Bondad en el corazón.

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A la mañana siguiente, como ya era de costumbre cada vez que se quedaba a pasar la noche, John Michael era el primero en despertar

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A la mañana siguiente, como ya era de costumbre cada vez que se quedaba a pasar la noche, John Michael era el primero en despertar. Se levantó del viejo sillón y tomó un cojín que adornaba éste, relativamente ligero en su peso, dirigiéndose a la habitación del anciano, lenta y sigilosamente, abrió la puerta y le tiró el cojín en la cabeza.

—¡Ya, levántate viejo de mierda, me tienes que dar desayuno, tengo hambre! —Gritaba entre risas luego de aquel cojín lanzado.

—¡Muchacho del demonio, hijo de tu santa madre, —alegaba en el acto luego de tirar al suelo el objeto— cuando vas a aprender a despertarme como la gente!

—¡Ya, ya, ya, no alegue tanto y levántese, tengo hambre y hay mucho que hacer hoy, recuerde que hoy seremos carpinteros! Voy a comprar el pan por mientras. —Concluía John Michael, retirándose para realizar las compras en cuestión, y así darle tiempo de vestirse.

—¡Mocoso de mierda, —seguía alegando éste sin embargo— pero ya me va a tocar a mí, le voy a tirar un ladrillo por la cabeza, a ver si con eso se le ablandan los sesos!

—¡Te estoy escuchando viejo de mierda! —Le gritaba a lo lejos John Michael, antes de salir.

—¡Anda a comprar pan para el desayuno, ah, y no molestes al señor Riquelme, ya se ha quejado varias veces por tu culpa!— Le gritaba desde el dormitorio mientras se levantaba de la cama.

—¡Ah, medio susto, por tarugo lo voy a fastidiar un buen rato, así se queja con ganas!

John Michael salió en busca del pan para el desayuno, y llegando a la esquina se encontró con el señor Riquelme, a quien llevaba tiempo conociendo, tomándole un cariño especial desde el primer día. Todos en el sector conocían de sobra la trágica historia del señor Riquelme, quien en sus años mozos fue uno de los más acaudalados de la ciudad, pero para su desgracia, sus hijos y hermanos habían sido consumidos por la avaricia, y con mentiras lograron arrebatarle toda su fortuna, tirándolo a su suerte a las calles de la ciudad.

Esos actos en su contra lo hicieron perder la razón, deambulando desde aquel entonces sin un rumbo fijo. Llegó un buen día a las inmediaciones del sector donde se ubica el taller, y nunca más se apartó de ahí. John Michael se lo encontraba en las mañanas y le regalaba unas monedas para que el hombre pudiera comprar algo de comida, claro, no sin antes molestarlo un rato. No por querer burlarse de la situación del hombre, por el contrario, para intentar hacerle ver un poco el lado divertido de la vida, por muy triste y opaca que fuese su realidad. Con el correr de los días, poco a poco fue naciendo entre los hombres el cariño y respeto que hasta hoy sentían mutuamente, a pesar de las bromas de John Michael.

—¡Hola viejo de mierda, —soltaba eufórico John Michael al encontrarlo en su camino, quien lo recibía con una sonrisa— otra vez andas por aquí, ándate para tu casa mierda!

—¡Hola weón de mierda de amarillo! —Le gritaba éste, dándole un fuerte abrazo. John Michael lo recibía con gusto, pero rápidamente lo hacía a un lado, no porque le molestara un abrazo de aquel andrajoso hombre de calle, sino para molestarlo por las palabrotas que éste había pronunciado.

UNA NUEVA IDENTIDAD. (COMPLETA)Where stories live. Discover now