I

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Los golpes en la vieja madera de la puerta hacen resonar por todo el pequeño edificio.

Con mala gana, un pequeño IMP se levanta a abrir la puerta, para encontrarse con un hombre de blanco traje, al igual que su sombrero, el cual tiene una serpiente posada, y un bastón con una manzana en lo más alto. El recién llegado tiene la cabeza baja, sin dejarse ver el rostro.

—Buenas noches –saluda el hombre —. Disculpe, pero quisiera ver al pecador Alastor.

El demonio no parece inmutarse, y en cambio, sólo examina al desconocido.

—Sí, oye, amigo, es media noche, ¿no puedes esperar a la mañana? Está cerrado, vuelve después –Está a punto de cerrar la puerta de nuevo, pero el pie del hombre lo detiene, lo que no le gusta nada al IMP, quien suelta un gruñido.

—Lo sé. Pero es urgente. Quiero verlo ahora. –Levanta la cabeza, dando su rostro a conocer —Tu rey te lo ordena.

El IMP se da una palmada en la cara, del lado donde una cicatriz blanca recorre la mitad de su rostro, y da un suspiro de fastidio.

—Bien, sígame.

Después de cerrar la puerta, se dirigen al interior del edificio, que, aunque desde afuera se note pequeño, en realidad el interior es bastante espacioso, siendo apenas ocupado por un par de sillones, unas puertas que llevan a ni Dios sabrá donde y una que otra taza tirada por el suelo.

Un par de escaleras hacia arriba, en el tercer piso, y ya se encuentran frente a una puerta de metal color carmín.

—¡Jefe! –grita sin cuidado el IMP, tocando agresivamente la puerta —Tenemos un visita...especial.

Unos segundos pasan para que la puerta se abra por sí misma. El gobernante del infierno espera a que el demonio pase, pero nunca llega ese momento, en cambio, se queda junto a la puerta, esperando.

—¿Va a entrar o no?

Eso lo confirma. Él no iba a entrar. ¿Será por miedo?

Lucifer toma coraje con un asentimiento, entrando a la oficina a paso seguro, como si suyo fuese el edificio.

—Buenas noches, señor –se escucha decir a una voz cuando entra.

Al mirar en dirección de la voz, logra divisar un escritorio perfectamente ordenado, o bueno, eso se podía suponer, en realidad, no alcanza a verlo por completo, pues toda la oficina está sumergida en la oscuridad.

—¿Qué lo trae por aquí a alguien de tan alto rango cómo usted, majestad? –Se ven a unos ojos rojos relucir entre las sombras.

—No vengo a admirar la estructura, eso es seguro –mira con desdén hacia las paredes, no es arquitecto, pero se veía a simple vista que el edificio no estaba construido correctamente. —¿A qué será que vengo? ¿Puedes suponer?

Los ojos rojos sueltan una risa que hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Lucifer.

—Disculpe, simplemente estoy sorprendido de que mi humilde negocio llegara a oídos de la realeza. Me siento halagado –El cuerpo se mueve y se dirige hasta un interruptor, luego, enciende la luz, dejando ver a un demonio de cabello rojo con puntas negras, traje rojo por igual, orejas de venado, y, algo que le llamó mucho la atención a Lucifer, una cintura que, si no la viera con sus propios ojos no la creería existente. —Dígame, ¿qué puedo hacer por usted?

El ángel caído suelta un suspiro, repasando lo que va a decir, a pesar de haberlo hecho todo el camino hacia el negocio y antes de salir de su hogar.

—Necesito que busques a alguien por mí. Alguien importante.

La sonrisa del pecador se aplia más, dando una escalofriante imagen.

—¿Y esa persona sería?

—Mi esposa, Lilith

El pecador vuelve a reír.

—Uh, la reina del infierno –Se da la vuelta, dirigiendose detrás de su escritorio para abrir un cajón y sacar un sobre enorme —¿Tiene alguna pista, majestad? ¿Un indicio? 

El humor del gobernante baja notoriamente, llegando a abrazarse a sí mismo. Esto, al ser notado por el pecador, abre otro cajón y saca otro sobre, buscando rápidamente algo en específico.

—No, me temo que no. Ella solo...desapareció, sin pistas, sin notas, nada. Cómo si simplemente ella hubiera desaparecido de la faz del infierno. –Lucifer nota como Alastor frunce el ceño —¿Sucede algo?

Un sonido de disgusto sale del pecador.

—No es nada que no pueda resolver, eso es seguro. Pero... –se le ve dudar de su respuesta. Su vista ni siquiera está puesta en Lucifer, sino, fijamente en el papel que sacó del sobre, leyendolo.

Un fuerte sonido distrae a dicho pecador, volteando a ver al gobernante, el cual, se encuentra de rodillas en el suelo.

—¡Por favor! ¡Ya lo he intentado todo! ¡He consultado a cada alma del infierno, a cada detective! Por favor... –Dice casi sollozando.

El pecador mira con asco la escena que el gobernante está montando, pero bueno, no era la primera y tampoco sería la última vez que alguien llegaría rogando de esa manera.

—Majestad, por favor, levántese. No hay razón para rogar. –se acerca a Lucifer, quién sigue arroillado, y levanta su cabeza con la punta de su micrófono —No dije que no lo haría, simplemente será complicado.

La vergüenza invade rápidamente invade a Lucifer, sintiendose humillado, expuesto, y los ojos del pecador, hambrientos, no le brindaban seguridad. Pero su voz sí, su tono de voz y las palabras de conforte le hacían sentir, al menos, un poco de esperaza, la cual, había perdido desde hacía ya años. 

—¿Me ayudarás? –dice con la voz algo quebradiza.

—Por supuesto, majestad. Haré todo a mi alcance, se lo aseguro.

El ángel caído se levanta del suelo, bajo la atenta mirada del otro.

—Y...¿qué querrás a cambio? –pregunta con temor.

La sonrisa del pecador vuelve a ampliarse.

—Se paga hasta que el trabajo esté completo –dice —Es cómo un tipo de seguro. El precio será definido al terminar el trabajo. ¿Tenemos un trato? –Le ofrece su mano.

El ceño de Lucifer se frunce, no convencido por los términos del contrato, pues no era seguro en ninguna perpectiva en la que se pudiera ver.

—Eso no suena seguro...

—Nada en el infierno lo es.

Él lo sabe todo - AppleRadioWo Geschichten leben. Entdecke jetzt