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Sin ser dueño de sus pensamientos, Arturo volvía a mirar hacia el exterior intentando ver si dentro del vehículo, sus ocupantes estaban o no despiertos, sin embargo, el polarizado de los vidrios se lo impedía

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Sin ser dueño de sus pensamientos, Arturo volvía a mirar hacia el exterior intentando ver si dentro del vehículo, sus ocupantes estaban o no despiertos, sin embargo, el polarizado de los vidrios se lo impedía.

—¡No si estaba pensando salir a despertar a los weones con un cafecito para avisarles que ya me voy! —Alegaba éste en el momento, siendo sarcástico en sus palabras— ¡De seguro están esperando que salga! (¿Tomarán con azúcar o endulzante estos weones? Anda tú y pregunta)

—Bueno hijo, que tu viaje sea satisfactorio, —la mujer tomaba el bolso preparado para el viaje y se lo entregaba— y que vuelvas pronto con tu familia. Aquí te estaré esperando, y no te preocupes, por mucho que me duela guardaré tu secreto. Que Dios te cuide y te guarde en tu viaje mi niño.

—Gracias tía, muchas gracias por todo. —Arturo le daba un fuerte abrazo y un beso en la mejilla, dejando escapar una pequeña lágrima ante la despedida— Y no se preocupe, volveré, es una promesa.

—Y recuerda, —le advertía ésta— Arturo está muerto.

—¡Por la cresta, y tiene que recordármelo!

Al llegar a la puerta titubeó por unos segundos, sin saber qué haría al cruzarla. En cosa de segundos el jeep se puso en marcha una vez que puso un pie fuera de la casa, y guardando distancia prudente lo siguió. Arturo notó esto, por lo que decidió apurar el paso, buscando la forma de perderlo antes de llegar a la plaza, pero por el momento no podía hacerlo. Nacido y criado en aquel lugar, conocía sus calles como la palma de su mano, por lo que sabía con exactitud qué camino tomar para evitar que siguieran sus pasos.

Comenzó a deambular entre las calles y pasajes, usándolas como un laberinto para su beneficio, y poco a poco la distancia entre él y aquel jeep se hacía más larga, al punto de lograr su cometido y perderlos de vista. Al verse seguro, tomó dirección hacia la plaza del pueblo, esperando que el autobús aún se encontrase. Los alegatos al interior del jeep ante la movida de Arturo no se hicieron esperar por parte de Federico.

—¿Dónde está este hijo de perra? —Federico observaba en todas las direcciones, sin dar con él.

—¡No lo sé, lo perdí! —Antonio era uno de los acompañantes de Federico, y se encontraba encargado de conducir el jeep. Había llegado hace unos días en el grupo que apareció en el cementerio. Él y Roberto, el tercer hombre que se encontraba dentro del todo terreno, habían sido los únicos en quedarse a apoyarlo.

—¡Maldito bastardo, nos engañó, el muy maldito nos engañó! —Gritaba Federico, dando golpes de puño al tablero del vehículo.

—¿Y ahora qué hacemos? —Preguntaba Roberto, observando a sus compañeros.

—¡Vamos, de seguro este bastardo irá a ver a su familia antes de intentar irse de este pueblo de mala muerte, si es así me encargaré de matarlo! —Resolvía con rabia Federico ante el engaño de Arturo.

UNA NUEVA IDENTIDAD. (COMPLETA)Where stories live. Discover now