Capítulo 21; "Bastard"

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TRANSCURRIERON días... probablemente semanas en los cuales Aemond al principio no abandonó su aposento, el personal del castillo únicamente ingresaba para darle sus comidas. Varias doncellas decían que estaba de un humor insoportable, tanto que en un día terminó arrojándole toda la bandeja con alimentos a una de ellas. No se disculpó, sólo se fue de la sala y se volvió a perder en el interior de su recámara.

El príncipe progresó días después, salió de su aposento para volver a retomar su entrenamiento y durante su ausencia los sirvientes se apuraban para prepararle el baño. Nada más. No frecuentaba a absolutamente nadie. Su tiempo se consumía en permanecer de pie contra las piedras del balcón de su cuarto, mientras miraba perdidamente el pueblo de Desembarco del Rey, pero siempre en dirección al Norte. Entre una de sus manos, se encontraba acariciando con la yema de sus dedos la madera de una figurilla de la cabeza de un lobo. Aerith lo había traído con ella desde el Norte como un recuerdo y ahora se había convertido en el de Aemond.

¿Qué estaría haciendo? ¿Sonreiría? ¿Estaría feliz con su familia? Sí, no podía ponerlo en duda. Aerith era una mujer amada de todas las formas posibles, se lo había ganado después de todo, ella era una joven con un gran corazón de oro. Cuantas veces le había recriminado por esta actitud tan suya que al final de cuentas Aerith terminaría por convertirse en una de sus más grandes debilidades.

La extrañaba a horrores, era un dolor tormentoso y desgarrador. No encontraba motivación alguna dentro de ese pozo sin fin.

Tenía la urgencia de largarse, tomar a su dragón, buscarla y huir juntos hacia tierras donde absolutamente nadie pudiese identificarlos. Soñaba con ello de manera ciega.

Su sesión de apreciación al panorama es interrumpida para cuando alguien llama a la puerta y poco después escucha como las puertas son abiertas y cerradas. La Reina había ingresado al aposento de su hijo a pesar de que el hubiese instruido lo contrario.

— Aemond. —musita suavemente y un poco bajo. El mencionado la escuchó, pero no giró a verla— El Rey ha preguntado por ti. No te ha visto en semanas.

— Lo sé. —habla él con la vista al frente, no agrega algo más.

— Es tu padre. —Alicent lo ve consternada— Está enfermo... cada vez más y lo alegrarías si fueras a darte una vuelta por su aposento. Hay personas que no tienen que pagar por lo que ha pasado.

El príncipe sonríe falsamente y a duras penas se vuelca a encarar a su madre.

— ¿Para qué? —la ve con el ceño fruncido— ¿Qué explicación voy a darle cuando me pregunte sobre Aerith? —su ojo violeta la ve con esa llama de rabia que aún no lograba apagarse desde ese día. —Sabes que preguntará por ella o quizás ya le habrá preguntado a Helaena.

La Reina agacha su mirada.

— Lo hizo. —contestó. —Le ha dicho que regresó al Norte pro voluntad propia, Viserys dijo que, no la culpaba... Creo que supuso lo que ocurrió. El ambiente y el aura del castillo no es el mismo desde que Aerith dejó la Fortaleza. Es más frío, gris y triste. —continúa con sus orbes clavados en su calzado— Estoy muy avergonzada por todo lo que ocurrió. No soy capaz de siquiera mirarte a la cara. —hace una breve pausa— Yo... sabía lo del primer té, pero nunca permití que lo bebiera. Realmente adoraba a Aerith con mi corazón, hijo. —le aclara en un hilo de voz—Hablé tantas veces con tu abuelo para cambiar su forma de pensar. Hasta que ocurrió lo de la fiebre y su aborto... —su voz se quiebra, ahora todo coincidiéndole con aquella mancha de sangre que tenía su pequeño camisón entre sus piernas—Después de eso, yo ya no supe nada. Mi padre ya no me compartió ninguno de sus planes porque sabía que no iba a estar de su lado. Entonces pasó lo de los mercenarios y lo último que sabemos.

El Llanto del Lobo;  Aemond TargaryenWhere stories live. Discover now