CAPÍTULO FINAL

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Las cortas vacaciones han llegado a su fin y después de pasar unos días más en Nueva York, decidimos regresar a Milán. Llegamos por la madrugada, por lo tanto, Emma se quedó a dormir en mi apartamento para evitar ir hasta su apartamento que se encuentra un poco más lejos que el mío. Fui yo quien lo sugirió y ella aceptó.

Ahora, acabamos de terminar nuestras tazas de café.

—Ya debo irme —me dice mientras se pone de pie—. Gracias por las cortas vacaciones, han sido increíbles.

Sonrío.

—No tienes que agradecerme, soy tu amiga.

—Bueno, no cualquier amiga normal te lleva de viaje a Nueva York de un día a otro.

—Debo ser un caso especial —Sonrío.

Me da un beso en la mejilla a modo de saludo, la acompaño hacia la salida y nos despedimos. Pasar tiempo con mis amigos es reconfortante, pero Emma es el tipo de persona a la cual podría acudir para contarle cualquier tipo de problema que tenga. Ella sería la primera en entenderme y darme uno de sus motivantes consejos.

Regreso a la sala, en donde me dejo caer sobre el sofá. Una parte de mí, no puede parar de pensar en que después de dos semanas, voy a verlo de nuevo y a definirlo todo. Es tan raro, saber que todo empezó en Amalfi y ahora estamos en esta situación. Cosas de la vida, supongo. Jamás creí verme envuelta en algo así y mucho menos con él, o mejor dicho, alguien como él. Suelto un suspiro de cansancio. En definitiva, necesito distraerme un poco.

Decido dirigirme a lo que siempre le he llamado «sala de tranquilidad», esa habitación en mi apartamento, esa buhardilla en la que están todas mis pinturas. La tranquilidad se percibe apenas pongo un pie allí dentro y cierro la puerta detrás de mí. Avanzo hacia el taburete que se sitúa justo frente al lienzo que está en blanco, esperando a que dibuje y me exprese en él. Tomo asiento y hago el trabajo de mezclar las pinturas, opto por colores rojizos de diferentes tonalidades y también, opto por utilizar al color negro. Descubrí mi pasión por la pintura cuando cumplí dieciocho años; recuerdo que mientras fantaseaba con una vida de supermodelo multimillonaria que viaja por los alrededores del mundo, también solía fantasear con tener una pequeña galería de arte en la que podría exponer todo lo que he hecho con la pintura a lo largo de los años. Sin embargo, esa última idea fue una simple ilusión pasajera que terminé por descartar cuando mi fama incrementó de una semana a otra, aunque, no niego que no me quejaría de hacer aquello en un futuro; dedicarme al arte. Siempre ha sido mi refugio. Mi padre solía decirme que era un don mío, pues nadie en la familia solía pintar.

No suelo tener mucho tiempo para poder sentarme, dejarme ir y cubrir el lienzo de pintura. Lo hago en momentos específicos, en aquellos días que siento que es necesario. Antes no tenía una rutina especifica, pero más tarde, me di cuenta que por alguna extraña razón, disfrutaba pintar cuando el día era lluvioso o nublado, justo como hoy. El cielo es gris, no hay nada de sol, solo nubes y una atmósfera grisácea que abarca todo Milán.

Tomo un pincel que yace dentro del pequeño frasco en el que guardo a mis herramientas y lo remojo sobre la pintura rojiza oscura, es una tonalidad sensual. Dejo que mis manos guíen el proceso por sí solas, permitiendo que mi creatividad fluya, deslizando el pincel sobre el suave lienzo y trazando líneas rectas. Pierdo la noción del tiempo, me concentro en el lienzo y cuando vuelvo a echarle un vistazo, solo puedo detallar a lo que acabo de crear. No sé muy bien qué idea me pasó por la cabeza, pero el resultado es de mi agrado. El lienzo se ve cubierto por un fondo negro con tonalidades grisáceas y los labios entreabiertos pertenecientes a una mujer envueltos en un rojo carmín se roban toda la atención del cuadro. Además de aquellos labios, se puede observar a la recta mandíbula que forma parte de la estructura del rostro y la mano que se posa cerca de su pómulo izquierdo.

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