CAPÍTULO 43

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SHERLYN HASTE
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Leanne

Me siento el doble de humillada. Solo yo tengo la suficiente suerte como para toparme con el hermano de Edward en medio de una situación así.

—Daniel —murmuró.

En este instante, me percato del otro sujeto que va a su lado. Cabello negro, ojos azules... ¿Será este Joseph Haste? Tiene el mismo porte que Edward, su mirada es distinta en comparación a la de sus hermanos.

—Él es mi hermano, Joseph.

Daniel me devuelve a la realidad.

Joseph me examina con la mirada durante un buen tiempo. «Sí, maldita sea, ya soy consciente de que debo verme como un puto desastre, no hace falta que me lo recuerdes con tu mirada».

Un placer —habla en una entonación fría.

Me extiende su mano que acepto al instante.

—El placer es mío.

Le dedico una mirada a Daniel.

»Si me disculpan, ya tengo que irme. Buenos días.

Me echo a caminar hacia la salida, pero me detengo abruptamente al oír la voz de Daniel a mis espaldas.

—Leanne.

—¿Si?

Me volteo sobre mis talones.

—¿Te encuentras bien?

—Perfectamente.

Podría ser honesta, pero lo que sucedió es mi problema y no me apetece hablar de ello ahora.

—Si mi hermano...

—Daniel, aprecio tu preocupación, pero prefiero conservar los problemas que tenga con tu hermano sólo para mí.

—Entiendo, pero... ¿Estás segura de que te encuentras bien?

—No tienes de qué preocuparte, Daniel. Todo está en orden.

Un silencio incómodo se instala entre ambos. Carraspeo mi garganta antes de hablar.

—Debería irme.

—Qué tengas un buen día, Leanne.

Se mete las manos dentro de los bolsillos.

—Igualmente, Daniel.

Esta vez, me doy la vuelta y me echo a caminar hacia la salida.

***

Apenas llego a mi apartamento, saludo a Mellea con un "Buenos días" y me encierro en mi habitación para darme una ducha rápida. Abro la puerta del cuarto de baño, abro el grifo y cuando logro regular el agua a la temperatura que me gusta, me despojo mi ropa y me meto bajo el chorro de agua tibia.

Todavía sigo estresada con lo sucedido hace una hora y me reprendo por seguir pensando en ello, pero me es inevitable y solo me queda descargarme con mis pensamientos. Imbécil, idiota, ególatra... ¿Me pide quedarme para luego botarme como a una subalterna? ¿Cuál es su maldito problema? ¿Es que no sabe lo que quiere? Menudo imbécil, no quiero volver a verle la cara. Lo detesto, siempre lo he hecho, desde el primer día en que lo vi y me echó su arrogancia en la cara con su porte altivo.

No entiendo por qué sus cambios de actitud son tan repentinos, primero nos reímos, después deja de reírse y empieza a actuar como un idiota. No lo soporto.

Me tiene harta y no quiero volver a verlo.

Salgo de la ducha con una toalla envuelta alrededor de mi cuerpo y me pongo ropa cómoda como para estar en casa. Todavía es el mediodía y siento que han pasado veinticuatro horas, pero no. Cepillo mi pelo y me dejo caer sobre la cama mientras me tallo los ojos con ambas manos. Empiezo a sentir un poco de cansancio, mis ojos se cierran y me quedo completamente dormida. Cuando despierto, la atmósfera es un poco más diferente; los rayos de sol se cuelan a través de la ventana y ha atardecido notablemente. Hago un intento por ponerme de pie, pero la realidad es que, extrañamente, no tengo ganas de salir de la cama.

Caricias ProhibidasWhere stories live. Discover now