17. Alex se muda

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NOAH

Tardé una semana en reunir el valor necesario para recuperar mi zapato Lic. Valeriano.

En realidad, no tuve que reunir nada, porque valor nunca tuve. 

Simplemente me crucé con Cloe saliendo de Clases, frente a un restaurante que estaba a dos calles, y decidí abordarla.

Eran las nueve de la noche. El sol se había escondido hace tiempo y las únicas personas que transitaban por las calles eran quienes volvían a sus casas o sacaban a pasear a sus perros.

Ella estaba a punto de entrar al restaurante. Llevaba unos lentes de marco fino puestos y el bolso que solía usar para las clases. Con su vestido de flores y aretes parecía más una profesora que una estudiante.

Esas profesoras de literatura sin hijos y con adicción al café de las que una se enamora cuando está en la secundaria, cuyo equivalente masculino eran los profesores de historia.

—¿Qué estás haciendo?

Aparté esos pensamientos de la cabeza y me encontré con Cloe, delante de mí. Seguía parada junto a la puerta de entrada, pero ahora me estaba mirando fijo. Me pregunté cuánto tiempo llevaba parada como una tonta mirándola.

—Dame mi Lic. Valeriano —balbuceé.

Ella me alzó las cejas sin mucho interés y luego cerró los ojos y me sonrió.

—¿Quieres comer conmigo?

—¿Qué? No. Dame mis zapatos.

Di un paso hacia ella con un brazo extendido, pero ni siquiera se inmutó.

Hizo un gesto con la cabeza hacia el interior del restaurante.

—Ven. Yo invito.

Inflé el pecho.

—Bueno.

La seguí al interior de restaurante. Quería comer algo sin pagar, pero no quería que Cloe pensara que estaba ahí por mi voluntad, así que me mantuve en silencio durante los primeros minutos y me limité a hablar sólo cuando me preguntaba algo.

Dentro no había mucha gente, por lo que había bastante silencio.

Alguien se acercó para dejarnos la carta y me quité el abrigo para colgarlo en mi asiento mientras ella ojeaba la suya a través de sus lentes.

Yo no conocía la mitad de las cosas que ofrecían, así que elegí lo primero que reconocí en el menú antes de devolvérselo al camarero.

—¿Por qué estamos cenando aquí? —quise saber una vez que quedamos solas de nuevo.

—¿A qué te refieres?

Levanté una mano para que entendiera que me refería al restaurante a nuestro alrededor.

—¿Por qué me estás invitando a comer? ¿Qué es lo que quieres?

Ella se veía genuinamente sorprendida por mi pregunta.

—Bueno, porque te vi aquí —respondió como si esa fuera una respuesta obvia—. ¿No crees que sería un poco irrespetuoso entrar y dejarte afuera? Además. —Cruzó las piernas y descansó las manos sobre su falda—. No me gusta comer sola.

Muy linda para ser tan psicópata.

—¿Si te hubieras encontrado a Jess aquí y no a mí, la habrías invitado? —pregunté para estar segura de estar entendiendo bien.

—Claro. Es mi amiga. —Aparté la mirada cuando dijo eso, un poco incómoda. Por alguna razón pensé que me estaba invitando porque quería hablar de algo en especial—. ¿Crees que quiero algo de ti?

Ella sabe que la odio | YA A LA VENTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora