CAPITULO 29

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Habíamos acabado los cuatro de siempre en el coche de Oliver de camino al conservatorio para ver el resultado de las pruebas para las audiciones, diferentes instructores de las escuelas más prestigiosas de ciertos países se habían reunido para deliberar quienes podrían elegir escuelas en las que seguir formándose en el mundo de la danza profesionalmente.

Los rayos de sol atravesaban los cristales y golpeaban mis ojos cerrados, la brisa acariciaba mi melena haciéndola revolotear por el cabecero del asiento mientras que la letra de Pegao que sonaba en ese momento en la radio resonaba en el coche.

Prometo que perdí el miedo

A esto de querernos

Contigo paseo el cielo...

Carolina protestaba entre dientes por los nervios y David trataba de tranquilizarla. Yo por el contrario tarareaba la letra de la canción intentado mantener mi mente en blanco y los nervios a raya. Ahora mismo el futuro estaba en la palma de mis manos, un paso en falso y todo acabaría hecho añicos.

–Mucha suerte, chicas. –gritó David desde las escaleras.

–¡Que salga todo bien! –escuché a Oliver decir antes de que nos alejásemos demasiado.

Le sonreí nerviosa y subimos los escalones rezando para que todo saliera bien. Llegamos a nuestra clase, había un pequeño folio colgado en la puerta y cientos de chicas y chicos rodeándolo, apenas podíamos ver nada, nos hicimos un hueco entre la multitud y fue ahí, en ese pequeño instante que supe que todo había valido la pena. Que todas las horas ensayando, las horas encerrada memorizando cada una de las notas de mi melodía los viernes sin salir habían merecido la pena por completo, porque ahora estaba lista para salir ahí fuera y bailar y brillar.

Ahí, en el segundo puesto estaba mi nombre, Ayla Francis, y cuatro puestos más abajo, Carolina. Todo estaba hecho, todo había salido bien.

–¡Carolina! ¡Lo hemos hecho! –grité emocionada.

–¡Lo hemos conseguido! –dijo abrazándome mientras dábamos pequeños saltitos de la emoción.

Le agarré de la mano y tiré de ella corriendo escaleras abajo hasta salir del edificio. La felicidad rebosaba en mí, aún no podía creerme que mi nombre estuviera en los primeros puestos de esa lista, que todo aquello por lo que tanto había luchado comenzaba a dar sus frutos.

Bajamos eufóricas aquellos escalones y fue casi de un impulso cuando me lancé a los brazos de Oliver abrazándole mientras él me giraba en el aire. Él tan sonriente como siempre y yo tan agradecida de que fuera él quien me sostuviera en todos los sentidos. Ni siquiera supe que decirle cuando me preguntó por la lista, no podía pronunciar ni una palabra de lo nerviosa que seguía estando. Enredé mis brazos alrededor de su cuello cuando me dejó de nuevo en el suelo y le miré, sus ojos brillaban y junto a los míos formaban las constelaciones más bonitas que jamás había apreciado.

–¿Puedo besarte? –preguntó con su voz ronca.

–Bésame hasta que vea nuestra estrella.

–Cariño, esa estrella lleva brillando mucho tiempo.

Y esa fue la forma más bonita de decirme «te quiero».

Fue un beso lento, de esos que no te dejan el sabor a miel y quieres repetirlos para poder saborearlos de nuevo. Fue un beso dulce e intenso, como si ambos hubiésemos estado reprimiendo las ganas de hacerlo desde el primer día. Nuestras lenguas se rozaron y su aliento a menta hizo ruido en mi boca, sus labios húmedos resbalaban en los míos y mis manos se enredaban en su melena. Nos separamos un segundo, apenas unos milímetros, nos sonreímos, nos reímos, y nos volvimos a besar como se besan dos personas que lo único que buscan es plantar las semillas de un amor real.

EL ÚLTIMO BAILE (EN FISICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora