Epílogo

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Los días lluviosos se han vuelto mis favoritos. Amo el olor de la lluvia, la humedad del clima y el sonido al caer, pienso, no, afirmo que son de los mayores placeres de la vida. No me quiero levantar de la cama, estoy tan cómoda y calentita aquí bajo las cobijas que mi subconsciente se aferra a ellas. Una notificación en mi móvil llama mi atención, lo agarro de la mesilla de noche y sonrío al ver el nombre de mi prima. Es una foto de ella y Harry en Nueva York ya que era una de los mayores deseos de mi prima, y aprovecharon las vacaciones de la universidad para hacerlo.
Bostezo y me estiro, decido levantarme de la cama. El aire golpea mi cuerpo desnudo, tomo del suelo una camisa de Bruno y me la coloco; como es costumbre al pie de la cama hay una rosa blanca, sonrío cuando la llevo a mis labios para besarla y a la vez olerla.
Bajo a la cocina a por un café, por la ventana de cristal veo la lluvia caer con fuerza. Unos pasos conocidos se acercan, una sonrisa se posa en mis labios cuando Gnomo comienza a pasar su lengua por mis piernas, me agacho para estar a su nivel, aunque sinceramente ya no es la pequeña cachorra de antes.

— Buenos días mi amor. — le hablo con voz de niña pequeña. — ¿cómo amaneció la princesa de la casa? — juego con ella y la beso. No deja de mover su cola y a veces ladra de emoción.

Otra de las costumbres que ha creado Bruno es dejar en el collar de nuestra perrita una nota para mi. Abro el papelito en forma de rollo y muerdo mi labio inferior conteniendo la emoción.

"Despertar a tu lado es mi mayor fortuna".

Leo una y otra vez sus palabras, me hacen sentir tan especial y única que mi pecho se hincha.
Me sirvo un café con leche y crema de vainilla y aprovecho para llamar a mi madre mientras lo bebo.

— Ayer me quedé esperando tu llamada. — me dice a penas descuelga.

— Buenos días para ti también mamá. — sonrío con ironía.

— Agatha, te he dicho que no dejes de llamarme, me preocupo. — hay cosas que nunca fallan, por ejemplo, Katy sobreprotegiendome todo el tiempo.

— ¿Amaneciste bien mamá? — sigo ignorando sus palabras, es lo que hago para que deje de regañarme.

— Si mi princesa, pero te extraño. — su voz ahora es melancólica.

— Mamá, llevas dos años diciéndome lo mismo siempre que te llamo día tras día. — río.

— Para una madre nunca será fácil estar lejos de su hija. — me reprende.

— ¿Y Omar?

Se queda callada y eso me hace reír a carcajadas. Mi madre conoció a un hombre maravilloso, Omar, es argelino y me resulta gratificante que esté con él, la ayuda y apoya tanto, cosa que sé que necesitaba.

— Durmió en casa.

— ¡Epaaaa! — chillo riendo.

— Agatha, no comiences.

En estos dos años a pesar de la distancia, mi relación con mamá se ha consolidado aún más, tenemos una confianza de locos y nos apoyamos muchísimo.

— ¿Cuándo irá a vivir a casa? — bebo pequeños sorbos de mi café.

— No lo sé hija, es que, sabes que es difícil. Su cultura, religión, son muchos factores que están poniendo nuestra relación a prueba.

— Bueno, al menos ya asumes que tienen una relación, eso es un pas de avance. Ma, ¿te imaginas siendo musulmana? — le digo bromeando.

— No Agatha, no me lo imagino. Respeto sus creencias pero, no creo que luego de 38 años de mo vida pueda cambiar mi forma de pensar y adoptar nuevas doctrinas y creencias. — entiendo a lo que se refiere.

Inefable: Fuera de este mundoWhere stories live. Discover now