Capítulo 64. Rabia

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Cuando estaban llegando a casa el teléfono de Austin sonó. Vió en la pantalla que se trataba de su padre y decidió no responder para poder llamarle de nuevo cuando no estuviese conduciendo.

Austin y Ally acompañaron a los niños a su habitación para poder hablar sin que ellos estuviesen delante. Los pequeños se quedaron pintando ajenos a lo que estaba apunto de ocurrir.

Puso el teléfono en modo altavoz y el matrimonio se sentó en el sofá tranquilamente.

—¿Papá?— preguntó Austin al ver que Mike había aceptado la llamada pero no hablaba.

—Perdón hijo... te he llamado porque... ha llegado el día, hace un rato he ido a despertar a tu madre de su siesta y no me ha reconocido, ni a mí, ni la habitación... He visto el terror en sus ojos y...

Mike no pudo seguir hablando, su voz ya entrecortada pasó a ser inteligible al final de la frase.

—¡Pero si en la última revisión los médicos dijeron que la enfermedad estaba estancándose!— se quejó Austin.

—Hola Mike, ¿necesitas que te ayudemos a algo? Puedo pasarme por allí— propuso Ally conmovida por lo que acababa de oír.

—No, no, tú tienes que descansar— respondió el señor Moon.

Austin se había quedado mudo, si hubiese tenido el pelo largo como su mujer habría empezado a mordérselo.

Se sentía abrumado por lo que acababa de oír, desde que hacía unos meses habían detectado a su madre con Alzheimer había notado pequeños despistes en ella. Incluso el incidente del día que se perdió no era nada comparado con no reconocer a su marido.

—Enseguida estoy allí papá— fue lo único que pudo decir.

Colgó, dió un beso de despedida a Ally y volvió a subirse al coche para ir hasta su antigua casa.

Por el camino no paraba de dar golpecitos en el volante, estaba tan nervioso por llegar que se saltó cuatro semáforos en rojo, pero la multa que le llegaría unos días más tarde le daba completamente igual.

Llamó al timbre al darse cuenta de que se había olvidado coger su copia de llaves y esperó impaciente hasta que su padres abrió.

Sin ser capaz de decir nada entró y subió directamente al que toda la vida había sido el cuarto de sus padres. Tocó la puerta con suavidad para anunciar su llegada y entró con el estómago y el corazón encogidos.

—Hola ma-, hola.

No sabía si le reconocería así que lo primero sería acercarse con cautela. Fue hasta el borde de la cama y acercó la pequeña silla del tocador de su madre para poder sentarse cerca de ella.

—Hola— repitió casi sin voz.

La mujer le miraba, primero con desconfianza y tras unos segundos le sonrió. Austin creyó que era una buena señal y sus ojos se iluminaron con la esperanza de que no era todo tan horrible como se había imaginado.

—Hola joven, ¿podría traerme un poco de agua?

A Austin se le cayó el alma, estaba claro que no sabía quién era.

Antes de que pudiera responder su padre entró en la habitación, en la mano llevaba un vaso con agua como si pudiera leer la mente a su mujer. Sólo en ese momento Austin se fijó en que la mesilla estaba repleta de vasos y tazas.

—Cada vez que ve a alguien es lo mismo— murmuró compungido.

Con paciencia y buenas palabras Mike consiguió que volviera a tumbarse en la cama. Le echó una manta ligera por encima del cuerpo y padre e hijo salieron sin decir nada.

When Future Becomes Past.Where stories live. Discover now