Parte 30.

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Como si se tratara de un caracol, que con solo rozarlo se refugia dentro de su caparazón, Camila se concentró en sus deberes académicos y a trabajar con Clariss, quien notó el cambio positivo en ella y le ofreció ser becaria en el canal en el que ella trabajaba. Por supuesto aceptó y empeñada como estaba en evitar hundirse por la ausencia de Lauren, se dedicó de manera feroz a trabajar y se aferró a esa oportunidad laboral para no pensar en el infierno que vivía cuando pasaban los días y no recibía noticias de ella, que no respondía a sus llamadas y que ni siquiera le enviaba un mensaje de texto. Pasaba los días estudiando los asuntos de su carrera, o los idiomas que se había enfocado en aprender o cumpliendo con las tareas encomendadas en el canal. Cuando tenía tiempo se juntaba con Kim o con Ross y Tom y trataba de mantener la fe en Lauren, entendiendo que necesitaba recuperare y que volvería. Trataba de confiar en que aquellos ojos volverían con ella porque si no lo hacían, sería como renunciar a sí misma.

Lauren llegó a Miami y encontró que la vida no era mejor que en New York y que el cariño que le prodigaron sus abuelos o su madre no eran más reparadores que el amor de Camila. Tan pronto pisó la ciudad quiso regresar, pero decidió quedarse para no seguir sacrificando a Camila. No quería que se consumiera junto a ella. No quería que sufriera por una herida que no era suya.

Los primeros días la llamó y tuvieron cortas conversaciones, pero con el paso de los días mientras estaba bebida prefería no responderle para no intranquilizarla. Cómo lidiar con esa sensación de egoísmo y a la vez de protección. De coraje y de debilidad. De coherencia y de incoherencia. Necesitaba a Camila para sentirse viva, pero necesitaba mantenerla lejos para que ella viviera. No podía seguir hablando con ella y decirle que la amaba cuando la hería con su falta de ganas por vivir. No podía seguir amando cuando estaba muerta. Camila merecía vivir la vida bien, vivir el amor bonito, ser una profesional completa. 

Qué difícil resultaba tomar buenas decisiones.

Había días en los que se sentía estúpida y entonces la llamaba unos cortos minutos, pero luego volvía a sentirse cruel e inhumana por seguir usándola como un paño tibio para sus dolores. Se estaba volviendo loca. Estaba loca. También estaba exhausta.

_Estarás bien, Lolo. -Le repetía constantemente su abuela. _No dejes de notar que la vida es bella y dulce. 

Lauren no le respondía nada por no faltarle el respeto, pero el odio sordo que tenía dentro le decía que la anciana sufría demencia, porque la vida no es más que una mierda amarga, una ilusión en la que se permanece mientras llega la muerte sin anunciarse. Cada vez que recordaba cómo había sido la última vez que vio a Tay, se lamentaba por no haberla abrazado por más tiempo en esa despedida, pero lamentaba más no haberla convencido de que se quedara a dormir en su piso. Quizá si se hubiera quedado, al día siguiente en el desayuno habrían hablado pausadamente y de pronto ella le hubiera contado el acoso que estaba viviendo, quizá entonces no habría encontrado su final ese día.

Muchas veces se preguntaba si existió alguna manera de arrancarla de las garras de la muerte o  si el maldito destino ya había decidido negarle a Tay la oportunidad de cumplir su sueño de viajar, de hacerse adulta, de envejecer. Constantemente repasaba los días que compartió con Tay y la bestia asesina, y trataba de encontrar algún indicio que le indicara la posible amenaza que él significaba. Cómo era posible que nadie se dio cuenta del peligro que él representaba. A ella nunca le cayó bien, siempre le pareció demasiado celoso y posesivo, pero nunca lo pensó como alguien capaz de cegarle la vida a quien decía amar.

 ¡Que ilusa e inocente!

Habían pasado dos meses desde el día trágico y se encontraba mal. Se lo había hecho saber a su madre. Le dolía el pecho, el estómago, las piernas, la espalda. No podía dormir si no tomaba somníferos. Había dejado de beber porque se había cansado de buscar en la bebida una cura que no existía. Ahora sólo bebía agua helada para el calor sofocante de Miami y le dijo a su madre que el olor de la cerveza le había empezado a producir náuseas. Seguía estando taciturna, distraída como si su mente estuviera en New York o a kilómetros de distancia en una niebla que le impedía ver con claridad el porvenir. Ese odio que habitaba dentro de ella la hacía ser contestataria, buscar pleito con cualquiera, incluso conducía como un demonio esperando confrontar a la policía y discutió hasta en la fila de la caja en el super mercado. 

SeculorumWhere stories live. Discover now