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Bayron.

—¿Qué hacés, flaca?—pregunté con la cabeza sobre la baranda de la cama. Hace rato se había metido al baño y no había salido.

—¡Voy!—escuché y solo negué con la cabeza sonriendo, recordando todo lo de ayer.

—¡No puedo estar más de dos minutos sin vos!—lancé al aire bromeando.

Pasaron unos cuantos minutos más hasta que mi cabeza bajó simultáneamente con el sonido que la puerta causó al abrirse. Mis ojos se fijaron directamente ahí.

—No puede ser...—susurré por lo bajo, lamí mi labio y saliendo de mi embrujo, sentí que se sentaba en mi regazo.

Suspiré dirigiendo mi mirada hacia sus pechos, que la abertura del baby doll los hacía ver más apetecibles, sentí su culo rozar sobre la débil tela de mi pantaloneta y respirar su aroma, fue algo que solo causó que soltara miles de maldiciones.

—El que me compraste—todo lo que decía lo susurraba y no sé si era por el hecho de que verla así me ponía tan caliente pero me descomponía la suavidad de su voz.

Mierda.

Como se diría en algunas partes de Colombia: estoy tragadísimo.

En México: Estoy clavado.

España: Estoy pillado.

Idioma callejero: me enculé.

Mejor dicho, para no dar más vueltas al asunto:

Estoy enamorado.

De ella, de la flaca.

—Mierda, flaca—jadee cuando sentí que se movió sobre mí. Sus brazos me rodearon y sentir su cercanía era lo más prefecto que existía.

—Langaruto—soltó como un gemido en mis labios. La apreté contra mí, deslizando mis manos por su espalda, y dándole un buen toqueteo a su culo.

—Tenías razón, no me iba arrepentir de habértelo comprado—dije mirándola. Sus ojos tenían ese prefecto brillo de gata, su cabello negro caía por más abajo de sus hombros y sus labios entreabiertos eran la imagen más satisfactoria que hasta el día en que me muriera podría recordarla.

La tumbé para quedar encima de ella. Le dí un corto beso y después me separé de sus labios para empezar a deslizar mi dedo por en medio de sus tetas hasta por todo el centro de su abdomen. Sentí que su abdomen se contrajo y me quedé justo ahí, mirándolo con atención.

—Flaca—la llamé.

—¿uhm?—apreté los labios. Quería decirlo, quería soltarlo, pero no quería cagar nada. Noté que me miraba con cautela, intentando descifrar lo que mi boca no era capaz de soltar.

—¿Has pensando alguna vez en...—no pude terminarlo. Suspiré.

Ella rió.

—¿En?—me miraba burlona. Yo seguía dando suaves caricias en su abdomen. —Dilo, langaruto.

—En...—seguí con mi indecisión. Subí la mirada a sus ojos y estos me dieron la confianza que necesitaba para soltarlo. —¿No te ha pasado alguna vez la idea por la cabeza de tener un hijo?—tragué grueso al decirlo. Estoy seguro que lo dije tan rápido o tan lento, no sé. Su expresión estuvo perpleja por un rato, pero después mojó sus labios y me miró como si lo pensara.

—¿Un hijo?—preguntó. Asentí.
—Pues...

—Es una responsabilidad muy grande, lo sé—solté al ver que sus palabras no salían. —Pero sería muy genial, ¿no?—no sé porqué sentí que mis ojos brillaron.

Bandidos. Where stories live. Discover now