Parte 29.

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Lo que sucedió después se desarrolló muy aprisa y los hechos acaecieron a un ritmo frenético. Los papás de Lauren llegaron y aunque el padre quiso hacerse cargo de los trámites para el funeral, Lauren no se lo permitió.

_Amor, puedo jurar que a Tay no le gustaría que tuvieras que pasar por eso. -Le dijo Camila cuando ella se preparó para ir a hacer el reconocimiento del cadáver en la morgue y que se lo entregaran a la funeraria.

_Necesito ir, Camila. -Le dijo en tono sereno. 

Llegó cuarenta minutos más tarde al depósito de cadáveres sola, porque no permitió que nadie la acompañara. Ingresó al lugar cuando un funcionario le preguntó si estaba lista y ella asintió que sí. Se encontró en un enorme sitio de compartimentos metálicos, pulcros y con un olor particular que se metió en sus fosas y se alojó en algún recóndito lugar de su cerebro y la perseguiría por muchos años. El hombre abrió la puerta de uno de esos compartimentos, dentro, Lauren pudo ver un bulto blanco acostado en la plancha metálica y por alguna razón pensó que era como un lienzo como los que usaba ella para sus pinturas, sin usar. Se podía distinguir la silueta de su cuerpo con las manos cruzadas sobre el pecho. El hombre abrió la bolsa blanca y entonces la vio. Sonreía estruendosamente sacudiendo el cuerpo y echando la cabeza hacia atrás. La vio corriendo y riendo a la vez por las calles de Siracusa para llevarla hasta el colegio antes del toque de queda. La vio saltando en la playa con el cabello alborotado por la brisa y gritando que tenían que meterse al agua. La vio mientras se despedían en la puerta del piso con la promesa de verse el miércoles...

La vida era una mierda. 

En efecto, ese día era miércoles y el encuentro había tenido que suceder en ese frío lugar, de esa manea. 

La vida era una ironía mordaz y cruel.

Se agachó y la miró detenidamente. Un pequeño orificio se le veía a nivel de la sien, por lo demás su rostro lucía intacto, sus facciones se veían relajadas, tranquilas, como si durmiera. La llamó con suavidad por su nombre y le tocó en el brazo. La rigidez y el estado gélido no la amedrentó, ascendió la caricia hasta llegar a su mejilla y la apretó. Su hermana solo era un recuerdo de lo que fue hasta ese desafortunado domingo. Depositó un beso en la frente por largos segundos y luego le dijo al oído en un susurro íntimo:

_Perdóname, Tay. -Sentía que le había fallado por no darle la oportunidad de que le contara la clase de relación que tenía con la bestia asesina, quizá si la hubiese visitado más veces se hubiera abierto a contarle que la tenía intimidada, quizá si la noche de la reunión hubiera insistido, ella habría terminado por confesarle todo, quizá si ella no hubiese querido protegerla siempre, no habría temido contarle la realidad que estaba viviendo.

_¿Es todo? -Le preguntó al funcionario cuando se irguió.

El hombre le tendió los documentos para que los firmara y una vez lo hizo, él cerró la bolsa blanca, introdujo la plancha y cerró el compartimento dejando a su hermana en la oscuridad helada, generando en ella un rencor sórdido, un odio más fuerte que su propio ser, que selló las canillas del llanto y que le impidió derramar una lágrima en lo sucesivo.

Al día siguiente la despidieron en el cementerio woodlawn, sus amigos cercanos presentes, algunos compañeros de trabajo, por supuesto sus padres, Camila, Grace, Madison, Kim, Ross, Tom y Nick, que pidió permiso especial para apoyar a su hermana y su cuñada.

¿Cómo seguir?

Cada uno tenía que continuar su propio camino, sus padres volvieron a sus ciudades porque pese a que quisieron quedarse para acompañarla, ella se negó.  Tenía que averiguar cómo lidiar con la rabia que sentía, también estaba la agonía de saber que Tay no tendría la oportunidad de hacer el viaje que soñó, ni de tener hijos, ni de alcanzar las metas laborales, todo el mundo continuaría con la vida, menos Tay.

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