VI

854 175 33
                                    


No hay porqué mencionarlo pero la relación de Alastor y Lucifer se hizo más cercana de forma incómoda.

El gobernante lo hace más por la culpa de haber casi maltratado al pecador que solo quería asegurar su supervivencia al darle la información adquirida, además de estar ansioso por más información sobre su hija y su esposa. Y el pecador ciervo toma a Lucifer más cómo una motivación para acabar rápido y jamás tener que volverlo a ver.

—¡Y luego, Miguel dijo que no sabía cuándo callarme! ¡¿Puedes creerlo?! –Ahora, el ángel se encuentra recordando experiencias de cuando habitaba el cielo. O bueno, ya había empezado hace un par de horas.

—Jamás lo pensaría, señor –rueda los ojos exasperado.

—¡Lo sé! ¡Yo no soy fastidioso! ¡Eso imposible! –En el sofá de la oficina, el cual se encuentra en una de las esquinas, Lucifer cambia de posición bastante rápido, cómo si se retorciera o algo así. A ratos se levantaba a hacer una actuación de la anécdota.

Alastor se considera un ser paciente, alguien muy tolerante, pero esto ya rebasa sus límites.

Está a punto de levantarse cuando la puerta es tocada.

Salvado por casi nada. Piensa Alastor viendo con furia a Lucifer.

—Adelante.

Por la puerta, entra un pecador con forma muy peculiar, una televisión funcionando como su cabeza, una tele de caja, y un traje bastante tradicional de color negro.

Gracioso, para la vista de Lucifer.

—¡Vox, viejo amigo! –exclama Alastor con felicidad.

—¿Cómo andas, Alastor? –El televisor se acerca con confianza y una gran sonrisa en su pantalla de pocos pixeles.

Huh, interesante. Piensa Lucifer al notar la voluntad de Alastor de sonreír, no por compromiso, sino, realmente.

—¿Qué necesitas, hermano? ¿Qué puedo hacer por ti?

La forma de hablar de Vox, cómo si de un adolescente de sus épocas se tratara, llegaba a irritar al ciervo, pero la mayoría de veces se lo tomaba con humor.

—Pues, resulta, querido amigo, que un par de cosas interesantes pasaron en tu territorio y me gustaría saber si estás al tanto.

—Depende, ¿me perjudica si te digo que sí lo sé? En ese caso no lo sé –ríe de su propio chiste, pero la risa cesa al ver a una tercera persona en la habitación —. ¿Y risitos de oro quién es?

El ceño del gobernante se frunce, pero antes de que pueda hablar, lo hace Alastor.

—Alguien con la suficiente influencia a poder para destruir tu alma, Vox –dice casi en forma de cántico, como una advertencia a su amigo.

—Oh, hijo de puta... –ríe el pecador —Siempre rodeándote de gente poderosa, ¿no, amigo mío? –a pesar de la "advertencia" todavía mira de mala manera al gobernante.

Yo diría que, más bien, me rodea gente imprudente.

—Dime, ¿qué te puedo ofrecer? –Toma la silla frente del escritorio y con un rápido movimiento se sienta sobre ella.

Una risita traicionera escapa de Lucifer.
La pregunta es: ¿ que podrías ofrecer?

—Parece que uno de mis contactos detectó presencia angelical en tus dominios.

—¿Cuándo? Capaz fue del exterminio del año pasado.

—Fue hace 4 meses, Vox.

El pecador cabeza de televisión se atraganta con su propia saliva y se endereza en su silla.

—¡¿Qué?! ¡¿Hay un puto ángel en mis territorios?! –Un odio inmenso de refleja en su voz —¡Despellejaré a ese cabrón!

—Vox –una intersección de radio se hace presente en la voz de Alastor, intimidando al mencionado —. ¿En los últimos meses, supongamos, cinco, notaste algún cambio irregular de energía?

El televisor se queda callado, analizando información.

Tarda un par de segundos, pero al fin contesta.

—No, no hubo ninguno que llamara mi atención.

El pecador ciervo suelta un suspiro, sin borrar su sonrisa. Cuando está a punto de despedir a su amigo, lo interrumpe.

—Ah, no, ¿sabes qué? Sí hubo uno, hace unas dos o tres semanas. Era un presencia muy fuerte pero cuando quise saber de quién era no pude encontrarlo –se levanta de su silla y se dirige a un mueble de la oficina donde hay una repisa con un mueble bajo de ella, y sobre le mueble, una cafetera—. Oye, ¿tú tienes mi taza? No la encuentro desde hace rato.

—Está en la repisa de arriba a la derecha –responde rápidamente, sin tanta darle importancia —. Exactamente, ¿dónde fue?

El pecador encuentra lo que buscaba, una taza que simplemente dice "Hey, bro" en letras blancas y fondo azul marino.

—En el oeste, en los límites que colindan con el territorio de Carmilla.

—Esa taza es horrible –Lucifer interrumpe la intensa plática.

Cómo si a ambos pecadores les hubieran dado el susto de sus muertes, lo miran sorprendidos.

—Ugh, me olvidé que estabas aquí –Vox gira los ojos con molestia —. Bueno, me pasarás a perdonar, viejo amigo, pero no hablo con personas que no rebasan el metro y medio, así que me retiro –con eso, da una reverencia y se gira para marcharse.

Lucifer mira enojado a Alastor.
¿No le vas a decir nada? Piensa el gobernante.

Eso le causaban mucha gracia al ciervo.

—¿Nos vemos para la próxima grabación, Alastor? –dice antes de salir.

—Sin falta, amigo mío.

Y con eso, Vox termina de salir de la oficina, dejando al soberano y al pecador ciervo solos de nuevo.

—Ese amigo tuyo, Vox, es muy...

—¿Altanero?

—Estúpido, más bien.

—Yo le diría: imprudente –corríge.

—Es lo mismo –vuelve a tomar una posición rara en el sofá, donde sus piernas terminan sobre el respaldo y su cabeza colgando.

—Pero dicho por mí suena mejor.

Lucifer no puede evitar sonreír por el egocentrismo que contiene el comentario.

—Oye, y, ¿cómo se conocieron?

Alastor mira al gobernante con una ceja levantada.

—No necesita porqué saber eso, majestad. No es parte de mi trabajo decirle.

—¡Ay, por favor! –Toma su forma de serpiente para arrastrarse cerca de Alastor y luego volver a su forma original, estando a tan solo medio metro de él —Yo te conté hasta cuantos hermanos tengo.

—Con todo respeto, majestad, nunca se lo pregunté. Usted decidió decirme.

El gobernante suelta un gruñido de enojo.

Se quedan un par de segundos en silencio, sin moverse ninguno de los dos, y evitando sus miradas entre ellos.

—Lo conocí en un bar –responde finalmente, sorprendiendo a Lucifer, no esperaba que sí se lo contara —. Un lugar clásico por el centro de la ciudad dónde antes tocaban jazz.

—¿Antes?

—Temo decirle que sí, majestad –algo de nostalgia se refleja en sus ojos —. Los exterminios terminaron destruyendo el lugar completamente.

—Es una lástima.

—Ciertamente. Era un hermoso lugar, y allí tuve experiencias memorables con personas memorables a las que, todavía, agradezco haber conocido.

Otro silencio se forma, pero ésta vez, no uno incómodo, sino, bastante tranquilo.

De acuerdo. Nota mental: A Alastor le gusta el jazz.

Él lo sabe todo - AppleRadioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora