III

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Una sombra detrás de Alastor toma forma, siendo Lucifer el que se materializa.

—Buenas tardes –saluda el pecador —Majestad, ¿qué lo trae tan rápido? ¿Otro favor?

El ángel caído suelta una risita.

—No, no es eso,...eh...

—Alastor, señor.

—¡Sí! ¡Eso! Alastor –ríe nervioso.

El pecador arquea una ceja, dándole indicios a Lucifer de que prosiguiera.

—¿Has...tenido algún avance?

Alastor frunce el ceño rápidamente, absteniéndose de soltar un suspiro de enojo.

¡Solo han pasado dos malditos días! ¡¿Cómo mierda espera Lucifer que encuentre a alguien que lleva desaparecida más de tres meses?!

—Estoy trabajando en ello, señor –dice con amabilidad fingida.

—Claro...

La oficina se sumerge en un silencio sepulcral, en el que Alastor se dedica a leer uno que otro papel frente a él, y Lucifer a admirar lo limpios que estaban los muebles de la oficina.

—¿Necesita algo más, majestad? –Dice cuando ve que sigue allí parado, sin hacer nada.

—No, no, no...Nada en realidad.

Alastor suelta un suspiro mental.

Genial. Otro que no sabe qué hacer con su tiempo y viene a molestar a los demás.

—Majestad –llama la atención del soberano —, si ya no hay nada más que hablar, voy a pedirle que... –la puerta siendo abierta de un azote lo interrumpe.

Milagroso será el día que eso no pase.

Por la puerta, un albino, vestido con colores pastel, entra, luciendo algo desesperado.

—Oye, sonrisas. Acepto el trato –dice bruscamente, ignorando la presencia de Lucifer y golpeando el escritorio.

—Anthony, mi afeminado amigo, también es bueno volver a verte –responde sonriendo.

Cuando Alastor está a punto de pedirle a Lucifer que se vaya, el cliente continúa hablando.

—Ya dije que acepto. Ya está. ¿Dónde firmo?

El pecador de traje rojo cierra los ojos y toma una larga inhalación, implorando paciencia a cualquiera que lo escuchase.

—Yo no trabajo así, querido –Lucifer parece pasar a otro plano de importancia en la cabeza de Alastor, siendo ignorado por completo. —Entonces. Sí yo borro todo recuerdo de cada alma en el infierno que pueda a llegar a incluirte, a cambio tú me entregarás todo el poder que posees –Que igual no es mucho — para que puedas re-hacer tu vida. ¿Me equivoco? –Alastor extiende la mano hacia el otro pecador.

Anthony rueda los ojos.

—Sí, sí, ya. Trato hecho –sin dudarlo, estrecha su mano y el trato queda sellado, siendo las luces verdes que rodean todo el edificio prueba de ello.

Cuando el espectáculo termina, Alastor saca una aguja para inyecciones de los muebles de la oficina.

—Sabes cómo funciona, Anthony –Rápidamente, el pecador araña ofrece su brazo, del cual, Alastor extrae una cantidad significativa de sangre. Cuando termina, Anthony suelta un siseo de dolor —. Se acabó, querido. En una semana nadie que haya pisado el infierno recordará quién eres.

La araña le da un asentimiento y sale de la oficina rápidamente, casi entre lágrimas.

—¿Qué mierda fue eso? –Habla por fin el gobernante.

Dándole la espalda a Lucifer, Alastor toma la sangre recién extraída de Anthony para meterla en un frasco de vidrio que acababa de aparecer.

—Lamento que tuviera que presenciar eso, majestad. La confidencialidad de mis clientes es de vital importancia para mi negocio, así que le pediré que esto se mantenga en secreto, ¿sí? –Se mueve de un extremo de su oficina a otro, sacando aparatos que Lucifer en su vida había visto, pero parecen bastante viejos.

—Sí, no me interesa –finge desinterés, pero estira el cuello para poder alcanzar a ver lo que hace el pecador. Cuando no logra descifrarlo, le pregunta; —¿Qué haces?

Alastor no responde, simplemente sale de la oficina, dirigiendose a la planta baja del edificio. Al llegar, entra en una de las habitaciones de los costados.

Lucifer queda impresionado con lo que ven sus ojos. La habitación estaba a oscuras, pero el interior era muy colorido y brillante.

Frascos, de todos los tamaños y colores se posanban en las repisas de las paredes. La habitación era grande, pero estaba repleta de aquellas repisas llenas de líquidos coloridos. Aparte, su interior era notablemente frío, seguramente, para mantener en buen estado el contenido.

Parece que estaba muy bien ordenado, o al menos, así lo estaba para Alastor. Primero, sangre de pecadores o demonios de poco poder, a su lado, un estante con frascos aún más grandes, con sangre de overlords, y por último, la respisa con frascos aún más grandes y llenos hasta el tope, sangre de pecados capitales, solo 4 frascos, no de todos los pecados.

—Solo vengo a dejar un par de cosas, nada excepcional. –Deja el frasco de Anthony en la primera repisa, junto a los otros.

La curiosidad de Lucifer aumenta significativamente, y al ver otra puerta, dentro de la misma habitación, no puede evitar acercarse a espiar un poco, después de todo, es el puto gobernante del maldito infierno, ¿qué le podía impedir ese pecador con astas de venado?

La decepción es notoria en él cuando lo único que encuentra son cajas de cartón, muchas, muchas, MUCHAS cajas.

Una mueca se hace en su rostro, pero aún así entra a ver. Las cajas no tenían que las cubriera por arriba, ninguna, dejando ver su contenido.

La primera pila de cajas contenía papeles, sobres, cartas, etc, tan solo papel, la de a un lado contenía regalos, ropa, objetos para aumentar poder, algunos tenían...¿juguetes? Meh, cosas sin importancia.
La pila siguiente es la interesante, parece contener objetos brillantes.

Al asomar la cabeza un gemido de terror se escapa de su boca. Instrumentos musicales, lanzas, hachas, flechas y estacas, todo, hecho de acero celestial.
Parece que alguien ha estado haciendo negocios turbulentos.

—¿Busca algo, majestad? –Alastor se encuentra detrás de él, observando atentamente al gobernante.

La sorpresa de Lucifer hace que de un par de pasos hacia atrás, chocando con el pecador.

—Oh, parece que encontró mi colección de armas favoritas –sonríe sin vergüenza.

Lucifer luce desorientado, sorprendido y confundido, sin saber exactamente qué hacer, pero algo en su interior decía que tenía que salir corriendo de allí.

—Qué...¡¿Por qué...?! –no sabe exactamente qué preguntar primero.

Alastor suelta una ligera risa.

—Tranquilio, majestad, no hay nada que temer –rodea al gobernante y toma la estaca divina de una de las cajas —. Hay clientes con formas muy especiales de agradecer, o sus pagos son muy altos y prefieren darme esto.

Por una razón que desconocía, eso no reconfortaba a Lucifer. ¿Cómo es que esos pecadores lograban conseguir armas de acero celestial? ¿Acaso alguien tiene contactos en el cielo?

—¿Majestad?

Él lo sabe todo - AppleRadioWhere stories live. Discover now