Capítulo 31. Unos entrantes para comenzar

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Lentamente se acercó hasta la chica que poco a poco había relajado su respiración hasta que fue casi imperceptible. Se agachó a su lado, notando un cosquilleo de emoción y culpabilidad en el estómago, un eco del que ella misma había sentido antes cuando se dio cuenta de que le había abandonado.

Andrew la contempló dormir, como si ese fuera su sino. Estaba junto a la princesa pero no podía despertarla con un beso. Al darse cuenta de ello resopló, y esa diminuta ráfaga de aire que salió por sus fosas nasales hizo que la joven arrugase la nariz de la misma manera que un conejito. «Austin...» Ese susurro escapó de sus labios como una llamada a su novio, que en ese mismo momento salía del ascensor y estaba apunto de entrar por la puerta.

El británico se arrepintió de lo que estaba haciendo y echando una última mirada a esos labios que por mucho que le reclamasen no iba a poder besar se levantó y se fue.

Justo cuando salía por la puerta de la habitación entró Austin. Sus miradas se cruzaron y la sangre de Andrew se congeló en sus venas, con la misma sensación que un niño que había sido pillado robando caramelos se excusó.

—Oí que te llamaba y fuí a ver si necesitaba algo— dijo ante la mirada suspicaz de Austin —pero creo que estaba hablando en sueños.

—Oh sí, lo hace a menudo— respondió este más tranquilo —bueno, yo me voy a dormir, te recomiendo que hagas lo mismo.

—¿No esperas a los demás?

—Que va, estarán por ahí pasándolo bien— contestó el rubio entre risas —déjalos que se diviertan.

Austin entró en la habitación cerrando la puerta tras de sí, quería darse una ducha pero temía que el ruido despertase a Ally que dormía tranquilamente en un rincón de la gigantesca cama. Se quitó la ropa y se metió a su lado mientras la abrazaba, inhalando el perfume que desprendían sus cabellos se sintió el hombre con más suerte del mundo.

—Eres idiota— se dijo Andrew en el espejo —¡idiota, idiota, idiota!

Sin poder contener la furia y el odio a si mismo pegó un puñetazo a la pared, instantáneamente se llevó la mano al pecho, su escasa fuerza era suficiente para hacerse daño. Harto de sus sentimientos se tumbó en el sofá, el cansancio llegó a su cuerpo poco a poco y empezó a soñar con su bella durmiente particular.

•••

En uno de los casinos cercanos Chuck volvía a recoger un buen puñado de fichas. Trish, Carrie y Dez gritaban y vitoreaban junto a él en un estado de embriaguez evidente. Pero el joven, que llevaba todo el día usando su falsa identidad, sonreía seguro de sí mismo. Ya había conseguido embolsarse más de 30.000$ y la noche no había hecho nada más que empezar.

Con su memoria inigualable y su rapidez de manos era capaz de contar las cartas que habían salido e calcular las que saldrían más tarde, además con una pequeña palanca escondida en la manga de su camisa podía añadir más fichas cuando estaba seguro de que su apuesta era la ganadora.

—Y de nuevo gana el señor de la camisa de vaquero— dijo el crupier con una mueca de sospecha.

—¡Vamos a otro casino! ¡Ya me he cansado de este!— gritó Trish agarrando a su novio de un brazo.

Chuck tuvo el tiempo justo de agarrar las últimas fichas que había ganado y guardárselas en el bolsillo antes de ser arrastrado por la joven. Dez y Carrie estaban demasiado ocupados pidiendo otra copa al camarero para darse cuenta de la estampida de sus amigos, pero llevaban tanto alcohol en sangre que no les importó.

•••

El pelirrojo abrió los ojos lentamente, pero la luz cegadora que entraba por la ventana del hotel le obligó a cerrarlos de nuevo. Su cabeza daba vueltas sin parar y haciendo un esfuerzo sobrehumano consiguió gatear hasta el baño, sin encender la luz se sentó en el suelo de la ducha y completamente vestido abrió el grifo. Esa terapia de choque era lo único que conseguía que volviera a sentirse como un ser humano después de una resaca.

When Future Becomes Past.Where stories live. Discover now