CAPITULO 47

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Cuando vi que se acercaba la hora me levanté de la cama y busqué mis vaqueros confiables, ya sabéis, aquellos que no te quitas dando igual todo el tiempo que te los hayas puesto, los saqué del fondo del cajón de mi armario y me los subí dando unos cuantos saltitos para que se acomodaran bien, me coloqué una camiseta blanca y me recogí el pelo en una coleta mal hecha. No pensé demasiado, tampoco era un plan que recurriera a una gran vestimenta, simplemente íbamos a pasar el rato en el piso de David, cenando y bebiendo algo. Me coloqué mi mascara de pestañas y cogí mi bolso del perchero que tenía al lado de la puerta. Quité de cargar mi teléfono y avisé a Oliver de que ya salía de casa.

–¿Has estado esperándome mucho aquí abajo?

–Te esperaría, aunque tardases tres horas en ponerte esos vaqueros que tan buen culo te hacen. –me miró de arriba abajo y no terminó la frase. –Te quedan perfectos.

–Serás...

Aparcamos en la puerta y subimos por el ascensor, cuando llegamos Carolina ya estaba allí y fue quien nos abrió la puerta, me lancé a ella para plantarle un beso en la mejilla y saludé a David, quien estaba en la cocina con un delantal rojo cocinando algo que no reconocía.

–El delantal te sienta mejor que a mí. –le dijo Oliver dándole una palmada en la espalda.

–¿Has visto? –dijo él dando una vueltecita sobre sí mismo. –Sois unos afortunados, estoy cocinando mi plato estrella.

–¿El qué? ¿Albóndigas precocinadas de esas que vienen en lata? –Oliver se puso a su lado y comenzó a hacer gestos con la mano para que el aroma llegara a su interior.

–Gilipollas... –balbuceó. –Es mi tortilla personal, no probareis una mejor que esta, os lo aseguro.

–Mientras no nos intoxiques... –gritó Oliver desde el sofá en el que se había apalancado.

Al poco tiempo David caminaba despacio con el plato en la mano hacia la pequeña mesa que entre los tres habíamos colocado. Me ofrecí a partirla y nos servimos una porción cada uno. A decir verdad, tenía una pinta exquisita.

–¿Lleva cebolla? –pregunté.

–Por supuesto, qué es una tortilla sin cebolla? –contestó David emocionado.

–¡Madre mía! ¡Ves cómo nos quieres intoxicar! –gritó Oliver haciéndose el ofendido. –La tortilla de toda la vida de Dios es sin cebolla, añadirle esa... cosa, es arruinar una obra de arte. –intentó justificarse.

–¡¿Qué?! ¡Claro que no! –rebatí yo. –La cebolla le da su auténtico sabor, la tortilla sin nada no es lo mismo.

–Estoy con Ayla. –dijo David.

–No me lo puedo creer, sois unos inconscientes, es como si a la Monna Lisa le hubieran puesto una sonrisa, no es igual, pierde su esencia. –Oliver desvió su mirada a Carolina, quien comía tranquilamente sin mencionar nada. –Carol, ¿tú que dices? Dime por favor que estás de mi lado. Ya he perdido a mi novia, no quiero perder también a una amiga.

–Yo estoy con Oliver, la tortilla real es sin cebolla, la gente la decora, pero... no es lo mismo. Aunque cariño, está deliciosa.

–¡Vamos! ¡Sí, sí, sí! ¡Choca esos cinco Carol! –dijo levantando la mano y chocándola junto a la de mi mejor amiga. –Habéis escuchado eso verdad, no juguéis con la alta cocina.

David y yo negamos con la cabeza decepcionados por el mal gusto del resto y nos reímos entre nosotros. Miré a Oliver, quien me negaba con la cabeza y con el ceño fruncido, lo que hizo que me riera aún más.

–Eso que has hecho es una falta de respeto, Campanilla. Me has defraudado.

–Yo no he defraudado a nadie, eres tú que tienes mal gusto y poco paladar. – Oliver se llevó la mano al pecho de manera dramática y se deslizó por el sofá hasta acabar sentado con las piernas estiradas en el suelo.

Cuando terminamos de cenar David sacó unas cervezas de su nevera y las colocó en la mesa. Me acomodé en el sofá junto a Carolina y agarré el botellín que más cerca tenía para darle un sorbo.

–¿Ronda de preguntas? –sugirió Carol.

–Presiento que va ser intenso. –dijo David con la cerveza en la mano.

–Empiezo yo. –dijo mi mejor amiga después de darle un gran sorbo a su cerveza. –¿Alguna vez, lo habéis hecho, en un lugar público?

–Joder Carolina, ya me estabas empezando a dar un poco de miedo, no se puede decir eso de una manera tan seria. –protestó Oliver y seguidamente agarró su botellín y bebió.

Me giré al instante hacia él y le miré sorprendida. Claramente eso no había sido conmigo.

–Eliana era un poco... atrevida. –dijo antes de reírse a carcajadas.

«Yo también soy atrevida, ¿no?»

«No mucho».

«Ya empezamos, soy atrevida a mi modo».

«Deja de compararte».

Después de Oliver bebió Carolina.

–¿Carolina? –pregunté sorprendida.

–Ya sabes... uno de esos momentos que me escabullía. –me reí negando con la cabeza.

–Menuda fiera tengo como novia. –soltó David.

Durante las siguientes cuatro preguntas tampoco bebí, quizá porque había estado durante demasiado tiempo aislada perdiéndome miles de cosas sin sentido que mi mente calificaba como "importante".

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