IX

853 171 65
                                    

El hermoso rostro de Eva parece perturbado, vigilando los alrededores por cada palabra salida de su boca, ansiosa.

—Escucha, Abiel. No creo tener mucho tiempo, así que... –de su túnica, saca un pergamino que luce nuevo y tal vez, algo sucio –. Ahí escribí todo el avance que obtuve buscando a la pequeña. Hay algunos detalles de Lilith, pero te sugiero ignorarlos, no me llevaron a ningún lado.

Alastor recibe el objeto con dando un asentimiento.

—Lamento no poder ayudar más.

El pecador niega con la cabeza suavemente.

—Me ayudaste muchísimo, Eva. Gracias –se acerca a la mujer y ambos juntan sus frentes mientras cierran los ojos, una demostración de aprecio que se nota que tienen desde hace bastante tiempo —. Corre, antes de que alguien te encuentre.

Ahora es turno de Eva de asentir, dándole la espalda a Alastor para pasar por la pequeña grieta que ella creó para bajar al infierno. Antes de irse, da un pequeño ademán de despedida, y el portal se cierra por detrás de ella.

Un suspiro escapa de los labios de Alastor, y ve fijamente el punto por donde Eva desapareció.

No reacciona por unos segundos, tal vez minutos. Simplemente se queda allí parado.

No es consciente del tiempo que pasa hasta que una mano lo toma bruscamente del hombro, girandolo.

Todo para demasiado rápido a ojos de Alastor. Solo pudo observar cómo el brazo contrario al que lo giró sin cuidado alguno, lo rodea del cuello. Por unos segundos se pone alerta, todos los intentos a flor de pie, esperando el golpe.

Pero nunca llega. En cambio, un abrazo desesperado es lo que lo acoge.

Está preparado para golpear a quien se haya atrevido a tocarlo, pero se congela al ver quién es.

—¿Lucifer? –claro, debió pensarlo, el abrazo lo hizo agacharse por la estatura del gobernante, y aún así, él todavía tuvo que mover los brazos a alrededor de la cintura de Alastor.

—¡No vuelvas a hacer eso, maldito idiota! –dice entre sollozos.

Ah, claro. Problemas de abandono...

Alastor en realidad no sabe qué hacer, ¿reclamar?, ¿empujarlo?, ¿tal vez consolarlo?

No, no, la última no es opción, nunca fue bueno para consolar, siempre aprovecha para hacer un trato cuando ve a alguien mostrar debilidad.

—¡Me asustas, imbécil! –el rostro del soberano está enterrarado en su pecho, embarrando cualquier rastro de llanto, mocos, lágrimas...muchos mocos.

—¿Majestad? ¿Qué le pasa?

—¡Pudiste haber muerto, cabrón!

Ésta vez, Alastor no responde, simplemente deja caer sus brazos a los costados, sin devolverle el abrazo al más bajo.

—¿No vas a decir nada, inútil?

—Le estoy dando más tiempo de pensar diversas formas de insultarme. No vaya a ser repetitivo.

Sin querer, Lucifer ríe, y luego se enkja con Alastor por hacerlo reír en un momento serio.

Se nota que no son conscientes del lugar en donde están, y es más que obvio, pues una lanza cayendo tiene que apuntar a la cabeza de Lucifer para que por fin se den cuenta.

Por supuesto que Alastor detuvo la lanza en un movimiento de muñeca simple.

—Majestad, creo que...

Él lo sabe todo - AppleRadioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora