CAPÍTULO 16

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MAISON ALBAR HOTELS LE DIAMOND
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Edward

—¿Le gusta jugar, señor Haste? —se me acerca, mostrándome sus ojos verdes.

Me acerco un poco y le devoro la boca a la rubia que se me sube en el regazo mientras me acomoda contra el respaldo del sofá de mi piso de soltero.

Paso una mano por los pequeños pechos que tiene mientras se restriega con mi entrepierna, fallando en el intento de provocarme algo, porque no lo hace, ni dura se me pone.

—Vete —pronuncio.

Se mueve y me mira, confundida, pero vuelve a sonreír.

—¿Este es el tipo de juegos que te gusta? —interroga. Qué lenta es.

Me levanto del sofá.

—No. Dije que te vayas y eso es lo que quiero que hagas.

—¿Qué? —se levanta—. Pero...

—¿No me oíste?

Recoge su blusa y se larga, furiosa, dando un portazo histérico y dramático. Me dejo caer sobre el sofá y me sirvo un poco de champán. Necesito sexo con alguien que sepa satisfacerme y ponérmela dura en serio.

Me regresa a la mente la follada con la modelo en mi oficina y siento como se me empieza a poner dura.

Parezco un puberto de quince años, no tengo remedio maldita sea.

Me levanto del sofá en busca de largarme de este apartamento que utilizo cuando quiero tirarme a alguna que otra mujer. Lo utilizo casi siempre ya que no me siento cómodo llevando a los ligues de una noche a mi penthouse.

Abandono el lugar y salgo del edificio, metiéndome dentro de mi limusina.

—Señor Haste, ¿a dónde nos dirigimos? —interroga el chofer.

—Società Haste.

La limusina se detiene frente a Società Haste al cabo de unos largos minutos y abandono el vehículo, dirigiéndome a la última planta. Me encierro en mi oficina y tomo asiento sobre mi lugar.

No tengo ganas de trabajar, pero prefiero eso a que pensar en cómo vuelvo a follarme a cierta persona que ya no volveré a buscar. Odio su actitud de mojigata que se cree que con un par de palabras me va a quitar la arrogancia, pero me gusta follármela.

El teléfono de la oficina empieza a sonar y tomo la llamada para evitar oyendo el estruendoso ruido que me advierte de una llamada entrante.

—¿Qué?

Señor Haste —habla Antonella, la secretaria—, su madre se encuentra aquí y quiere pasar a verlo.

—Dile que se largue.

Pero...

De nuevo con querer llevarme la contraria. Parece tener un serio problema con seguir órdenes con su estúpida incompetencia que me tiene los huevos al plato.

—¿Pero qué? Deja de cuestionar a tu superior y haz tu trabajo o te dejo en la calle —cuelgo la llamada.

Sherlyn Haste es el mayor dolor de cabeza que alguna vez he conocido. La odio por querer controlarme y particularmente porque ha sido una pésima madre. 

Caricias ProhibidasWhere stories live. Discover now