CAPITULO 50

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–¡Oliver! ¡Me han aceptado! ¡Me han aceptado en una de las mejores escuelas de París!

Mi sueño, ese que tan lejos pero a la vez tan cerca estaba hacía apenas unos mesas se había hecho realidad, ahora podía tocarlo con mis propios dedos.

–Sabía que lo lograrías. –dijo sujetando mis mejillas con sus manos. –Sabía que podrías lograr todo aquello que te propusieras.

Un cumulo de emociones recorría mi interior de los pies a la cabeza, el sentimiento de emoción y de miedo tocaba la puerta y solo me quedaba ser valiente. Sin embargo, cuando crees haber reformado tu vida por completo tocan a la puerta y todo se desmorona a tu alrededor.

–Ayla sé que ahora mismo tu cabeza no da crédito a todo esto, pero lo has conseguido, tienes en la palma de tu mano todo por lo que tanto habías trabajado así que sujétalo bien y disfruta. –dijo Oliver con sus manos sobre mis hombro mientras me miraba ilusionado.

–Sí, lo sé, pero, que será de nosotros si al final no voy a estar. –mis ojos se entristecieron y traté de ocultarlo desviando la mirada de los suyos.

–Ayla, es tu sueño, es lo que has querido durante toda tu vida.

––ni si quiera sé que decir.

–Solo son tres años, se pasarán rápido. –dijo él sujetando mis mejillas.

–Quiero esto, y también te quiero a ti. –mis manos se apoyaron en sus hombros y recorriendo la tela de su camiseta hasta llegar a la espalda, me aferré con fuerza a él y solo dejé que los minutos pasaran.

Nunca había imaginado que una persona pudiera convertirse en tu propio refugio, en tu hogar, ese sitio seguro en lo que todo lo demás deja de tener importancia durante unos minutos y solo existe la calma. Nunca me habría imaginado que Oliver se convertiría en mi hogar.

–¿Cuándo sale tu avión? –preguntó.

–Mañana por la mañana a las nueve.

–Todavía tenemos tiempo de pasar nuestro último día juntos campanilla.

Le abracé tan fuerte como pude, le abracé hasta que su olor se quedó impregnado en mi ropa, en mi mente. Le besé hasta que el sabor de sus labios comenzó a saberme a poco y tuve que necesitar más. Hasta que el sabor a menta mezclado con dolor a las despedidas inundó mi boca.

Esa noche nos fundimos el uno con el otro, fuimos como dos niños que se besan por primera vez, nos acariciamos hasta que nos rompimos y le agarre con tanta fuerza que solo quería poder llevarme una parte de él. Nos tumbamos en la cama y por primera vez, fuimos dos personas con miedo al amor, con miedo a la distancia y con ganas de quererse para toda la vida. Fuimos dos personas en una.

Hicimos el amor durante toda la noche, como solo lo pueden hacer dos personas que se quieren.

Nos quedamos dormidos sobre las dos de la madrugada, piel con piel, sin ningún obstáculo que impidiera que mi cuerpo se rozara con el suyo. Solo nos cubría una fina tela, su brazo rodeaba mi cuerpo como si no me quisiera soltar nunca y fue ahí, fue ese instante cuando tuve el sentimiento de saber que Oliver sería la persona con la que quería vivir mil aventuras, pero también balancearme sobre los riesgos de su mano y vencerlos. Porque el amor era así, un columpio de emociones que tenía que ir a la par, dos balancines que trataban de seguir el mismo ritmo, sin embargo, cuando uno se paraba, había que tomar una decisión, parar en seco y comenzar de nuevo los dos, o seguir columpiándote sabiendo que la persona a la que quieres se quedaría por el camino.

A la mañana siguiente me acompañó al aeropuerto, pasamos por mi casa para recoger la maleta que había dejado preparada días antes y me llevó en su coche hasta donde sabíamos que sería el fin del mundo.

Bajamos los dos y recorrimos aquel edificio de la mano esquivando a todas las personas que se iban y volvían, esquivamos a todas las parejas que se reencontraban y también a las que se despedían. Porque así eran los aeropuertos, un cofre de sueños rotos y de historias para contar.

Me acompañó hasta el final de camino, nos miramos, lloramos y nos besamos con el sabor amargo que te deja el amor, me beso la frente, las mejillas y las manos.

Sabía que lloraría durante el vuelo, que echaría de menos su sabor y que siempre le llevaría en mi corazón.

–Nos volveremos a ver campanilla. –dijo con los ojos aguados.

Las lágrimas se derramaron por mi mejilla y mi corazón se paró.

–Nunca te dejaré ir. Te esperaré.

–Oliver. Te quiero. –dije antes de despedirme de él.

Y así fue, esa fue la despedida más dolorosa que había tenido durante toda mi vida. Porque, aunque nos despidiéramos en ese momento, en esos minutos exactos en los que la gente pide deseos, sabíamos que esto no acababa aquí, que los kilómetros solo sumarían algo a nuestro pequeño y gran amor.

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Espero que os haya gustando el capítulo hoy💘⭐️🌷📖🌼

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