CAPÍTULO 4

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SEÑOR HASTE
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Edward

—¿Lo está disfrutando, señor Haste?

Recojo su pelo un puño y le dedico una mirada mientras observo como me la chupa con fiereza. No recuerdo su nombre, la conocí en una junta y me la tiré porque tenía necesidades que satisfacer, no soy un hombre que se queda con las ganas.

Tiro un poco de su pelo, en busca de satisfacer esa sensación, no sé cuántos días llevo sin sexo hasta ahora, ¿dos? Da igual, es demasiado y me sirve para bajar el estrés. Minutos más tarde, me corro en su boca y observo como absorbe hasta la última gota.

Me levanto de mi asiento y me arreglo los pantalones. Cojo mi teléfono que se encuentra sobre el escritorio y observo la hora, las nueve de la noche.

La rubia que me acaba de dar una mamada se aclara la garganta, haciendo que me vuelva hacia ella.

—¿Estás esperando por algo? —interrogo— ¿Un beso en la mejilla, quizá?

—¿No me la vas a meter? —interroga, tomando asiento sobre el escritorio y separando las piernas. Inmediatamente la saco de allí, tomándola del brazo, ¿pero esta inepta por quien me toma? Está sentándose sobre mi trabajo.

—En ningún momento dije que iba a metértela, era sólo una mamada para bajarme el estrés. Lárgate, ¿no ves que ya no requiero de tu presencia?

—Eres un imbécil.

Recoge su bolso con aires molestos y se retira con rapidez, dando un estruendoso portazo. Le resto importancia, no es que me importe mucho la verdad. Abandono mi oficina no sin antes cerrar la habitación bajo llave. Al abandonar el edificio llamado Società Haste, la empresa fundada por mi padre que mis hermanos y yo nos encargamos de llevar a la cima, me meto en la limusina. Todo esto es temporal, estamos a mano con Abraham y estoy llevando a la cima su empresa, pero cuando termine mi trabajo aquí me iré e inauguraré mis proyectos.

—Señor Haste, ¿a dónde nos dirigimos? —interroga.

—Donde el jet privado, me marcho a Nueva York.

Me dedica un asentimiento de cabeza y al ver que ya no hay dudas, me meto dentro del vehículo que arranca dentro de unos minutos. Cojo mi teléfono y le marco a Joseph, quien corresponde mi llamada al instante.

—Te toca encargarte de la empresa —suelto.

¿Te marchas a Nueva York?

—Solo será por un tiempo, tengo un poco de trabajo allí y mañana es la boda de David —explico.

Está bien, ten un buen viaje.

—Te veo luego —cuelgo la llamada.

Dejo el teléfono a un lado y me permito cerrar los ojos durante un rato mientras me encargo de recordar que es lo que tengo que hacer una vez llegue a Nueva York. Primero de todo, tengo que visitar a Richard Morrinson ya que le debo una después de tantos años.

Al cabo de dos horas de viaje, llegamos donde el jet privado y no me hace faltar llevarme alguna maleta porque sé que lo más probable es que no me quede por mucho tiempo y si me tuviera que quedar por más tiempo, ya tengo un pent-house allá con algunas de mis pertenencias.

Me meto dentro del jet privado y tomo asiento sobre el sofá. Al cabo de unos minutos, el jet despega y lo único a lo que puedo ver es la noche en Venecia que deslumbra la ciudad que tantos recuerdos me trae. Me pierdo del entremedio del viaje y luego de unas exhaustivas horas, llegamos a Nueva York, adentrándonos en la ciudad repleta de personas. La limusina que ordené que viniera por mí, me traslada hacia la residencia Morrinson.

Caricias ProhibidasWhere stories live. Discover now