-Capítulo 46-

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Solo es un beso. Solo es un beso. Solo es un beso.

Repite Albert mentalmente mientras mueve los labios y con la lengua prueba el cielo de la boca de Dona. Hay saliva, mucha de ella, y sin embargo, la lengua de Dona nunca entra en la boca de Albert.

Ni una sola vez.

Y aun así, ella es capaz de sorprenderlo al enroscar ambas lenguas por unos segundos. Es el tipo de beso que Albert daría a Isabel o Marta estando borracho como una cuba, para después alejarse, reírse por lo sucio que ha sido todo y a seguir bailando.

Un beso de guasa.

Y, sin embargo, con Dona no es lo mismo. Hay seriedad en el acto.

"¿Cuántas veces habrá ella besado a otro tipo así?" Él se pregunta con una creciente e incómoda molestia.

Pero más molesto es ver como ella sigue con los ojos bien abiertos, observando todo. Cada interacción, cada suspiro. Sin alzar las manos, sin tocarle un mechón de pelo siquiera.

"¿Por qué no me toca?" Albert se pregunta, pero tan pronto como las dudas vienen, se van. Dona ha vuelto a hacer lo de la lengua y Albert no puede negar que eso le gusta.

No es un beso de enamorados. Es uno de hambre. Pero Albert no sabe decirlo si de deseo, o algo completamente diferente.

De forma involuntaria él aplica más presión en el cuello de Dona, obligando a que ambas bocas se choquen. Albert casi puede sentir como la lengua de ella entra en su boca, para no mucho después soltar un gruñido visceral al darse cuenta de que Dona la saca tan pronto como toca los dientes de él.

"No es justo." Albert quiere quejarse, pero el beso le impide ser él mismo. Por eso, en un intento de recibir algo, Albert coge a Dona de la cintura, pero tan pronto como la mano de él toca las curvas de ella, un manotazo lo aleja con la misma facilidad.

— ¡Pero qué!— Albert suelta el cuello de Dona sorprendido, alejándose unos centímetros. Y sin embargo Dona no se inmuta.

— ¿Qué pasa? ¿Quién te ha dado permiso para parar?— Ella pregunta con una perfecta cara de póker.

"Esta se parece más a la Dona que yo conozco." Alivio se deja ver por encima de la sorpresa que se dibuja en las facciones de Albert. "Dentro de lo malo, eso tampoco lo es tanto." Él concluye.

Pero que le muelan a palos antes que Albert confiese en voz alta, que le dolió que Dona le apartara la mano de la cintura de forma tan brusca. Albert no tiene la culpa de que en el fervor del momento él empiece a querer palpar a otra persona, y se vuelva un tanto... juguetón. Le sale de forma automática. Y que Dona lo corte tan tajante le cabrea lo que no está escrito.

— ¡Me has pegado un manotazo de repente! ¿Cómo debo reaccionar a eso?— Es una excusa vacía, y Albert lo sabe. Pero sigue siendo una convincente, y para él eso basta.

—Te he dicho de besarme, no de manosearme.—Dona dice como algo evidente. Y que Albert parece tonto de tan siquiera preguntarlo. Sin embargo, en un intento de no romper el momento quizás, Dona sonríe con amabilidad.— Oye Albert, préstame tu mano un momento.— Ella no espera una respuesta, sino que la coge por sí misma. Albert la observa sin saber lo que Dona hará a continuación, aunque tampoco la detiene.— Quiero que tú recuerdes algo. Siempre que me toques, quiero que tengas presente que yo no soy un hombre.— Ella lentamente guía la mano de Albert hasta la entrepierna de ella, y sin pestañear, hace que la mano de él descanse sobre su vagina. La tela del tejano es lo único que separa la mano de Albert de la piel sensible que hay debajo, pero eso no hace que él se sienta menos nervioso por ello. Dona se da cuenta con facilidad de la incomodidad, por eso no deja de sonreír.— ¿Ves eso? ¿A qué queda claro ahora?— Ella comenta con normalidad al ver que Albert no hace movimientos bruscos, mirándola fijamente a los ojos. Dona casi puede jurar que él está ruborizado, aunque ella no está del todo segura.— Por eso no vuelvas a ponerme un dedo encima sin que antes yo te lo permita. Así no será desagradable para ninguno de los dos. ¿Entendido chico gay?— Con la misma facilidad que Dona le coge de la mano, la suelta.

Sin embargo, ella no espera una réplica antes de acercarse a él para besarlo. Es tan fácil como alcanzar el dulce más apetitoso que hay en la nevera.

♣♣♣

Aunque por desgracia, Albert tiene manos ociosas, obligando así que Dona tenga que alejarlo unas cuantas de veces más de ella. Hasta que finalmente, ella opta por atar las muñecas de él tras la espalda con una toalla. Evidentemente, el apriete no es suficiente para dejar a Albert inmovilizado del todo. Pero, si Dona lo obliga a estar entre una pared y ella, hace que todo sea más divertido y le complique más a él de librarse de ella.

Y aunque extraño, Albert no hace ademán de detenerla. Ni aun cuando él choca la cabeza en la pared que separa la cocina del comedor, y las manos le duelen por la presión que hace entre la pared y el cuerpo de Dona en él.

Más besos siguen. Albert deja de contar los minutos cuando le entumecen los dedos y el único lenguaje tangible para él son los provenientes de gemidos.

Dona también lo hace. Entre los cortos descansos donde ella toma distancia, coge aliento y respira, un flojo gemido se la escapa de los labios.

Ahí es cuando ambos se miran, y es extraño. Porque no es necesario rellenar estos instantes con palabras. De por sí, todo ya es descabellado.


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