Capítulo 22 (II)

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(2016)

Sonreí ligeramente al ver que Amapola tenía los ojos cerrados y aparque mi carro. Bajé, di la vuelta y me incliné para cargar a mi novia con cuidado de no herirla o despertarla.

Caminé a la puerta oyendo a Amapola balbucear cosas apenas audibles y toqué tres veces.

Me abrió una chica muy guapa de ojos verdes, la cual seguramente tenía unos pocos años menos que mi novia.

—¿Eres familia de Amapola?

Ella asintió mirando con preocupación a su hermana.

—¿Puedo entrar a dejarla sobre su cama? —inquirí tratando de sonar amable, aunque no se me daba bien.

La jóven de ojos verdes asintió y me guió por la casa. Pase por la mirada confusa y curiosa de varias chicas hasta llegar a dejar a mi novia.

—Que sueñes bonito, Amla —susurré y besé su mejilla— Me voy a casa.

Vi a Amapola sonreír y salí bajo la mirada de las demás chicas.

—¿Quién eres? —cuestionó una pelirroja que vestía como chica mala—. Me gusta tu estilo, guapo.

—Soy el novio de Amapola.

Todas se quedaron en silencio con expresiones desde asombradas hasta serias.

—Lástima —dijo la pelirroja—. Soy Margarita.

—No le hagan preguntas —pidió seguramente la mayor—. Puedes irte.

Asentí sintiéndome raramente cohibido por tantas miradas amenazantes y salí de allí.

...

(Al día siguiente, pov Amapola)

—Buen día —saludé caminando al baño con jaqueca.

No recibí ni un solo hola y todo estaba sospechosamente callado. Fui a la cocina y encontré a mi madre adoptiva bastante pensativa.

—Mamá, ¿qué hay de desayuno? Tengo que traba...

Fui callada por una fuerte bofetada que me hizo girar el rostro y terminar de despertarme.

—¿A este punto llegas?

—No entiendo —balbucee frotando mi mejilla.

—Llegaste súper borracha. ¿Es esto lo que aprendiste?

Negué lentamente. María jamás fue mal ejemplo, ni siquiera bebía o decía palabrotas.

—¿Tienes novio?

Abrí mi boca por la impresión y luego de cerrarla asentí.

—Él no parece buena persona.

—¿Lo viste? —interrogue perpleja.

—Te trajo y te entro a casa hasta tu cama. Por las pintas que traías seguramente no fue lo único que hizó.

Cerré mis ojos intentando recordar lo sucedido pero solo tenía fragmentos en mi mente.

—Él no me hizo nada —aseguré—. Yo bebí mucho y me puse a bailar, fue eso.

—¿Por qué bebiste? —inquirió muy seria.

—Quería relajarme y olvidar un poco el trabajo.

—Ve a tu habitación y reflexiona. Hoy no sales de casa.

Abrí mis ojos y tras asentir obedecí en silencio la orden de mi madre. Me dolía ver la decepción en su rostro. Prefería que me abofeteara porque eso dolía menos.

Ese día reflexioné y supe que debía hacer algo.

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