Noches perdidas.

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Con lo que el señor Riquelme no contaba aquel día, era con que John Michael lo buscaría para ofrecerle trabajo, aunque fuese solo por el día

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Con lo que el señor Riquelme no contaba aquel día, era con que John Michael lo buscaría para ofrecerle trabajo, aunque fuese solo por el día. Su felicidad simplemente no se podía traducir en palabras, bastaba con mirar el brillo en sus ojos para darse cuenta. Para un hombre de la calle que día a día debía sobrevivir, recibir caridad o en su defecto limosna, era una bendición tener la posibilidad de ganar dinero mediante un trabajo.

No cualquiera de buenas a primeras ofrecía algo así a un vagabundo, no obstante, John Michael era una persona diferente y una especie de protector para el señor Riquelme; por lo menos así lo sentía él. Tras dejar oculto el carro con las cosas que el hombre había acumulado para vender, comenzaron a caminar rumbo al taller, mientras John Michael le explicaba al señor Riquelme en qué consistía el trabajo, y le recordaba que recibiría una módica suma de dinero por el servicio prestado.

Aquello para el hombre era un pequeño alivio en su día, puesto que no contaba con dinero alguno en sus bolsillos. Su semblante había cambiado al ver que John Michael le tendía una mano en el momento que más necesitaba. Él lo consideraba su ángel guardián, ya que siempre aparecía en los momentos precisos para brindarle ayuda con algo de dinero para comer, a pesar de la manera tan especial que tenía para hacerlo. Ya en el taller, se reunían con el anciano, quien preparaba la mesa para comer algo antes de comenzar los trabajos.

—¡Hola mi amigo, —apenas lo divisaba, el señor Riquelme saludaba al anciano de manera cordial, una vez que ingresaba en compañía de John Michael al lugar— buen día!

—¡Cómo está señor, tanto tiempo! Llega justo para sentarse a la mesa.

—¡Pero por favor, para qué se tomó la molestia, ya es suficiente con que me den algo de trabajo el día de hoy! No debió tomarse esa molestia.

—No es ninguna molestia, —aseguraba el anciano, invitándolo a sentarse— además, no se puede trabajar con el estómago vacío. La comida no será la mejor del mundo, pero de que quita el hambre, la quita.

—¡Oiga yo también estoy aquí! —Alegaba por su parte John Michael, pues su tata no lo invitaba a sentarse, más que alegato, lo hacía meramente por molestar. (¿Acaso no piensa alimentarme este viejito, qué se cree?)

—¡Tú no eres visita muchacho, mejor pon los platos en la mesa para servir, la comida está caliente ya!

—¡Puta todo yo! —Alegaba mientras se disponía a sacar los platos y cubiertos del mueble donde se guardaban, acomodándolos sobre la mesa.

—Deja de alegar tanto, qué va a pensar tu invitado. —Le refutaba por su parte el anciano, al tiempo que le daba una palmada en la cabeza para molestarlo.

—¿Y qué me importa a mí lo que piense este viejo de mierda? ¿Cierto señor Riquelme que eso da lo mismo? ¡Apóyeme, apóyeme!

—Ya no me sorprende tu manera de ser y de hablar mi amigo. —Éste se acomodaba en una de las sillas que bordeaban la pequeña mesa, observando con cierto grado de ansias la comida que podría degustar. Con solo sentir el aroma ya se le hacía agua la boca.

UNA NUEVA IDENTIDAD. (COMPLETA)Where stories live. Discover now