capítulo 2

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Mi casa es rara. No en el mal sentido de la palabra pero, luego de estar 13 años sin poner un pie en ella, es extraño mirarla hoy con los ojos de una chica de casi 17 años y no como la niña de 4 años que fue llevada inconsciente a un hospital y que los vagos recuerdos que atesora en este desconocido lugar es cuando... ok, no recuerdo nada de aquí, y no quiero ser engañada por mi memoria que se empeña en crear recuerdos falsos.

— Traté de decorar tu habitación como la de una adolescente de 16 años pero, no sé si te guste. — me habla mi madre.

Yo tampoco sé si me guste, de hecho  no creo tener gustos. Ni he tenido opciones para elegir entre lo que puedo ver feo o agradable para la vista, desde que tengo uso de razón solo colores como el blanco, el azul o el verde han sido parte de mi campo visual y todo eso me recuerda a hospital.

Subimos las escaleras y mamá abre la puerta para mi. La habitación no está mal, pero, desde ahora sé que no soy una chica del rosa. Para mi gusto, que ya me doy cuenta que se está formando, creo que el rosa es muy de chica, y por alguna extraña razón, no me gusta.

— No está mal, me gusta. — miento, lo último que quiero es que mi madre se sienta mal.

— Gracias a Dios, estaba nerviosa. — confiesa. — Pero si quieres le puedes dar tus propios toques personales. — agradezco internamente esas palabras.

— Gracias ma. — sonrío.

— Por cierto, el lunes comienzas las clases. No te preocupes, no importa que el curso escolar esté adelantado, tú recibías las materias en el hospital así que te puedes integrar sin problema al plan de estudios actual.

Ok, esta es la parte a la que no quería llegar, la escuela. No sé si me sienta preparada para convivir con tantas personas a mi alrededor, no sé socializar y odio que me vean con cara de lástima. Sé que nadie me conoce, no saben de mi enfermedad o que he vivido mi vida en un hospital, pero, tengo miedo a ser juzgada, a que me conozcan y que rechacen lo que ven. Estoy de los nervios y el corazón se puso a mil por segundos, ay no, no quiero ir a la escuela, no quiero conocer gente, no quiero tener que decir hola, o alzar la vista del suelo para notar la presencia de los demás. En resumidas cuentas, soy una apática antisocial que prefiere vivir en su mundo dentro de su mente y hablar consigo misma, aunque no lo crean es divertido, ok, no lo es.

El fin de semana pasa volando. Mamá me llevó de shopping y descubrí que tengo un gusto "raro" para vestir, o al menos eso dice mi madre. Ropa negra, montón de ropa negra, color vino, violeta y gris complementan ahora mi guardarropa, pero la parte que más disfruté fue comprar las Converse y tres pares de botas que de solo mirarlas mi día se ilumina. Compré maquillaje, no mucho realmente. Mientras que mamá me traía labiales rosas y tonos nudes, yo solo era feliz con un lápiz de ojo y un delineador, pero, tenía que complacerla, era la primera vez que hacía compras con su única hija.
También vinieron algunos familiares a visitarme, me pareció algo hipócrita si les soy sincera, 13 años en el hospital y en la puta vida había conocido a la tía Cayetana y mi prima Dainelys, que por cierto, tiene mi edad y va a la misma preparatoria en la cual comenzaré mañana. ¡Puta madre!, mañana comienzo las clases, ayudaaaaaaaaa.

— ¿Puedo pasar? — la cabeza de mamá se asoma por la puerta de mi habitación.

Retiro los audífonos deteniendo la canción DDAENG de la rap line de BTS para poder prestar atención. ¡ah, por cierto! Un detalle importante de mi vida, es que desde los 12 años descubrí una nueva esperanza de vida, concebí una nueva forma de ver la vida gracias a esos maravillosos chicos, estoy agradecida infinitamente con el de arriba cuando la hija de Lara la enfermera se acercó a mi con su tableta y me mostró el camino a la felicidad, puede sonar egoísta, pero, si hoy tengo fuerzas para estar aquí, es gracias a ellos.

Inefable: Fuera de este mundoWhere stories live. Discover now