CAPÍTULO 24

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LA APUESTA
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Leanne

La intensidad de la luz del sol mañanero me hace abrir los ojos al instante. Me acaricio el pelo con una mano y hago que mis pies hagan contacto con el suelo.

Avanzo hacia mi vestido que yace en el suelo y me lo coloco mientras me cercioro de que el imbécil que duerme en la cama no despierte. Lo menos que quiero es lidiar con su presencia ahora.
Arreglo un poco mi pelo y avanzo hacia el espejo que se encuentra a mi derecha. No me quejo, podría verme peor. 

No hallo rastro de mis bragas por ningún lado de la habitación, por lo tanto, me resigno y me conformo con recoger mis tacones a la hora de abandonar la habitación en total silencio. Mis ojos visualizan la elegancia que tiene el lugar a la hora de abandonar la habitación.

El suelo brilla de forma pulcra, el aroma del sitio es masculino, como un perfume bastante fuerte e imponente; igual al propietario.
Anoche no pude admirar los detalles del lugar ya que Edward me interceptó apenas se abrieron las puertas, pero no me vendría mal mirar un poco del lugar ahora, de todas formas, él está dormido y mi curiosidad prevalece.

Con el par de tacones en mano, avanzo por el suelo de mármol oscuro con facilidad hasta llegar a lo que parece ser una sala de estar. Me detengo abruptamente al visualizar un... cuadro, pero un cuadro cualquiera.

La sala es de colores oscuros, manteniendo una armoniosa combinación que respeta el matiz de los colores, sin embargo, el inmenso cuadro que ocupa toda la pared derecha me deja sin palabras y por inercia, me acerco un poco más.

Es él. Es Edward estampado en el maldito cuadro. Los ojos azules resplandecen y sus facciones masculinas se llevan toda la atención. Es en blanco y negro, pero eso no quita el que los detalles puedan ser apreciados de forma perfecta.

«Estaría mintiendo si dijera que no me gusta el cuadro».

Me alejo de la sala de estar. Ya es hora de marcharme. Me urge ducharme, comer algo y entrenar un poco. Sin embargo, cuando cruzo la sala de estar, me encuentro con el punto medio del penthouse que se encuentra cerca de la salida.

Mi mirada visualiza el precioso piano negro que resplandece contra la luz del sol.
Siempre me ha cautivado el instrumento, recuerdo que a los nueve años solía tener clases diarias de piano, hasta que cambié de opinión y opté por dejarlas.

Doy unos pasos más, observando las teclas, el banquillo color negro y la tapa del piano.

—¿Buscas algo?

Su voz a mis espaldas me hace devolverme sobre mis pasos, observándolo. Lleva un bóxer y tiene el pelo revuelto.

—¿Tocas el piano? —interrogo mientras le echo otro vistazo al instrumento.

—Quizá.

—Toca algo —pido. Niega con la cabeza—. En serio, quiero oírlo.

Noto que medio sonríe.

—¿Tienes conocimiento acerca de partituras de piano?

—No mucho —admito—, pero siempre me ha gustado Claro de Luna de Beethoven. Solía tomar clases cuando era niña y me enseñaron sólo la primera parte, no recuerdo mucho.

Rodea el piano, sorprendiéndome al tomar asiento en el banquillo. Señala su regazo y arqueo una ceja.

—Cada vez me convenzo más de que tu humor es mucho mejor por las mañanas —me burlo.

—Solo siéntate, ¿quieres?

Dejo los tacones en el suelo y los guantes sobre la tapa del piano antes de tomar asiento sobre su regazo. Respiro hondo cuando me encuentro sobre su regazo y por inercia, paso mis manos por las teclas color blanco del instrumento.

Caricias ProhibidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora