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Los rayos de luz de la mañana siguiente son cómo una patada en el trasero para Lucifer. Y para su mala suerte, no es lo único que lo recibe.

El dolor de cabeza y las náuseas no se quedan atrás, sin esperar ni un par de minutos para atacar al gobernante. Acompañados de sus amigos, el dolor de espalda y brazos, aunque esos no debían estar, ¿por qué?

Poco a poco, y casi vomitando, abre los ojos y se sienta en su sitio. Tiene los ojos casi pegados por las lagañas.

Pero eso era lo de menos.

MALDITO SEA EL DOLOR DE CABEZA.

Se vuelve a tirar en dónde estaba acostado antes, retorciéndose de dolor y cubriendo su rostro con las manos, evitando soltar un grito.

Hablando de eso, ¿dónde diablos se recostó?

Quita sus manos lentamente de su cara  cómo si tuviera miedo de ver a su alrededor.

Tal cómo lo pensó, no luce cómo su castillo, al contrario, es totalmente distinto. Las paredes son de un color azul apagado, los muebles viejos y desgastados, carecientes de pintura, no hay cortinas que cubran las ventanas, solo un par de mantas que, al parecer, una ya está colgando, y es la que deja pasar la luz, eso sí, el vidrio está en perfecto estado, debe reconocer eso.

¿Dónde demonios se encuentra?

Por la posición del sol infernal, que tiñe todo con sus tortuosos rayos rojizos, debe ser bastante tarde. Más allá del medio día, puede apostar.

Un olor a café se cuela por su nariz, un fuerte olor, que en el momento, no ayuda a más que darle náuseas.

Se tapa la nariz con una mano y trata de contener alguna que otra arcada, sustituyéndola por tos.

Eso parece alarmar al dueño del departamento.

—Lucifer, buen día –Alastor entra a la sala principal, acercándose para asegurarse de que no vomite en su sofá —. ¿Cómo se siente?

Para sorpresa de Lucifer, Alastor no viste su ropa habitual, o al menos, no por completo, simplemente lleva su chaleco rojo que va debajo de su saco largo y unos pantalones, que aunque siguen siendo formales, éstos son de un color marrón oscuro.

Ja, cómo un mozo.

—Sí, sí, estoy bien.

Él tiene un buen aguante al alcohol, entonces, ¿por qué se embriagó tan rápido? ¿Alastor habría puesto algo en su trago?
Nah, no sería capaz, es arrogante pero no le gusta encargarse de problemas ajenos, y un borracho es uno muy grande.

—¿Qué hago aquí?

—Eso me pregunto yo –suelta en un suspiro —. Qué bueno que despierta, Lucifer –suena gracioso que me llame por mi nombre y luego se dirija a mí formalmente —. Tengo que salir a recolectar almas y cumplir un par de tratos. Sí me permite –da una reverencia, y luego se da la vuelta, dirigiendose a la puerta principal.

—Espera, ¿me dejarás aquí?

Su corazón brinca de pánico.

¿Me dejará solo? ¿Volverá? ¿Qué haré si no vuelve?
Está obligado a volver por el trato, ¿verdad?
¿Y si ya no me quiere ver? Creo que fui muy molesto las últimas semanas. ¡Lo sabía! Debí alejarme un poco.
Alastor, ¿vas a dejarme?

—Hay comida en el comedor. Coma de a poco para ver si la tolera, está caliente, y... –no alcanza a terminar de hablar.

—¿Vas a volver? –dice con algo de miedo.

La pregunta toma por sorpresa a Alastor.
Por supuesto que iba a volver, es su departamento, ni que se fuera a quién sabe dónde.

—Por supuesto que lo haré, Lucifer. Qué pregunta... –dice con una risa, para abrir la puerta y marcharse, dejando solo a Lucifer.

No estás obligado a hacerlo, ¿por qué lo harías?

El pensamiento lo deprime más, y una lágrima resbala por su mejilla derecha para seguir su camino hacia abajo.
Espera que la gota de agua salada caiga en su mano, pero nunca lo hace, ¿por qué?

Su mirada se dirige a sus brazos, notando algo peculiar, pero que hace que su sonrisa se expanda.

El saco de Alastor lo trae puesto él.

[...]

Alastor camina muy campante por terrenos ajenos. Su sonrisa permanece imperturbable en su rostro, y, aunque no trae su saco de siempre, antes de salir tomó otro chaleco más largo del que traía en la mañana y se lo colocó.

Al llegar al edificio que parece ser el centro del lugar, pero, parece que no sólo es el centro del lugar, también fue el centro de ataque del exterminio, pues las paredes tienen bastantes agujeros, las ventanas rotas y no se ven señales de vida en el interior, entra sin dudarlo, aunque aguantando la respiración, nunca le agradó el olor a alcohol de la casa de apuestas de Husker.

Después de un rato, por fin toma una bocanada de aire, sintiendose asqueado de igual forma por la esencia en el aire.

No le toma más importancia y se dirige escaleras arriba, sabiendo perfectamente a donde ir.

Ya frente a la oficina principal, da un par de toques a la puerta, aunque no sea necesario, pues todo a su alrededor cae en pedazos, está tirado y es casi innecesario los modales, pero es parte de él hacerlo.

Escucha cómo en el interior, alguien se mueve con desespero, tratando de llegar a la puerta. Al abrirla, su rostro palidece y su sonrisa se borra.

—Husk, amigo mío –dice en forma de saludo.

—Alastor –en su voz se escucha un claro miedo hacia el pecador —. E...escucha, esto es solo un malentendido, y...yo...

—¿Qué tal si primero me invitas a pasar?

El pecador gatuno asiente, haciéndose a un lado para dejarlo pasar.
Una vez que Alastor ya tomó asiento en uno de los sillones de la oficina, se apresura a cerrar la puerta y sentarse frente a él.

—Me encanta el rediseño que le diste a tu oficina –su vista se encuentra fija en el agujero que hay detrás de la silla de Husk —. Aunque aún falta remover las botellas –ahora, en vez de estar en la parte de la pared faltante, está en el suelo, que está lleno de botellas y cristales rotos.

—Hey, Alastor, sé porqué estás aquí. Por favor, dame más tiempo, te prometo que yo...

—Ya te dí demasiado tiempo, Husker –su voz sale en un casi cántico aterrador —, más que suficiente, y tú decidiste abusar de nuestro acuerdo.

—¡Te pagaré, lo prometo! ¡Recuperaré todo! ¡Lograré levantarme! ¡Tenme fé! –se levanta de su silla y golpea la mesa.

—Oh, Husker, no sabes cuánto me gustaría creerte –su sonrisa se amplia y su vista se dirige de nuevo a la pared —. Pero, si antes no pudiste pagarme, y estabas en la cima de todo, ¿qué tienes tú para darme ahora que no tienes nada?

El rumor de que Husker había estado perdiendo todo en apuestas últimamente es más que obvio que llegó a oídos de Alastor, y, ahora que sus tierras han sido atacadas, es un momento perfecto para...cobrar un par de deudas.

—Te lo juro, si...me... –entra en pánico rápidamente, sin saber que más hacer, sugiere lo único en lo que es bueno —¡Apostemos! Un juego de cartas. Tú elige el juego.

Alastor ríe estrepitosamente.

—Oh, querido, no sabes el error que acabas de cometer.

Él lo sabe todo - AppleRadioWhere stories live. Discover now