7. A jugar

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Regresaron a la oficina en silencio y, solo la presencia y alegre cháchara de Emma Storni los mantuvo en alerta. Lexy seguía sin mirarlo a la cara y Joseph comenzaba a creer que se había equivocado en llegar tan lejos.

La jovencita le resultaba como un buen libro de cálculo avanzado, esos que tardaba meses en interpretar y, aunque moría por resolver todos sus problemas, aún tenía que conocer las fórmulas para lograr entrar entre sus páginas.

Como era costumbre, Emma se coló en el departamento de finanzas y desapareció para hablar con los guapos chicos que allí trabajaban y les brindó privacidad para que pudieran conversar.

—Señorita Bouvier, quería... —dijo Joseph cuando Lexy se escondió en el cuarto de baño que el lugar disponía—. Sí, no se preocupe, voy a esperar aquí afuera —continuó cuando la muchacha le cerró la puerta en la cara y lo dejó con la frase a la mitad—. Sí, voy a esperar aquí, tómese todo el tiempo que quiera.

"Sí, voy a esperar aquí como un idiota baboso". —Fastidió su conciencia y le dio un buen golpe de realidad.

¿Qué demonios estaba haciendo? ¿Persiguiendo a una chiquilla desabrida hasta el cuarto de baño? ¿A qué nivel había llegado?

Se echó a reír y comprendió que estaba cegado por lo que la joven le producía —cosquillas—, algo que muchas otras podrían entregarle; se marchó y regresó a su escritorio, centrándose en todo el trabajo que tenía pendiente.

No bastó mucho para que Lexy saliera de su escondite y, sin embargo, no dirigió su mirada hacía donde el señor Storni se hallaba, la tensión entre la pareja podía palparse desde la distancia.

En la tarde hablaron por teléfono e ignoraron lo ocurrido durante la comida y bajo la mesa, aunque Lexy se moría de ganas de hablar de ello.

Cuando quiso buscar una excusa para llamarlo otra vez, una rubia de anchas caderas marcó presencia y caminó por la oficina de Storni con desenvoltura, como si la conociera al revés y al derecho.

—¿Y tú? —preguntó la jovial mujer.

Miró a Lexy con las cejas en alto. Ella se hizo pequeñita ante sus largas pestañas y rosados pómulos llenos de vida.

Lexy abrió la boca para contestar, pero seguía sintiéndose muy insignificante frente a la desconocida, quien continuaba observándola con una burlesca sonrisita.

»Dile a Storni que ya vine —dijo la rubia, arreglándose el cabello tras las orejas.

—Lo-lo siento. ¿Cuál es su nombre? —consultó Lexy, preparada para despertar y levantar el auricular del teléfono.

—Anne Fave —respondió la exótica mujer y delineó su nombre con exquisitez, tanta que Lexy sintió envidia y se le abrió el apetito.

—Sí-sí —titubeó y apretó los ojos cuando recordó lo que anteriormente había oído por la línea, cuando su jefe le había confesado sus ganas de tener sexo—. Tome asiento, por favor, veré si el Señor Storni puede atenderla ahora —solicitó.

La mujer se echó a reír con soltura.

—No seas boba, niña. Storni siempre tiene tiempo para mí —confesó, apoyando sus manos en el escritorio de Lexy.

La chiquilla, mareada y malograda por la potente presencia de Fave, se levantó con un fuerte brinco desde su silla y asintió conforme ante las solicitudes de la mujer.

Caminó con prisa hasta la oficina de su jefe.

Golpeó dos veces por costumbre e ingresó sin esperar una respuesta. Aunque Anne Fave la siguió con la mirada, Lexy la ignoró y cerró la puerta en su espalda, decidida a llamar la atención de Storni, quien continuaba enfocado en su trabajo, con la mirada clavada en la pantalla de su computadora.

Siempre míaWhere stories live. Discover now