VIII

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Gritos de dolor y sufrimiento se escuchan por donde sea que vayas, dando el aviso tan poco deseado en el infierno: el exterminio llegó.

Y un gran desafío se enfrenta para Alastor: Lucifer no se quiere ir de su oficina y él tiene cosas que hacer.

—¿Por qué quieres salir hoy? ¡Es muy peligroso para un pecador cómo tú! –no lo malentiendan, no es que Lucifer se preocupe por él, para nada, pero no tiene ganas de pasar otro exterminio solo, o cualquier otro día de su vida...

—Lucifer, tengo que irme, es una gran oportunidad de negociar almas en este momento –las ansias lo carcomen por dentro, ¿qué se supone que haría si Lucifer no lo dejaba dejaba paz? No podía ir por su "ayuda" de parte del cielo con él siguiéndolo.

El pecador trata de rodear al soberano, quien se encuentra justo frente a la puerta de su oficina, bloqueando el paso. Claro, no sería problema simplemente salir con ayuda de su sombra, el problema está en que Lucifer lo siga.

—¡No es necesario! –grita casi desesperado —¡Después podrás conseguir más almas! ¡Es más, yo las conseguiré por ti! –de acuerdo, esto ya rebasa los límites de una "amistad", ¿no?

El ceño de Alastor se frunce, su sonrisa flanquea y su paciencia se agota rápidamente. ¿Qué se supone que le dijera?

El gobernante le había dicho días antes que no podría visitarlo el día del exterminio por algunas tareas que conlleva su puesto, entonces, ¡¿que mierda hace en su oficina?!

—¡Majestad! –dice ya casi sin paciencia.

Aunque a Lucifer no le agrada que retome las formalidades, continúa firme en su posición.

—¡Ya dije que no! ¡Tu rey te lo ordena!

Se siente cómo una disputa entre un adolescente y su tutor, en la que, sin importar lo que el menor diga, el tutor siempre tiene la última palabra.

Alastor suelta un bufido exasperado.

—¿Cuál es la urgencia de salir ahora?

—Porqué tengo tratos que cumplir, información que recopilar, precios que cobrar y almas que negociar, majestad. Quedarme aquí no me ayudará a avanzar.

—No, pero salir sí te puede asesinar –la actitud de Alastor le parece tan arrogante, ¿qué no entiende el peligro que implica salir ahora? —. Es suicidio, Alastor.

—¿Y a usted por qué le importa tanto? –la pregunta toma por sorpresa a Lucifer —¿Por qué soy el único que ha encontrado información sobre su esposa? ¿Es eso?

—¿Q...qué? ¡No! Claro que no... –se nota su duda. ¿Sí sería por eso? Después de todo, volver a formar su familia es lo único importante, lo demás es...irrelevante, la vida de Alastor después de eso es irrelevante.

—¿Quiere saber cuál es mi urgencia de salir? Bien, se lo diré: conseguí que un ángel me de información sobre Lilith y su hija, y hoy es el único día que lo puedo ver –no es verdad, pero tampoco es un completa mentira —, ¿contento?

Lucifer queda paralizado, viendo a un punto muerto en el rostro de Alastor.

La sensación en la boca de Alastor le deja mala espina. No lo entiende, ¿por qué es diferente a otras veces? Antes podía mentir sin remordimiento alguno, pero ahora...

Niega mentalmente y rodea al ángel caído, saliendo de la oficina rápidamente, y, en cuanto coloca un pie fuera del estrecho espacio, desaparece en las sombras, escapando lo más lejos posible antes de que el rey reaccione.

Y, logrando su cometido, llega lo más lejos que puede. No logrará ocultarse mucho, pero al menos ganaría tiempo.

Se coloca junto al enorme reloj en medio del anillo del orgullo, observando a miles de pecadores ser asesinados por exterminadores. Algunos de aquellos ángeles sangrientos topaban sus miradas con Alastor, le dedicaban un asentimiento y luego se lanzaban al siguiente pecador, atravesandolo con sus lanzas celestiales.

Algo de melancolía lo recorre, ver esas lanzas y ese uniforme de exterminador.

Que tiempos...

Un par de pasos junto a él lo sacan de sus recuerdos, mirando a la persona frente a él. Una mujer, de cabello rubio, tez morena, ojos claros y gran figura.

—Eva –exclama Alastor, como un suspiro de alivio.

La sonrisa de la mujer no tarda en aparecer y se lanza a abrazarlo del cuello, aferrándose a él, cómo si fuera la última vez que lo vería.

—Abiel, mi dulce ciervo... –dice suavemente. Se separa del pecador para acariciarle el rostro –¿cómo estás? ¿Te sientes bien aquí en el infierno?

La expresión de Alastor parece relajarse, dando una sonrisa mucho más genuina.

—No podría estar mejor.

—Me alegra oír eso, mi niño.

El pecador ciervo da un par de pasos hacia atrás, liberándose del cálido tacto de la mujer.

—Eva, dime, ¿para qué viniste? –su voz se torna más sería, sin perder el aprecio.

—Vengo a darte la información que el cielo se niega a brindarte –un jadeo de sorpresa escapa de él —. Alastor, mi niño, las cosas han cambiado demasiado desde que no estás. La corte de ancianos y los serafínes ya no son lo que solían ser. Se mueven por conveniencia, se aprovechan de la misericordia de nuestro dios.

Aunque Alastor no dice nada, Eva continúa.

—Ellos tienen a la hija de Lucifer. La tienen donde era tu antiguo puesto. En...

—Con los bebés muertos –el tono de voz horrorizado de Alastor se hace notar, ¿serían capaces de matar a un infante?

—Sí, pero no es como tu crees. Ella está bien, es una niña muy alegre –dice casi entre risas.

—Y...¿qué hay de Lilith?

Eva suelta un suspiro y se abraza a sí misma.

—No he tenido una contacto directo con ella, solo sé que está en el cielo, pero no sé dónde ni cómo.

Un silencio entre ambos se instala, siendo solo rellenado con los gritos de dolor de los pecadores, a quienes Eva miraba con lástima.

Sus hijos...

—Tal vez –habla la mujer —, sea hora de que le preguntes a él. Aprovechando el momento.

—Sí...,yo también lo pensé.

Eva da un par de pasos hacia Alastor y le da unas palmadas en el hombro, demostrando su apoyo.

—Sé que su relación ya no es la misma que al inicio, pero...te aseguro que no te odia.

—Yo no estaría tan seguro.

—Sí, está enojado porque decidiste venir al infierno en vez de quedarte con él a cuidarlo, pero, te aseguro que no te guarda rencor.

—No lo sé Eva... –mira ansioso a su alrededor, buscando alguna señal de Lucifer, quien no tardaría en aparecer pronto —. Ambos sabemos que Adán es una persona difícil de lidiar.

—Por favor, tan bien como yo sabes que él te perdonaría siete veces siete si fuera necesario –ríe un poco  —. Ese aprecio que él sentía por ti...jamás desaparecerá.

Él lo sabe todo - AppleRadioWhere stories live. Discover now