II

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Por ahora, se encuentra vagando por los territorios de su amiga más cercana, Rosie, una encantadora mujer a la cual le confiaría su vida si fuera necesario. Ya era casi costumbre que él anduviera por allí, y más por lo que su negocio implicaba.

La cabeza de Alastor se encuentra en un lío. No pensó bien en los términos del contrato con Lucifer, fue una promesa desesperada, ¿encontrar a Lilith? Sí, claro, sí para eso necesitaba...

—¡Abiel!  –Se escucha exclamar a una dulce voz.

Al mirar hacia la dirección nota a un pequeño venado, vestido de colores pastel, que se esconde detrás de un par de edificios.

—¡Mi querido querubín! –dice con entusismo, dirigiendose hacia donde el pequeño y extendiendo los brazos, aunque no era una invitación a abrazarlo, claro que no, el contacto físico es algo repudiante para él, así que cierra los brazos a tan solo un par de metros al pequeño ser celestial.—Dime, dulzura, ¿cómo va todo en el cielo?

El querubín revolotea con felicidad.

—Pues, todo muy aburrido, si te soy sincero. Bueno, hace poco fueron expulsados unos querubines por matar a un hombre, pero de ahí en más, nada fuera de lo común.

Una suave risa sale de la boca de Alastor.

—¿En serio? ¡Que interesante, criaturita! –simulaba entusiasmo, al mismo tiempo intentando recordar el nombre de la criatura del señor. —Oye, lindura, dime, ¿no se ha sabido nada del próximo exterminio?

Los ojos del pequeño ciervo parecen abrirse por completo con sorpresa.

—Oh, sí. Adán está tratando de convencer a Sera de que el exterminio se adelante.

Alastor tuvo que contener el impulso de girar los ojos ante la ineptitud del ciervo. Criatura inútil...

—¿Qué tanto?

—Pues, el próximo exterminio es en dos meses, pero Adán está negociando la posibilidad de hacer un segundo exterminio. Dos exterminios por año.

Bueno, nada sorprendente, lo sería si lo aprobaran, pero, por ahora, nada nuevo.

—¿Y eso por qué?

—Simplemente porqué a Adán se le hinchan los huevos. Le divierte ver a los demonios sufrir, por eso. –El lenguaje del querubín le causa cierta gracia al pecador, parece que ahora el cielo es más permisivo con sus habitantes. —¿Por qué? ¿Quieres saber algo en específico, Abiel? –Ladea la cabeza ligeramente.

Alastor acaricia la cabeza del pequeño, brindandole seguridad y tratandolo de distraer de cualquier idea que se le pudiera cruzar.

—No, nada en especial. Solo quiero estar seguro para el próximo exterminio, nada más.

Una plática bastante larga se estableció entre el pecador y el querubín, tratando de disimular que en realidad, usaba a la ingenua criatura para cumplir con su negocio.

—Oye, dulzura, ¿crees que pueda pedirte un favor? –Dice después de unos minutos.

—¡Por supuesto, Abiel! ¿Qué necesitas? –Sus ojos brillan de felicidad. Alastor pocas veces le pedía favores, y después de la historia que hay detrás de su amistad, siente que se lo debe.

—¿Puedes entregar algo por mí a Sera? Una carta –Mete una mano dentro de su traje, sacando el objeto mencionado, el cual, estaba enrollado y amarrado por un listón dorado. Se la muestra al pequeño y la pasea un poco frente a él —Pero necesito, por favor, que no la abras, en ningún momento. Es algo privado.

El querubín, aunque confundido por la importancia que le daba Alastor a que no abriera la carta, asiente.

—Por supuesto –dice sin cuestionar. —Bueno, me retiro. Un gusto volver a verte, Abiel.

—El placer es mutuo, lindura.

Y con eso, el pequeño desapareció entre el paisaje. Seguramente buscando la pequeña grieta que unen el cielo y el infierno, pero tan pequeña que solo los seres como los querubines pueden pasar.

Satisfecho, Alastor se da la vuelta para dirigirse de vuelta a su oficina de trabajo. Todavía quedaban clientes por atender.

[...]

Un par de clientes van y vienen. Negociar almas, territorio, alguno que otro encargo amoroso, o de homicidio. Nada nuevo en el lugar.

El pecador se encuentra ordenando los sobres de sus cajones cuando unos golpes en la puerta lo interrumpen.

—Adelante –por la puerta, entra otro pecador con orejas de gato, una larga cola y un par de enormes alas —¡Husker! Viejo amigo, es un placer volver a verte.

Una sonrisa se extiende en el otro pecador.

—Hey, ¿cómo estás, Alastor? –Se saludan con un apretón de manos.

Husker, un pecador ambicioso, al igual que todos, adicto a las apuestas y al riego que hay en ellas. El deseo de conservar su poder lo llevó a consultar a Alastor hace un par de años, y desde hace momento, habían tenido intercambios tranquilos. Claro, hasta ahora...

—Por favor, amigo, toma asiento. Quiero hablar contigo –señala la silla frente a su escritorio, y se dirige a sentarse justo frente a él.

—Escucha, Alastor –empieza el gatuno pecador, después de sentarse —Sé que te debo una que otra cuenta, pero las pagaré, tú lo sabes, me conoces desde hace años.

—Y precisamente porque te conozco es que le he llamado, Husker –De un monto de papeles, saca uno donde el nombre 'Husk' es lo que más resalta —Ya habías tenido este atraso antes, y te lo quise dejar pasar, dándote más tiempo, pero creo que he sido demasiado benévolo –comienza a leer el documento en voz alta —Me pides que protega tu posición y tu poder actual, a cambio de que me das cierta cantidad de territorio al mes, ¿me equivoco?

Husk niega, comenzando a ponerse nervioso.

—Escucha, Alastor, he tenido una mala racha últimamente, nada me ha estado saliendo bien. Dame más tiempo, ¿sí?, te pagaré.

—Más te vale, Husker. Me debes ya 5 meses de pago –se levanta de su silla, le da la vuelta al escritorio y se coloca frente a Husk, luego, se inclina lo suficiente como para que pueda sentir temblar la respiración de su cliente. —Y, ¿recuerdas cuál es el precio si no pagas? ¿Me lo puedes repetir?

Pasan un par de segundos, en los que Husk trata de controlar el temblor de sus extremidades y mostrarse sereno.

—Mi alma –dice con voz áspera.

La sonrisa de Alastor se amplia. Se endereza y se encamina a la puerta, abriéndola.

—Es bueno ponerse al día, ¿no crees?

El pecador gato se dirige a la puerta, y antes de salir responde:

—Sí, Alastor –y con eso, el pecador radio cierra la puerta, quedando solo en su oficina otra vez.

Toma una respiración para recuperar la calma, volviendo a sentarse en su silla del escritorio.

Algunos overlords no tienen el más mínimo respeto.

Él lo sabe todo - AppleRadioWhere stories live. Discover now