El último recorrido.

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Don Eusebio contemplaba con desazón a su hija

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Don Eusebio contemplaba con desazón a su hija. Cada pésame dado a ella era una puñalada que se hundía en el fondo de su ser. Sentía emanar su dolor al igual que en sus nietos. A diferencia de doña Carmela, el hombre tenía un corazón blando y generoso, amaba a su hija y nietos, y amaba la relación que ésta tenía con Arturo. Incluso le tenía cariño a William, a pesar de lo descarriado que era con su vida.

Siempre se sintió afortunado de tener a los hermanos como parte de su familia, pese a no compartir tanto tiempo con ellos, en especial con William, pues en parte, la figura de éstos llenaba en su corazón el estar lejos de su hijo menor, quien también había perdido el camino, aunque de manera más drástica a la de William.

Qué significado tan diferente era esa palabra ahora para él… Familia. Su mujer no era la compañera que un día fue, o quizás nunca fue la mujer que sus ojos veían, la mujer de la que un día se enamoró. Innumerables fueron las ocasiones en que pasó por su mente que solo permanecía junto a ella meramente por costumbre y cariño. Y sí, era su mente quien hablaba… su corazón se mantenía silente.

Con orgullo y pena a la vez, veía a su hija que pese a estar sumida en un dolor indescriptible, sacaba la fortaleza que el momento ameritaba, pero su rostro, su tono de voz, incluso su manera de mirar eran distintas, se apreciaba ese vacío que la muerte de Arturo dejó en ella. Un vacío y una huella imborrable no solo en ella, en toda la familia… en un pequeño pueblo.

—Hija, ¿por qué no te vas a la casa a descansar? —Don Eusebio se dirigía a Gertrudis, dado su evidente cansancio.

—No papá, quiero estar aquí, al lado de mi marido.

—Hija ve a descansar un poco, recuerda que ya mañana tenemos que sepultarlo, y tendrás que tener la fuerza para ese momento. Será duro para todos nosotros.

Doña Carmela, preocupada al ver el desgaste físico y sobre todo emocional que evidenciaba tanto Gertrudis como sus nietos, se sumaba a las palabras de su marido. Descansar sin duda no era la solución, pero si esa petición significaba el apartarlos, aunque fuese un par de horas de ese lugar donde el dolor emanaba por cada rincón, por cada persona, entonces valdría la pena.

—Tengo la fuerza suficiente como para estar aquí, —respondía sin embargo ésta, negándose a apartarse del féretro donde yacía su amado— y acompañarlo hasta el último minuto.

—Me llevaré a los niños entonces, necesitan descansar. —Concluía don Eusebio ante la negativa de su hija, intentando que por lo menos ellos pudieran descansar.

—Sí papá, es lo mejor. —Accedía ésta ante la propuesta de su padre— Hijos, vayan con su abuelo a la casa para que descansen un poco.

—¡Pero mamá, yo quiero estar aquí! —Trinidad era la primera en oponerse, cruzándose de brazos y frunciendo el ceño en señal de desacuerdo, posando su mirada sobre el féretro.

UNA NUEVA IDENTIDAD. (COMPLETA)Where stories live. Discover now