CAPITULO 32

251 45 19
                                    




OLIVER

La quería, la quería más que a cualquier persona que pudiera amar en este mundo. Sus ojos brillantes miraban los míos con deseo, no deseo sexual, sino ese deseo con el que solo la persona indicada te puede mirar, el deseo de comernos el mundo, el deseo de vivir la vida de cualquier manera o en cualquier lugar, el deseo de pasar la vida como sea, siempre y cuando, la pasemos juntos.

Cuando el turno de David y Carolina terminó, nos despedimos de ellos y volvimos a mi apartamento en el coche. Me había acostumbrado a tener su compañía en mi piso, de repente aquel espacio que por tanto tiempo había parecido gris y aburrido ahora estaba lleno de colores vivos que brillaban cada día más. Sustituyó la ropa que llevaba por una camiseta mía que sacó de uno de los cajones del armario y yo dejé aquel traje que había alquilado a un lado de la cama, nos tiramos en el sofá viejo que tan incómodo me había parecido hasta que ella se tumbaba encima y todo resultaba ser un poquito mejor y hundió su cabeza en mi pecho mientras yo acariciaba su melena castaña y unía mi mano con la suya entrelazando mis dedos a los suyos.

–Todo esto Oliver... –dijo con la cabeza todavía apoyada en mi pecho dibujando líneas con sus dedos. –Todo esto es perfecto.

Ella volvió a apoyarse en mi pecho y continuó trazando líneas aleatorias.

–Sabes, nunca pensé que alguien me querría así. Siempre lo soñé, cada noche pensaba que a la mañana siguiente iba a ser así, pero no lo era, pero lo veía algo tan... tan imposible.

–¿Imposible? –contesté.

–Sí... no sé, bueno, mírame.

–Lo hago, créeme que lo hago. –hice una pausa y levanté su barbilla con mi mano. –Eres más bonita que las estrellas.

Sonrió de una forma tan cálida que llenó mi corazón de inmediato.

Al cabo de una media hora, Ayla se había quedado dormida en mi pecho mientras yo acariciaba su piel con las yemas de mis dedos. Traté de ponerme en pie sin despertarla y la sujeté en mis brazos hasta que llegué a la habitación, retiré la sabana y la tumbé en la cama, la arropé hasta la cintura y le besé la frente. Me tumbé a su lado y me acurruqué a su lado.

–Buenas noches, campanilla. –susurré pegado a ella.

Cuando los rayos de sol se colaron por la ventana vi que Ayla estaba con la cabeza apoyada en mi pecho y su brazo alrededor de mí, alargué el momento todo lo que pude. Hay momentos se graban en tu mente sin tener que fotografiarlos. Fue ahí cuando una idea nació en mí, retiré su brazo y me levanté en busca de mi cámara de fotos.

Le coloqué el mechón que caía por su rostro detrás de la oreja y amplié el zoom de mi cámara. Tenía algo, algo mágico que despertó en mí el primer día que la conocí y la fotografié con Carolina, era ella, sabía que sería ella desde siempre y para siempre, porque cuando quieres a alguien de una manera tan especial, ese sentimiento es imposible de olvidar, y sabía que estaría con ella hasta en los peores momentos, porque de eso trataba amar, de cuidar y mantener.

No sé cuántas fotos hice quizá no las suficientes tratándose de ella. Pero estaba preciosa. Su rostro relajado trasmitía paz, de esa que solo encuentras cuando te sientes como en casa. Porque yo podía tener muchas cosas, un trabajo que me gustaba, un apartamento pequeño donde dormía y un amigo que se había convertido en el más especial desde que le conocí. Y a pesar de tener todas esas cosas, solo cuando estaba con ella, me sentía en casa, en un refugio.

EL ÚLTIMO BAILE (EN FISICO)Where stories live. Discover now