Un nuevo destino.

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Luego de aquel café, que se extendió por cerca de media hora, salieron a dar otra ronda, pero esta vez por otro sector del cementerio, donde estaban sepultados quienes mejor posición social tuvieron en vida, y por ende, sus tumbas y mausoleos eran...

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Luego de aquel café, que se extendió por cerca de media hora, salieron a dar otra ronda, pero esta vez por otro sector del cementerio, donde estaban sepultados quienes mejor posición social tuvieron en vida, y por ende, sus tumbas y mausoleos eran más refinados, acordes a su poder económico. Tumbas esculpidas con el mejor mármol, pequeños floreros del mismo material y sus nombres tallados en letras de oro de 24 quilates lucían imponentes.

Los mausoleos por su parte, eran una verdadera joya arquitectónica, de dimensiones exorbitantes y con grandes puertas forjadas en fierro fundido. Los apellidos de aquellas acaudaladas familias lucían imponentes en la cúspide y en su interior, lo imaginable que el ser humado pudiera crear para ornamentar el espacio, desde llamativas fuentes hasta complejas estructuras que solo comprendían quienes en vida las habían diseñado. Pero ni toda esa riqueza había logrado eludir su destino cruel, pues también se encontraban en el más absoluto olvido.

Una nueva ronda los conduciría por los pasillos donde los nichos apilados unos sobre otros, eran tan altos que se unían con el firmamento. Las fechas esculpidas en la mayoría de los nichos, databan desde hace más de cincuenta años, y si ponías atención, lograbas distinguir que la mayoría había muerto de edad avanzada, sin embargo, había un sector donde los difuntos eran relativamente jóvenes.

Eran muy pocas las que a simple vista demostraban que sus seres amados supervivientes, sagradamente mantenían con flores frescas los floreros, pero otras, eran tan antiguas que incluso apenas se lograba distinguir el nombre del occiso. Y por supuesto, rondaron por el lugar donde se encuentran los más desdichados, aquellas almas perdidas a las cuales por registro solo se tiene un número, aquellos a quienes ni un solo familiar se dignó a reclamar, sepultados cual si fuesen solo una bolsa de basura llena de desechos, y que compartían lugar con todos aquellos que perecieron en el terremoto que el anciano describió.

Aquel lugar era la fosa común del cementerio, un lugar plano y enorme, adornado solamente con estacas enumeradas, un sitio sombrío y vacío. Lugar triste y abandonado, carente incluso de la mano de Dios. Las estacas eran innumerables, y en cada sector donde se hallaba una de éstas, se encontraban solo compartimientos de cemento, en cuyo interior había trescientas ánforas. Fue tal la cantidad de muertos durante el terremoto, que decidieron cremar los cuerpos para tener espacio suficiente donde poder sepultarlos.

Hubiera sido más fácil esparcir sus cenizas precisamente en el lugar donde perdieron la vida, pero las autoridades eclesiásticas decidieron que aquello sería una aberración, una interrupción al descanso eterno de esas almas que encontraron la muerte de manera trágica, por ello destinaron una suma importante de dinero para sepultar sus cenizas en un terreno santo. Sin duda este sector fue la parte más triste de ver durante el recorrido.

Sin darse cuenta, la noche había corrido entre rondas y café. Hasta que los primeros rayos de sol eran recibidos con la última taza de café entre las manos de los hombres. El trinar de los pájaros que recibían el nuevo día acompañaba el momento, y el frío implacable de la noche poco a poco comenzaba a ser parte del recuerdo. Pronto llegaría la hora de abrir las puertas del cementerio, y la paz en su interior sería interrumpida para que los pocos y devotos dolientes visitasen una vez más a sus seres queridos.

UNA NUEVA IDENTIDAD. (COMPLETA)Where stories live. Discover now