Extra 7: Cloe y Noah

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NOAH

Un par de años después 

(No sé cuántos. No pregunten)


No me importa si a alguien más le suceden cosas buenas, esas cosas deberían de sucederme a mí en su lugar.

Usualmente era tolerante con mis compañeros de piso cuando se ponían pesados entre sus parejas, pero despertarme para presumir delante de mi cara ya era demasiado.

Era un veintiuno de septiembre por la madrugada, comienzo de la primavera. Al día siguiente tenía clases de literatura latinoamericana y había pasado toda la noche releyendo los textos que me quedaban pendientes en el sofá de la sala. Después de varias horas horas me quedé dormida ahí mismo, con el pensamiento inocente de que estaría a salvo.

Pero no. Ningún lugar era seguro cuando vivías con tres homosexuales en pareja. Y mucho menos si dos de ellos estaban saliendo entre sí.

Me desperté con el portazo de la sala principal y las risas que le siguieron. Oí pasos y murmullos.

Abrí los ojos y lo único que vi fue la habitación en absoluta oscuridad cuando de repente alguien cayó sobre mí.

Grité y empujé lo que sea que se clavó en mi estómago. La otra persona gritó y lo siguiente que escuché fue al peso de su cuerpo contra el suelo.

De repente la luz se encendió y yo volví a gritar cuando reconocí la melena rojiza de Adrián.

—¡¿Qué crees que haces?!

Levanté la manta para cubrirme mejor, aunque estuviera completamente vestida.

Adrián, por otro lado, no lo estaba. Le faltaba la camiseta y su cabello estaba revuelto. Me miraba aterrado desde el suelo con los hombros apoyados sin saber qué hacer. Entonces, su mirada se desvió a unos metros de distancia, donde estaba parado Santiago.

Él estaba igual de impresentable que su novio, sin camiseta y con el cabello alborotado, pero en lugar de asustado, parecía divertido.

—Lo siento. No sabíamos que estabas ahí.

Se cubrió la boca para que no viera su sonrisa al mismo tiempo que Adrián se sobaba el trasero con una mueca de dolor.

—Tendrías que haber revisado antes de empujarme así contra el sofá.

—Es que no traje mi detector de duendes.

Los dos rieron.

—¡Y encima me insultan! —Me levanté y golpeé a Santiago con la almohada—. ¡Degenerados! Parecen perros en celo. ¡Vayan a su cuarto!

Intentó retenerme por las muñecas para que dejara de golpearlo, pero rápidamente se dio por vencido y comenzó a retroceder hacia su cuarto mientras reía. Adrián lo abrazó para ponerse entre los dos, pero sólo se ganó que también lo golpeara a él.

Los dos se metieron a sus cuartos entre risas y quejas de dolor. Ni siquiera les quedaba aire para respirar.

Dejé caer la almohada en al suelo en cuanto estuve otra vez sola.

¿Cómo se atrevían a ser felices delante de mi cara?

Apagué la luz y volví a acostarme. Ni siquiera conté cuántas horas me quedaban de sueño, pero probablemente fueron más de las que en realidad tuve porque, a las nueve de la mañana, volví a ser despertada por los gritos de Jessica en la sala.

Ella sabe que la odio | YA A LA VENTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora