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4 de diciembre, 1977 ━━━━━━━━━━━━━━━ CHAPTER TWENTY FIVE
"All of your friends have been here for too long They must be waiting for you to move on"
— ¿Cómo está? —August murmuró con la mirada clavada en el ventanal de su habitación; observando como el bebé de una de las criaturas hídricas jugaba con su mamá.
La joven de cabello castaño sabía que a sus espaldas se localizaba Stefano; no tuvo que adivinar era el único –dentro de esa Sala Común– que se atrevía a ingresar a su habitación sin permiso, o mirarla a los ojos por más de dos minutos.
— No está muerto, para mi desgracia—ironizó, pero la más baja se mantuvo callada. — Slughorn dijo que fue una poción de amor muy fuerte, y que podría haber sido peligroso.
— ¿Está en enfermería? —preguntó, caminando hacía él. Stefano negó.
El capitán de Slytherin bajó la mirada, solo para hallar a August con su cabeza alzada en su dirección. — Se encuentra en los campos de Quidditch con el resto de tus amigos. — Su voz salió esquiva.
— ¿Puedes venir conmigo?
La diferencia de alturas era demasiada, pero los ojos penetrantes de August lograron que él se estremeciera. — Literalmente, lo amenace de muerte.
— ¿Me defendiste, Nott? —La jovencita chocó su hombro con el suyo, mientras pasaba por su lado.
— Y lo haré las veces que sean necesarias. — Aquello salió como una advertencia.
August se colocó la túnica, clavando sus ojos en los de él. — No será necesario.
— Vámonos, antes de que me arrepienta de que me vean con un maldito Gryffindork. — Stefano salió de la habitación, forzando a Evans a virar los ojos con cansancio.
Si bien habían aprendido a tolerarse luego de aquella "cita", Stefano seguía siendo un espécimen demasiado repelente con todo lo que lo rodeaba... excepto con August. Posiblemente, era la única que conseguía hacerlo feliz.
Por supuesto que, tendría que estar muerto antes de confesarle aquello. La vida de Nott no era para nada fácil, y en los únicos momentos en los que no lloraba, era cuando estaba cerca de la jovencita maniática que tenía como Defensora en el equipo.
Tal vez, August le gustaba más de lo que podría admitir.
El camino a las canchas fue silencioso, la adolescente odiaba el silencio; pero cada vez que intentaba establecer una plática, Stefano la terminaba con monosílabos fríos, o incluso, con miradas juiciosas que obligaban a la más baja a mantener su boca cerrada. Por eso, cuando sus cuerpos se detuvieron frente al jardín, August suspiró con alivio.
