CAPÍTULO 23

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"PAREJITA"
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Leanne

Mi mirada inmediatamente vuelve a reparar a David, sin poder creer que está aquí.

—¿Y cuándo es la boda? —indaga mientras le da un puñito en el hombro a Edward, este último resopla.

—No digas estupideces.

—Oigan deberían tratarme mejor, incluso me tomé el tiempo de sorprenderlos. Casi me quedo ciego al tratar de discernirlos en medio de tantas máscaras.

—Creí que estabas en Nueva York —digo, acercándome a abrazarlo.

—Charlotte y yo quisimos dar un paseo en Milán durante un tiempo, ya saben, cosas de pareja.

—¿Charlotte está contigo? —indago.

—Quise traerla como acompañante, pero detesta las fiestas de máscaras y además estaba un poco ocupada con un asunto de trabajo —se encoge de hombros—. Entonces, ¿vienen a casa? Charlotte me dijo que está preparando unos macarrones con queso que tienen buena pinta.

—Eh... —titubeo.

—No —responde Edward.

—Claro que sí —respondo, dándole un leve golpe al idiota que denegó la propuesta.

—Bien, entonces trae tu limusina, Edward. Somos personas de clase alta, debes invitarnos a dar un paseo en ella.

Este último suelta un bufido y le hace un gesto a alguien. La limusina se aparece en cuestión de segundos y David sonríe complacido.

—Sé que me quieres.

—Cállate y sube, imbécil —lo reprende Edward, a lo que este se ríe a carcajadas.

Me meto dentro de la limusina junto con David y Edward es el último en hacerlo.

—¿A dónde nos dirigimos, señor Haste? —indaga el chofer.

—A mi apartamento, Carlo —David le habla al chofer, quien se mantiene en silencio esperando a que Edward confirme qué hay que dirigirse hacia el apartamento de mi mejor amigo.

—Acata la orden —ordena.

El vehículo se pone en marcha y David es el primero en hablar.

—Entonces, ¿son pareja?

—¡No! —exclamamos al unísono.

Lo miro con asco y él también me mira con desdén.

«Lo odio tanto»

—No es necesario que traten de mirarse con asco, vi como se besaban y también estoy al tanto de que se acostaban en Amalfi. Tranquilos, no tienen de qué preocuparse, su sucio secreto está a salvo conmigo.

Edward me mira de reojo.

—¿No van a decirme nada? —interroga—. Esperaba a que me comentaran cómo fue eso del odio al amor y de la historia en la que terminan casados con hijos viviendo en una granja alejada de la ciudad en compañía de cinco vacas y un pequeño revoltoso.

—No digas idioteces —lo reprende Edward—. No hay amor aquí, ¿acaso crees que me enamoré de ella o qué?

—Tampoco actúes como si yo sintiera algo por ti, eres un imbécil —tomo la palabra.

—Hay un solo paso del odio al amor —comenta David y solo quiero que se calle.

No hay ningún paso, es un simple sentimiento y preferiría morirme antes que involucrarme en algo tan amoroso con alguien tan amargado como Edward. 

Caricias ProhibidasWhere stories live. Discover now