da la bienvenida a Dona. Es tan bonito en medio a todo el vapor que, ella casi pierde el equilibrio. Mirar a otra parte es lo primero que ella hace. Y sin embargo, Dona termina apreciando la hermosa clavícula de Albert. Ahora rojizas por la temperatura del baño.

Los ojos de Dona bajan más, y más. Santo cielo, él sigue excitado, y ella desea tocarlo.

"No. Ya no Dona."

—Bueno, ahora cogeré la alcachofa y...—ella se detiene de golpe al sentir dedos acariciándole la muñeca derecha.

No es un agarre. Quizá porque Albert sepa perfectamente que a Dona la desagrada que la toquen sin permiso.

Es tan inocente el acto, que por un momento ella piensa que ha sido sin querer. Pero entonces, el dedo índice de Albert se zarandea de arriba abajo como forma de llamarla la atención.

Vaya si lo ha hecho.

—¿Ocurre algo? —La mano de Dona recae sobre la de Albert, preocupada de que a él le duela algo que no la haya dicho antes. Sin embargo, Albert baja la vista al suelo. Ya no estando tan interesado por el azulejo de la pared. A lo que Dona le encara, esperando a que él suelte prenda. Diga el porqué del toque, pero silencio es lo que reina sobre todo. —No te entiendo la verdad — ella suspira finalmente, soltándole la mano, y sintiendo otra vez como el dedo de Albert vuelve a acariciar la el pulso.

De esa vez, Dona finge no notarlo. Se da la vuelta, alcanza la alcachofa de la ducha, y el agua corre a sus anchas. Ella entonces ladea la cabeza a un lado, como forma de avisar a Albert que esté preparado.

No que él lo haya visto. Después de todo, Albert sigue mirando al suelo como si este fuese más interesante que la presencia de Dona.

Y eso la molesta. Ella siente afán de obligarle a mirarla. Pero ambos ya no están jugando. Y estaría fuera de lugar.

Por eso ella se pone en frente de él una vez más, con la manguera de la alcachofa en manos, y permite que la presión del agua recaiga en las rodillas de Albert antes de subirla lentamente por el brazo izquierdo, saltando el miembro, y acabando en la clavícula de él.

El vapor sube también. Y la piel de Albert cambia de tono. Uno rosado y húmedo por el agua.

Dona siente la apetencia insana de querer darle un bocado. Pequeño e intenso. Uno que deje marca. Que el tono rosado se convierta en violeta. Y que él tenga que esconderlo con maquillaje luego. Quizá por vergüenza, o quizá porque le recuerde a ella.

Albert gruñe entonces.

Y Dona deja el pensamiento a un lado para volcar la atención al rostro de él una vez más.

"Parece confuso." Dona razona con incomodidad. Como si él supiera lo que ella está pensando, aun cuando él sigue mirando al suelo.

Este hecho la mortifica con apenas hacerse a la idea de que él lo sabe de alguna forma. Dona no entiende por qué.

Quizá porque sería una derrota para ella confesar que lo desea después de todo.

—Albert, ¿Estás bien? —Dona se obliga a preguntar tras oír un segundo gruñido de él. La presión del agua se mantiene constante sobre su clavícula. —Dios mío, el agua está demasiado caliente, ¿Verdad? —ella trata de apartar bruscamente la dirección de la alcachofa de él, pero manos la impiden. Manos blanquecinas y huesudas que agarran la alcachofa con fuerza. No por encima de las manos de Dona, sino al objeto, más abajo. Sin embargo, Albert roza con los dedos la mano de Dona sin querer. Una parte de ella, desea que él la sostenga la mano al completo. Pero esa misma parte la recuerda que no. Que es peligroso acercarse más. Da igual lo que hayan estado haciendo hasta ahora. —¿Q-qué pasa? —dios, como Dona odia balbucear. Pero él la pilló desprevenida. La fachada desmoronándose por momentos. Y peor, Albert sigue en silencio. El BENDITO silencio. Como la primera vez que ella ordenó que él se bajara los pantalones hace meses atrás. —S-si no me explicas que es lo que pasa, no sé cómo podré a-ayudarte. —El molesto tartamudeo sigue en la voz de Dona, cosa que la parece indignante. Pero, poco la dura el enfado tras darse cuenta de que ella se ve reflejada en los ojos azules de Albert. Es evidente que él la estará viendo borrosa ahora, y sin embargo, el impacto que tiene sus ojos y expresión la empequeñece de alguna forma. Aunque no en el mal sentido.

Y eso nunca es bueno.

La boca de Albert abre y cierra formando sonidos. Por momentos, Dona cree que en verdad no están diciendo nada, pero no.

—Juega conmigo.

"No."

—No. —Le sale a Dona de inmediato. Tanto en pensamiento como en voz.

—¿Y por qué no? —Albert pregunta alterado. Casi parece que está rogando atención. El agua sigue cayendo, y la mirada de Dona se centra en los labios de él. Algo le ha obligado a cerrar la boca de golpe. Puede que otro gruñido que ha contenido a duras penas.

Dona entonces baja la mirada hasta la entrepierna de Albert de forma involuntaria. Él sigue tan excitado como antes de entrar en la ducha. No, espera. Él está incluso más excitado ahora.

El agua que sale de la alcachofa de ducha choca contra la clavícula de Albert, y gotea sobre el extremo del miembro de él. Estimulándolo. Siendo el agua como también el calor emitido por la misma suficiente para exaltarlo.

Dona traga saliva. Una parte de ella quiere acercarse más y retomar el juego de antes, pero, no es una buena idea.

No con ella semidesnuda en el baño con él.

"Busca excusas. Algo. Lo que sea." Dona carraspea con molestia. La mano de Albert que todavía sostiene la manguera de la ducha con ella se siente más cerca. Como si Albert estuviese rozando su mano con la de ella adrede.

¿Será ilusión óptica o Albert realmente está más cerca?

Dona no sabe decirlo con exactitud. Y tampoco importa. Ella no caerá ante la trampa humana que es él.

—Una vez dijiste que no te ponían los negros. —La voz de Dona suena burlona, o eso es lo que ella cree. Aunque, el tiro la sale por la culata.

—Yo digo demasiadas gilipolleces. —Se le forma una mueca de desagrado en el rostro antes de seguir. —Esta ha sido una de ellas.

No es la respuesta que Dona espera. Demonios, ni siquiera es la que ella se imaginaba.

"Está demasiado cerca."

—No Albert. Ahora te estoy bañando. —Dona se distrae mirando la variedad que hay de geles líquidos en el cestillo de baño colgado en la pared —Y te hice daño antes.

—Por favor...—La voz de Albert sale fina mientras se acerca más.

FeticheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora