-Capítulo 53-

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La media hora pasa en un pestañeo. Pero Dona no se siente menos nerviosa mientras toma un sorbo de la Coca-Cola que pidió para pasar el rato. El bar donde ella está, solo hay dos señores mayores tomándose un café y charlando. Estando la TV de fondo con las noticias del telediario matutino.

El tráfico es monótono por la zona, pero Dona se encuentra cada dos por tres con la mirada perdida en la carretera, en busca del vehículo de Albert. En una de esas veces que ella observa a lo lejos, avista el Countryman negro esperado.

"Finalmente." Ella piensa con un nodo en la garganta sin saber cómo actuar. Por eso en cambio, vuelve a coger la lata de Coca-Cola, dándose cuenta con desagrado que está vacía. Y ahora, ella siente más que nunca la garganta seca.

Pasan unos preciosos minutos hasta que Dona avista a Albert de camino. "Le habrá costado aparcar." Ella piensa como forma de distracción. Sin embargo, él parece mucho más distraído que ella. Ya que Albert ha echado una simple ojeada en la dirección de Dona antes de perder la vista por los alrededores de la zona. Como si ella no fuese un objeto digno de observarse por mucho tiempo.

Y para desconcierto de Dona, de entre todos los días, hoy Albert lleva una camisa formal y gafas de sol. Ella no puede evitar mirarlo más de la cuenta. Él es hermoso después de todo. Tejanos negros, cuerpo en forma. Brazos amplios y una melena de dar invidia a muchos. Todo en él grita sensualidad, y Albert no parece avergonzarse de ello tampoco. "No que sea digno de vergüenza de todas formas." Dona se retracta al momento. No hay nada en Albert que deba de sentirse culpable. Aun cuando parte de la sociedad todavía vea un problema con la sexualidad de él, cuando en verdad no la hay.

—Perdone Jovencita, ¿Me puedes ayudar un momento? — Una señora que ha salido de la nada toca a Dona en el brazo. — Es que tengo este papel, pero no veo muy bien el número que pone aquí.

Dona se da la vuelta y rápidamente alcanza el papelillo que la anciana tiene en manos.

—Es un 65 señora. — Dice con una sonrisa, y la mujer asiente.

—Muchas gracias querida. Por cierto, que bien hablas el español ¿No? — Suelta intentando sonar comprensiva, pero eso tiene el efecto contrario en Dona. — Yo tengo una cuidadora extranjera, y no habla tan bien el español como usted.

—G-gracias señora. — Dona no sabe muy bien cómo responder a la pregunta. Es más, ella se siente incómoda por ello.

—¿Y de qué país eres querida? —La señora sigue insistiendo.

La pregunta hiere un poco a Dona. ¿Cómo que de donde era ella? Dona había pasado toda su vida en España. ¿Qué había en ella que decía lo contrario? ¿El color de la piel? Es cierto que la madre de Dona es extranjera y ella nació en el extranjero también, pero, desde que Dona se entiende por gente, ella ha estado siempre en España. Dona es tan española como cualquiera. Sin embargo, muchos no la ven así.

La piel siempre es lo que manda. Y a veces, a ella se la olvida por completo.

—¿Qué pasa chocho? — La voz de Albert sueña de repente, y mucho más animada y estridente de lo que Dona espera oír de él. Cuando ella lo mira, Dona se da cuenta de que la postura de él ha cambiado. Ahora Albert lleva una mano en la cintura, mientras que la otra se peina la melena como toda una Diva. Ella no recuerda que haya actuado así alguna vez.—¿Necesitas algo señora?— Él acrecienta con la voz todavía más fina con una larga sonrisa llena de dientes. Como un lobo frente a su presa.

La señora, olvidándose de Dona por completo, mira a él con los bien abiertos y una expresión sorprendida. Al menos, Dona piensa con tranquilidad, la mujer ya no se fija en ella.

—Oh no, no. Ya estoy. Gracias, querida. —La anciana responde con rapidez sin dejar de mirar a Albert.

—Que tengas un buen día. —Él se despide de ella con toda la dulzura de mundo, y una vez la mujer estando lo suficientemente lejos, Albert suspira con una cara de desagrado. — Dios, ¿Por qué no las has despachado antes? Los viejos son un incordio. —Quita las manos de la cintura y arrastra la silla opuesta a Dona para sentarse. —La homofobia les brilla en los ojos, así que yo no puedo evitar dar mi impresión más marica para ellos. —Ríe quitándose las gafas de sol. —Nunca falla joder.

Es tan natural la forma en que Albert lo dice que eso saca una sonrisa a Dona. Aunque, ella apenas se da cuenta de que está riendo cuando él la observa detenidamente, sin ironía en la expresión.

"Mierda." Dona tose dos veces como excusa antes de volver a mirarlo con cara de póker. La única que ella se ha acostumbrado a enseñarle de todas formas.

—¿Qué? ¿No me invitas a un bocata? —Él vuelve a hablar tras ver que Dona sigue en silencio.

—¿Por qué debería yo hacerlo? —Ella inquiere echando un mejor vistazo en él, como también dándose cuenta de que Albert tiene una marca bastante visible en el cuello. Y según dona recuerda, ella no le ha besado allí ayer. Es extraño, pero Dona frunce el ceño con desagrado.

Albert también se da cuenta de que ella ha visto la marca.

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