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San Petersburgo era por mucho, el corazón del vasto territorio ruso. En las orillas del Neva, sus edificios históricos parecen competir con los palacios de grandes cúpulas que serpenteaban también cerca del rio.
Los tranvías y los carruajes cruzan las calles adoquinadas, mientras los transeúntes se sumergen en el bullicio de la vida urbana. Y desde su llegada a la familia Hasmet, Ethan llego a pensar que jamás podría ser testigo de otra arquitectura igual de exquisita que la otomana.
La ciudad, con su esplendor arquitectónico y su vibrante vida urbana, era más que un escenario pintoresco; era el epicentro del poder de la Bratva desde hace ya tres años. Y desde hace un mes, se volvió la sede principal de las reuniones importantes de La Gran Mesa.

Yusef había señalado que, por lo general, las reuniones y tratados se llevaban a cabo fuera de las capitales donde las mafias tenían su base. Sin embargo, con la ausencia de Assaf en las últimas semanas y la desaparición de Alexander Cariporsi en suelo turco, las amenazas de un posible ataque de la Ndrangheta iban en aumento. En consecuencia, la Triada había ofrecido su respaldo. El debilitamiento de la Corsé y su casi total destrucción a manos de los Hasmet habían encendido las alarmas, poniendo en peligro el frágil acuerdo existente.

La Bratva intervino para preservar su sólida relación con Assaf y asumir el control de la situación. Estableció una orden para las otras dos organizaciones, indicándoles que se limitaran a actuar según sus posiciones, claramente subordinadas tanto a la mafia rusa como, especialmente, a La Roja.

Nikolai Michajlov era un alfa al que Ethan había empezado a estimar demasiado, y más allá de las palabras buenas que Assaf siempre usaba cuando hablaba de él, sabía que era un líder que perpetuaba el orden sobre todas las cosas. No era tiempo de guerra, él y Ethan lo sabían muy bien.

—¡Un omega en la Gran Mesa! ¡Que burla! —la voz de Qing Xiu ocupo toda la sala de jade, haciendo temblar levemente el candelabro de azulejos arriba de la gran mesa de roble.

Ethan se mantuvo imperturbable ante el desprecio evidente en la voz del líder de la Triada. La presencia de un omega en la Gran Mesa era algo inusual—si bien recuerda era el primero—y aunque las parejas de los alfas que lideraban los grupos debían ser tratados con el mayor respeto y estima, él sabía que levantaría suspicacias entre los líderes presentes.

—Respeto las tradiciones de la Gran Mesa, pero la presencia de La Roja aquí hoy no debe ser interpretada como una burla, sino como una demostración de nuestro compromiso con la estabilidad y la cooperación entre nuestras organizaciones —declara Ethan con firmeza, logrando sacar una sonrisa de aceptación por parte de Nikolai.

—¿Compromiso? Permítame recordarle, Hürrem, que uno de los omegas principales de mi clan aún sigue desaparecido —Davedi Cappellari era el centro de este problema. Alexander ni siquiera está emparentado con él, y Ethan sabe que, aunque sea el sobrino de Franco Ricci, su mano derecha, a este último le importa poco el paradero de uno de los mellizos de su familia.

—La búsqueda por el joven Cariporsi no ha menguado en lo absoluto. Señor Capellari, usted más que nadie debe de saber el alcance de la tecnología en nuestras manos.

La densidad en su voz funcionó lo suficiente para que Davedi se retorciera en su asiento con molestia. La mirada afilada de Ethan se encontró con la del alfa, y por un instante, el silencio se apoderó de la sala mientras los líderes presentes evaluaban la tensa situación. A la altura donde se encontraba, podía observar con claridad cómo los hombres de compañía detrás de cada líder llevaban las manos a las fundas de sus armas. Por el chasquido detrás de él, supo que Yusef y Jack probablemente estaban haciendo lo mismo.

—No me malinterprete, Hürrem, no desestimo la fuerza de La Roja, mucho menos su papel en ella —dijo Davedi con un tono que pretendía ser conciliador, aunque la tensión seguía presente en su voz—. Como vemos, ha cumplido muy bien hasta ahora.

Mafia RojaWhere stories live. Discover now