CAPÍTULO 22

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HASTE MASQUERADE
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Leanne

«Uno, dos, tres, cuatro, cinco».

Cuento en mi mente los abdominales de la rutina matutina que me abarca esta mañana. Me levanto del suelo y me empino la botella de agua que yace a mi derecha.

Estoy empapada en sudor y solo quiero ducharme. La mañana ha sido un constante dolor de cabeza entre lidiar con los caprichos de mi padre al no querer tener especialistas en su casa para que vigilen su estado de vez en cuando. Esta mañana todo pareció estar en orden con su salud, por lo tanto, fue dado de alta. El cardiólogo le recetó los medicamentos que Giovanni le encargó a su asistente comprar —a regañadientes— y esta acató la orden.

Lo llevé a su casa, insistí en quedarme y me dijo que sólo quería descansar un poco y decidí darle su espacio. Al fin y al cabo, es un hombre adulto, pero solo quiero cuidarlo. Es un puto cascarrabias y me gustaría que sólo se empeñara a oír a los especialistas que le dan recomendaciones en cuanto a su salud.

No quiero que empeore, pero me convenzo en que todo estará bien con él.

Dejo la botella de plástico a un lado y me apresuro por dirigirme hacia el cuarto de baño.

Me ducho con inmediatez, empiezo a vestirme. El frío abarca la ciudad entera de forma estruendosa que solo consigue sacarme estremecimientos de frío. Me visto con algo simple, optando por unas botas de tacón junto con una blusa ajustada y un blazer encima. Seco un poco mi pelo que queda suelto en medio de grandes capas de volumen.

Recojo mi bolso en conjunto y procedo a abandonar el apartamento. Quedamos con mis amigas para encontrarnos en la cafetería de siempre, pues es la mañana y en el día de hoy hemos coincidido ya que todas tenemos el tiempo libre. Generalmente quedamos en este tipo de lugares, aunque últimamente las agendas de las tres han estado un poco apretadas, lo cual provocó que nuestros encuentros no sean tan constantes.

Afortunadamente, la cafetería no está tan lejos de la calle en la que me hospedo, de tal forma que mi caminata hacia aquel destino es tan larga. En eso de veinte minutos ya me encuentro dentro de la cafetería en dirección a la mesa en la que se encuentran mis amigas, quienes me hacen señales para que me acerque.

—¿Cómo están? —indago mientras tomo asiento en el único lugar disponible y dejo mi bolso a un lado.

—Bien —responden ambas.

—¿Ordenaron algo?

—Aun no, acabamos de llegar —explica Hailey. Asiento con la cabeza.

El mesero nos trae las cartas que contiene el menú y decido escoger un café espumado, no tengo demasiada hambre. Una vez el mesero regresa a tomar nuestros pedidos, se retira y procedemos a conversar.

—¿Cómo se encuentra tu padre? —interroga Emma. Hablamos en la mañana y les comenté lo que había sucedido ayer por la noche.

Hailey también me mira, expectante a mi respuesta.

—Se encuentra bien, pero es demasiado testarudo y se niega a hacerle caso a los especialistas que solo intentan ayudarlo. Tuve que convencerlo para que se comportara, es como un niño pequeño.

—Estoy segura de que estará bien, Giovanni puede ser difícil de tratar pero cuando se trata de ti hará lo que sea, y más si se lo ordenas.

—Pero no quiero que lo haga por mí, quiero que lo haga por él. Es él quien se descuida y continúa sometiéndose al estrés y consumiendo tabaco. Solo quiero lo mejor para él. Es la única familia que nos queda a Alexander y a mí, si lo perdemos...

Caricias ProhibidasWhere stories live. Discover now