CAPITULO 17

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Había anochecido enseguida y el frío de la noche comenzaba a aparecer, nuestros estómagos comenzaban a reclamar algo de comida, por lo que, en la primera taberna que vimos entramos buscando una pequeña mesa libre, algo complicado en Madrid un sábado por la noche.

–Ahí hay una mesa libre. –dijo entre todo el alboroto del pequeño local.

Le seguí por detrás agarrándome del final de su camisa y esquivé a varias personas que se levantaban a pedir sin mirar a sus alrededores.

Entreabrió sus labios para soltar un suspiró una vez acomodados en los asientos de madera. La camarera nos atendió enseguida, pidió una cerveza y yo una Cola cero azúcares. Nos lo sirvió de inmediato acompañado de unas patatas para picar y nos volvimos a mirar.

Podría acostumbrarme a mirar esos ojos marrones.

–Entonces... ¿ya somos amigos? –dijo Oliver.

–Todavía no sé si eres de fiar. –bromeé.

–Me has roto el corazón. –dijo señalándolo con el dedo. –Así que no sabes si soy de fiar...

–Cuéntame un secreto. –dije apoyando los brazos en la mesa atenta a sus palabras.

–Yo no tengo secretos, soy un tío sincero.

–Algo tendrás que no le hayas dicho a nadie. Todos tenemos uno. Algo que si llegase a salir a la luz solo querrías que la tierra te tragase.

–Si te lo cuento no será un secreto. –insinuó.

–Que aburrido eres. –protesté.

–Como lo cuentes, tendré que raptarte y llevarte a un lugar donde nadie te conozca. –me amenazó riéndose. –A ver... joder que complicado es esto. Vale, cuando tenía cinco años, estaba obsesionado con... ya sabes...

–¿Con qué? –le interrumpí.

–Con... con los pechos. –murmuró.

–No te he escuchado.

–Joder, vale, cuando tenía cinco años estaba obsesionado con los pechos y bueno, una vez de excursión, en el autobús pues... le toqué las tetas a mi profesora. –dijo muerto de la vergüenza.

Mi risa llenó todo el local y la cara de Oliver comenzó a enrojecerse cada vez más. Yo le traté de mirar seria, pero fue imposible, volvía a darme un ataque de risa.

–¡No me lo puedo creer! –dije intentando tranquilizarme.

–¡Solo tenía cinco años! –trató de defenderse.

–¿Y qué te dijo tu madre? Seguro se quedó alucinada.

–La profesora habló con ella y bueno... imagínate su cara cuando se lo contó, estaba muerta de la vergüenza, no es muy normal que un crío de cinco años vaya haciendo eso. –Además, mi pueblo es pequeño, allí todos se conocen y ya sabes, los rumores vuelan, y algo como eso no iba a ser la excepción.

–Qué fuerte, eres increíble, mis secretos al lado de los tuyos son una basura.

–Te toca. Dime tu secreto más oscuro Ayla.

Escucharle decir mi nombre causo un cosquilleo en mi estómago que me puso aún más nerviosa.

–Cuando tenía catorce, tenía un profesor de inglés, se llamaba Jonathan y bueno, era guapísimo, y tuve sueños un tanto... eróticos con él.

–¡¿Durante cuánto?!

–Tres noches seguidas. –dije tapándome la cara con las manos.

–¿Y te gustó?

EL ÚLTIMO BAILE (EN FISICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora