15. Jugamos un juego

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NOAH

No entendía por qué la gente linda como yo tenía que sufrir tanto.

O sea, si vine a este mundo a sufrir ¿Por qué hacerme tan bonita?

Yo debería estar en un jacuzzi comiendo sushi y forrada en dinero. No escondiéndome debajo de una manta, borracha, pensando en cómo esta sería mi última noche de vida porque mañana Cloe le diría a todos lo que vio en mi teléfono.

Me quedé sin aire y comencé a toser. Me quité la manta de la cabeza y tomé aire fresco.

Cloe seguía parada junto a la cama, mirando su teléfono.

—¿Sigues aquí? —Pregunté como si no me hubiera dejado caer en la cama hace dos segundos. Señalé la puerta con mi mano—. ¿Estás esperando una invitación para que te vayas o qué?

Cloe desvió la atención de la pantalla de su teléfono y bajó la mirada hacia mí. Ahora que nadie más la miraba, estaba seria.

Me di cuenta de que ella era una persona muy amorosa con el resto, pero conmigo no. Y me pregunté qué había hecho yo para merecerme ser tratada como una paria?

¿Le hice algo? No.

A lo mejor era envidia.

—Estoy en Google —comentó con calma—. Quiero saber si puedo ir presa por dejarte sola si luego te mueres ahogada en tu vómito.

—No estoy borracha.

Ella me levantó una ceja con desdén.

—A ver, párate.

La sola idea de sentarme hizo que me dieran nauseas. Me llevé una mano a la frente con cansancio.

—Como que no me da la gana —respondí como quien no quiere la cosa.

Sentí tanta pena y estaba tan nerviosa en la fiesta que me serví de lo más fuerte que encontré y comencé a beber. Debería de estar en un coma etílico. No entendía cómo era que seguía viva aún. De hecho, preferiría no estarlo.

—No esperaba que te emborracharas tan rápido —me confesó Cloe. Aunque no se veía preocupada en absoluto. Ella me miró como si hubiera encontrado un bicho en el suelo de su cuarto y estuviera intentando descifrar qué era—. Hubieras tomado más despacio si sabías que te iba a pegar así.

—Hibiris timidi mis dispici. —Me tapé la cara con el brazo. La cabeza me daba vueltas—. ¿Y yo qué iba a saber?

Mi madre siempre bebía esas cosas y aguantaba más tiempo de pie. Aunque, para ser honesta, probablemente se debiera a la práctica que ella tenía y que yo no, porque era la primera vez que probaba el alcohol.

Solté un quejido pensando en todas las personas que me habrán visto en la fiesta pasando pena.

—¿Me puedo morir ya?

—No, aún no. —Sentí un peso a mi lado. No tuve que abrir los ojos para saber que Cloe acababa de sentarse en el borde de la cama—. Hagamos un trato: le dejas de dar ideas estúpidas a Jess y yo no le cuento lo que vi en tu teléfono.

Estaba atrapada.

No podía decirle que no. No quería que Jessica lo supiera. Pero tampoco me gustaba la idea de que una rubia oxigenada me diera órdenes.

—Me pides que deje de ser yo.

—Te pido que dejes de ser una enana insoportable. —Silencio—. Tienes razón, eso eres tú.

Intenté patearla para echarla de mi cama, pero ella destapó mi pierna y me tomó por el tobillo para que no volviera a patearla. Intenté sentarme apoyando los codos en el colchón. El cuarto dio vueltas.

Ella sabe que la odio | YA A LA VENTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora