31. No necesitaba ver eso

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JESS

—Porque siempre que estoy contigo, quiero besarte —dijo Alex.

No pude ni siquiera mirarla a los ojos, porque temí que de hacerlo, delataría mis sentimientos, que a mi me sucedía exactamente lo mismo que a ella cuando estábamos juntas.

Si tuviera que responder como la Jess de siempre, le habría dicho "ese es el tipo de cosas que no puedes decirme". Pero no tenía sentido responder como la Jess de siempre cuando yo ya era otra persona. No había pasado por tantas cosas para seguir respondiendo a sus declaraciones con sequedad y lastimándola.

—¿Quieres que te cuente un secreto? —conté en voz baja. Miré a la puerta de metal, para no tener que verla a ella. Me sentía como esos niños de primaria que confesaban sus sentimientos y tenían demasiada pena como para levantar la vista del suelo—. Yo también quiero besarte.

Sentí su mano en mi cintura un segundo antes de que me atrajera a ella con suavidad. Cuando levanté el rostro y me encontré con el suyo, me costó respirar.

Tragué saliva.

—No es el momento. —dije—. Aún es muy pronto.

Alex cerró los ojos como si aquella fuera una respuesta que se había estado temiendo y me soltó con la misma suavidad con la que me atrajo hacia ella.

¿Qué sentido tendría todo lo que hicimos si volvíamos a ser el desastre de hace unas semanas? Tal vez no tuviera la fuerza para olvidarla como me hice prometer hace poco. Tal vez incluso, luego de la fecha límite que me puse, siguiera igual de enamorada que en el primer día. Pero el volver con Alex o no, era una decisión que tendría que tomar mi yo del futuro, no el de ahora.

Las puertas del elevador se abrieron en la planta baja y salimos como si nada hubiera sucedido.

Alex se detuvo un metro antes de llegar a la puerta y miró el reloj de su muñeca.

El sol entraba fuerte a través del cristal de la entrada e iluminaba gran parte del pasillo y del cabello de Alex. El púrpura de las puntas ahora era un lila grisáceo.

—Bueno, es sábado por la mañana. Tenemos literatura eslava —me recordó—. Podemos ir a grabar la clase y luego te invito algo de comer en lo que tus amigos resuelven su problema.

Otra vez había olvidado literatura eslava y sólo podía faltar tres veces en todo el cuatrimestre. Bajé la vista a las pantuflas de mis pies y suspiré. No es como si alguien fuera a decirme algo por ir así vestida a clases, pero esto iba a perjudicar mi reputación de "pelirroja inteligente e inalcanzable".

—Suena bien —respondí con una mano en la frente—. ¿Podemos invitar a Cloe y a Noah al almuerzo?

Alex asintió, así que llamé al chihuahua.

La última vez que la vi, tenía sus piernas sobre la mesa del living de Alex y acababa de llamar a Cloe. No me avisó si había llegado bien, pero al haber vuelto en auto y con la rubia, lo di por sentado.

Abrí la puerta de cristal para que saliéramos en lo que oía los tonos de llamada contra mi oído. Noah atendió al cuarto.

—¿Qué? —preguntó.

Ah, bueno, buenos días.

—¿Dónde estás? ¿Cloe te dejó en casa? No te vi cuando subí.

—¿Qué eres? ¿La policía de las lesbianas? —respondió a la defensiva.

Pero Noah estando a la defensiva era algo habitual, así que no me extrañé. Bajé los escalones hasta la acerca y tomé la mano que Alex me ofreció para que no me patinara.

Ella sabe que la odio | YA A LA VENTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora