5. Ay, atrapadaa

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Cuando dije que quería irme temprano, no esperaba que Alex se lo tomara tan en serio.

Esa maldita loca me despertó un domingo a las ocho de la mañana sin ningún tipo de culpa e interrumpió mi sueño candente cuando estaba a punto de ponerse interesante.

—¿Estás demente? —le pregunté mientras me forzaba a abrir los ojos.

Alex estaba sentada en el borde de su cama, completamente despierta y cambiada. Llevaba ropa deportiva negra y me miraba desde arriba como si yo fuera patética.

Fuera ya era de día, pero aún seguía un poco nublado luego de toda la lluvia del día anterior. Hacía frío, pero de alguna manera había conseguido mantenerme caliente bajo las mantas que Alex me prestó.

—Dijiste que querías volver temprano. —Levantó los brazos para atarse una cola de caballo y me miró de reojo—. Puedes seguir durmiendo en tu casa. Levántate.

—Aún así no sería el mismo sueño —me llevé las manos al rostro con derrota.

Lo siento mucho, Jungkook. Nos veremos en otro sueño.

Busqué mi teléfono debajo de la almohada, pero ya no tenía batería. Estaba tan indignada por tener que compartir dormitorio con Alex que olvidé pedirle un cargador.

—Baja cuando estés lista. —Alex se levantó para salir, pero se detuvo cuando abrió la puerta y me miró—. La lluvia ha parado un poco y saldré a correr, pero quiero dejarte en tu casa primero.

Podría ir por mi cuenta, pero no quería caminar. Ni quedarme aquí sin ella.

—Al menos dame de comer ¿No? —me quejé mientras me levantaba—. ¿Llevas chicas a tu casa y las echas a patadas al día siguiente?

Ella se marchó sin decir nada más, pero me pareció ver el atisbo de una sonrisa en su rostro.

Metí todo mi cabello dentro de la capucha del buzo, me la coloqué y la cerré con fuerza. No iba a peinarme si cuando volviera a casa me dormiría de vuelta. Yo no era una princesa antes de las nueve de la mañana.

Comencé a recoger todas mis cosa y encontré mi ropa doblada dentro de una bolsa de compras, ya seca. Olía a humo, pero suponía que esas eran las consecuencias de secarla frente a la chimenea.

Me apoyé contra una pared para colocarme los zapatos y miré hacia abajo.

Junto a mis pies había una papelera, pero dentro, sobre bolas de papel, se encontraban varias fotos. Entrecerré los ojos y fue entonces cuando me di cuenta: eran fotos de Alex y Seth.

Me agaché junto a la papelera y recogí algunas. Varias estaban rotas, pero otras no. No sólo eran fotos de ellos mientras salían, sino que habían varias de ellos desde pequeños.

Una Alex de siete u ocho años parada junto a un Seth de la misma edad. Ella sonreía de oreja a oreja revelando el diente que le faltaba al frente, probablemente de leche. Seth pasaba un brazo sobre sus hombros y se aferraba a ella como si fueran los mejores amigos.

En otra foto él le hizo el signo de los cuernos detrás de la cabeza.

—Graciosito.

Tiré las fotos de vuelta en el cesto de basura, sintiendo que estaba cometiendo un crimen. Ella se veía tan feliz en todas. Y ahora se veía como si no le importara tanto todo lo de Seth. Incluso me molestaba como si fuéramos amigas.

Pero me pregunté qué tan doloroso tuvo que ser el tener que tirar a la basura tantos años de amistad.

Tomé unos lentes de sol del escritorio y bajé para encontrarme con ella en la sala de estar. Me los coloqué encima y cuando ella me vio así, cubierta de pies a cabeza, escondida bajo la capucha de la sudadera y detrás de sus lentes, casi se atragantó con su vaso de agua.

Ella sabe que la odio | YA A LA VENTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora