Extra 1: Propuesta indecente

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NOAH

Diez meses después del epílogo.

Odiaba ser la que estaba de más.

Eran las vacaciones de invierno para todos en la universidad y Jessica estuvo los últimos meses organizando un viaje para llevar a Alex a quién sabe qué lugar recóndito y extranjero para celebrar su casi año de relación.

Las dos armaron sus maletas y se esfumaron después de su última clase.

Por otro lado, Adrián y Santiago decidieron quedarse en el departamento, pero se la pasaban todo el día uno pegado al otro y me hacían sentir como si los estuviera molestando por el simple hecho de estar quedándome en el edificio. Mí edificio, recordemos.

— No, no es cierto. — Adrián intentó apartar esas palabras con un movimiento de la mano— . No eres una molestia para nosotros ¿Verdad, Santiago?

Santiago levantó la vista de su nintendo switch y nos miró. Los tres estábamos echados en el sofá. Yo en lado izquierdo, hundida y con un termo de café en mis manos. Adrián a mi lado intentando animarme y el pelinegro acostado en la derecha, con la cabeza sobre el apoya brazos y las piernas sobre nuestros regazos.

— Sí, si lo es. —Contradijo a su novio— . ¿Por qué no pasas las vacaciones con tu novia? Adrián es muy blando para decirlo, pero queremos la casa sola.

— Yo no no tengo novia.

Aparté la vista, nerviosa.

Sabía que estaba hablando de Cloe. A esta altura todos sabían que a veces pasaba las noches en su departamento y que nosotras no éramos sólo amigas, que digamos.

Pero eso era todo. No éramos nada más.

No quería ser su novia y se lo había dejado claro desde un principio. No quería ilusionarme con alguien que evidentemente me veía sólo como un capricho. Aprendí de mis errores.

Yo estaba bien con esos encuentros casuales y ella también.

—¿Acaso han peleado? —preguntó Santiago de repente.

Llené mi taza de café de nuevo y le di un trago largo.

Santiago se portaba como si estuviera en su mundo de videojuegos y videos de terror, pero con el paso del tiempo me di cuenta de que era el más observador de todos. Incluso aunque muchas veces no lo demostrara públicamente, él se daba cuenta de las cosas.

—Siempre peleamos —resoplé. En realidad, YO peleaba. Y ella reía— . Pero no. Simplemente no es mi novia. No le puedo preguntar si puedo quedarme en su casa dos semanas. Aprendan convivir con otros seres humanos y no sean adultos hormonales.

Somos adultos hormonales —me corrigió Adrián como si eso fuera obvio—. Y estoy seguro de que Cloe no se va a negar. De hecho, estoy seguro de que le encantaría que se lo pidieras.

—Sí, ese es el problema —respondí, pero no me explayé.

A Cloe le gustaba demasiado que yo le pidiera cosas. Probablemente lo viera como una victoria sobre mí. O tal vez yo me estaba tomando nuestra relación demasiado como una competencia.

Fuera como fuera, me negaba a pedirle nada. No quería que pensara que la necesitaba.

Ninguno de los dos volvió a decir algo al respecto en todo el día, pero tuve que haberme dado cuenta de que eso no significaba que lo habrían olvidado.

Pasé los siguientes dos días dando vueltas por el departamento: estudiando, estirando, usando la computadora de Jess sin su permiso, viendo videos en el televisor del living y jugando al pou. Ya me estaba resignando a que el resto de mis vacaciones serían así cuando alguien tocó el timbre.

Ella sabe que la odio | YA A LA VENTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora