¡CÁLLATE!

239 19 0
                                    

ENTRE SUEÑOS Y REALIDADES (Capítulo 15)

Me senté desconsolada en una de las bandas de la terminal de autobuses, —mami, tengo hambre— dijo Jesse.
Eso hizo que todo empeorara, empecé a llorar, ¿cómo iba a darle de comer a mis hijas? ¿Cómo íbamos a regresar a casa? No sabía que hacer, le rogué a Dios que me ayudara, supliqué por mí y por mis hijas.

—Señora, ¿usted está bien?— preguntaron, levanté mi rostro, limpié mis lágrimas, y volteé ver, era una de las vendedoras de comida del mercado, de esas que andan con un canasto lleno de comida, de bus en bus.

—No, no sé qué pasó, estaba caminando dentro del mercado en busca de comida y de pronto ya no sabía dónde estaba, ni que veía, me duele muchísimo la cabeza, y al abrir mi cartera no tenía un solo centavo, y no se como haré para regresarme a mi pueblo— dije con un nudo en la garganta.

—Ay mamita, te drogaron para quitarte tu dinero, esa gente que no tiene nada que hacer, pero ¿de dónde sos y qué andabas haciendo acá?— Preguntó.

—Soy de Ipala, y vine a consulta con el Doctor Barias— dije.

—Mami, tengo hambre— volvió a decir Jesse.

—Mi amor, ahorita te doy de comer— dijo la señora, colocando su canasta sobre la banca en la que yo estaba sentada, sacó comida y se la dio a Jesse y también a Lúa.

—No, no tengo dinero para pagarle— dije.

—Nadie te está cobrando— dijo dándome un plato de comida a mí, mientras le silbaba al chico de los refrescos, que llegó inmediatamente.

—Dales un refresco a cada una, al final del día yo te pago— dijo la vendedora.

Mis hijas y yo comimos y bebimos, gracias a una señora que ni siquiera nos conocía.

—Gracias por esto, y por su ayuda, nadie se detuvo a preguntarme que pasaba, solo me veían con asco y algunos hasta se reían— dije.

—Dios no me dio mucho, pero lo poco que tengo es gracias a él, y este no es mi lugar de venta, pero algo me trajo aquí, es como si me empujaran y puedo jurar que por un momento vi a un niño, pero creo que estaba alucinando, porque está muy fuerte la calor— dijo.

Quise corregirla y decirle que no se decía la calor, se decía el calor, pero ella había sido muy amable conmigo y no quise ser grosera.

Llegó y se estacionó el último autobús que se dirigía a Ipala, después de ese, hasta el siguiente día había otro, mi esperanza era que mi esposo viniera a buscarnos al ver que no llegábamos, pero no sabía cómo iba a decirle que había perdido todo el dinero que me dio.

—Llegó su autobús mis amores, vamos allá— dijo la vendedora de comida.

—No, es que en verdad no tengo ni cinco centavos— dije.

—No sé preocupen de eso me encargo yo— dijo, caminando hacia el autobús, la seguimos.

—Ramiro, necesito de tu ayuda mijo, a esta señora la drogaron y le quitaron todo su dinero ahí dentro del mercado, vino al Médico con sus dos niñatas, va para Ipala, y no tiene un centavo, ¿podés llevarla?— dijo, muy coquetamente.

El chófer del autobús me vio de pie a cabeza y vio a mis hijas, Lúa le sonrió y él le devolvió la sonrisa.

—Claro, pasen adelante señora, esta gente del mercado son unos sinvergüenzas— dijo.

Justo antes de que subiéramos, la señora me dio una bolsa, —para que coman más tarde, es un camino bastante largo y a tus niñas les dará hambre, cuida mucho a esta pequeña, es especial— dijo, apretando una de las mejillas de Lúa, asentí, sonreí y agradecí.

Subimos al autobús, nos sentamos, y empezó el viaje de regreso, las niñas se quedaron dormidas, despertaron con hambre, así que saqué la comida que nos había dado la señora, y en ese instante reaccioné que jamás le pregunté su nombre, y tampoco le dije el mío.

—Hijas, no le vamos a contar a papá, nada de lo que pasó, ¿entienden?—

Lúa y Jesse, asintieron.

Llegamos a casa muy de noche, estaba tan cansada y las niñas igual.

Al día siguiente me desperté temprano, mi esposo ya estaba trabajando, había instalado su taller de carpintería en el corredor de la casa, amaba verlo trabajar.

Jesse y Lúa estaban jugando muy cerca de él, —así lloraba mi mamá ayer que perdió su cartera— dijo Jesse.

—¡Jesse, cállate!— dijo Lúa, dándole un pellizco en el brazo.

Mi esposo dejó de trabajar, se acercó a ellas, —¿Cómo dijiste, mi amor?— Preguntó Moisés.

—Nada papi, no dijo nada— respondió Lúa.

El mundo se me vino encima.

Continuará...

- Lissbeth SM.





ENTRE SUEÑOS Y REALIDADESWhere stories live. Discover now